El pensador francés Fabrice Hadjadj (Nanterre, 1971), de apellido tunecino, procede de una familia judía, adscrita al maoísmo. Fue, en su juventud, ateo, anarquista, nihilista y cosas por el estilo. Hoy es un escritor prolífico y cultivador de diferentes géneros literarios.
En los años 90 se convirtió al catolicismo y recibió el bautismo en la abadía benedictina de San Pedro de Solesmes, a la que le gusta ir de vez en cuando para pasar unos días de retiro espiritual y gozar de la belleza de la liturgia. Está casado con la actriz Siffreine Michel y tienen diez hijos.
Sus libros se venden muy bien y son leídos con fruición por espíritus afines al suyo: ateos en búsqueda, intelectuales católicos, apologistas de la fe y conversos llegados, en un período tardío de sus vidas, al seno de la Iglesia
Hadjadj estuvo el lunes pasado en Madrid, invitado por la Fundación NEOS. Un grupo numeroso de intelectuales y de periodistas asistió a una comida-coloquio en la que respondió con claridad francesa, sentido cristiano, ingenio, humor, rapidez de reflejos y facilidad de expresión a las cuestiones que le fueron planteadas acerca de su conversión, el compromiso en el espacio público por parte de los cristianos, las raíces de Europa, el ateísmo, el laicismo, la modernidad, la razón, el progreso y la carne.
¿La carne? Sí, la carne. «Estamos en tiempos de resentimiento profundo contra la carne, en una época de “desencarnación”. Tenemos la idea de que el cuerpo no es más que un material que podemos transformar a nuestro capricho», dijo, refiriéndose a algunas visiones antropológicas contemporáneas.
Y esto se aprecia también en el hecho de que la comunicación actual entre nosotros tenga lugar principalmente a través de los soportes, producto de una tecnología sumamente desarrollada, que usamos en la vida cotidiana para entrar en contacto con los demás, sin que sea ya imprescindible, o al menos parcialmente necesaria, la presencialidad corporal del otro en las coordenadas de nuestro espacio físico.
El pensamiento de Hadjadj es, en este punto de la centralidad de la carne, deudor de la más genuina noción cristiana de la persona, que es carne asumida por el Verbo de Dios para sanarla, santificarla y resucitarla a una vida gloriosa y eterna.
Entiendo que a NEOS se le ocurrió invitar a Fabrice Hadjadj para que hablase en Madrid después de que los miembros de la Fundación hubieran visto en la pantalla del televisor esa imagen tan representativa de la decadencia del período en el que estamos viviendo: la de la sesión conjunta de diputados y senadores franceses aplaudiendo frenéticamente, todos de pie y a risotadas, la inclusión del aborto en la relación de derechos constitucionales.
En realidad, se aplaudían a sí mismos. ¡Señor, qué narcisismo y qué egocentrismo!. No sé cómo no les resulta agotador a algunos representantes públicos el andar continuamente de aquí para allá haciéndose fotos y cacareando, venga a cuento o no, sin desmayo, hasta el hastío de los oyentes, lo bien que lo hacen todo. Pero si son una calamidad. Acaban con todo lo que tocan. Hunden aquello en lo que se entrometen.
Antiguamente, dijo Hadjadj en Madrid, en una conferencia que pronunció en un auditorio de la capital de España, la sociedad alentaba a los suyos para que afrontasen el deber de vivir y de dar la vida; hoy, les ofrece todas las facilidades para morir. Es como si la constitución, señaló, aludiendo a la de Francia, no persiguiera ya como su más específico fin el organizar la vida democrática, sino la dimisión demográfica.
Sin embargo, este no es un fenómeno exclusivamente francés. Es un síntoma de lo que sucede actualmente en Europa, a la que, no es ya el que la aterrorice el hecho de morir, sino el que pone a disposición de sus ciudadanos todos los medios a su alcance para que «desnazcan».
La lógica no puede ser más extraña. Se les ofrece a los ciudadanos el derecho a que, antes de que sean, no sean. Es como si, para poner fin a las guerras, se impidiese el que nacieran seres humanos, dado que es de éstos de donde se reclutarán las levas de los futuros combatientes. Si no nacen individuos, tampoco nacerán entonces soldados.
O que, para que no nos viéramos en el angustioso trance de morir, procediéramos a suicidáramos antes de que llegase, de modo natural, nuestra hora última. En realidad, lo que está sucediendo es que hemos rebasado una fase muy primitiva de la andadura humana, a saber, la de intentar destruir, por las razones que fueren, a otros, para emplearnos ahora con denuedo en ocluir las fuentes de la vida. En esto es en lo que consiste precisamente la absurda novedad.
En fin, se comprende fácilmente el porqué del éxito de que goza Fabrice Hadjadj en los círculos de pensamiento católicos. Primero, por su conversión, que no fue el resultado de un proceso personal de búsqueda, sino de un encuentro: «Cristo vino a buscarme. Él fue quien me escogió. Continúo siendo un miserable, un egoísta “en Cristo”. Estoy obligado a dar testimonio de él». Fue por pura gracia.
En segundo lugar, por la brillantez intelectual del testimonio que ofrece de su fe en Cristo ante el mundo y del ánimo, la serenidad y la esperanza que transmite a quienes lo escuchan, porque tiene muy arraigada en su interior la convicción de que a él, al igual que a nosotros, la divina Providencia lo eligió para que, en este período histórico de contradicciones y de dimisiones de los deberes humanos fundamentales, sea testigo de la verdad, de la vida verdadera y de la inefable obra realizada por Dios en nuestra carne, que, aun siendo mortal, será gloriosamente resucitada y salvada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario