Un amigo me ha provocado para que escriba una columna del periódico en la que figuren quince palabras que comiencen por la letra “k” y estén en el Diccionario de la Lengua Española. No valen nombres propios.
Por el tono en el que me lo dijo deduje que da por sentado que no seré capaz de hacerlo, pero acepto el desafío y voy a intentarlo. Es verdad que pensé en principio demorar el asunto «ad kalendas graecas», pero no, me pondré a ello inmediatamente, aunque no me facilite la labor el que, en español, calendas se escriba con “c”.
Vamos allá. La cuestión no consiste sólo en emplear vocablos con “k” inicial, que, diseminados sin más en el texto, aparezcan como una recopilación absurda, aunque no kafkiana, sino también en integrarlos en una unidad literaria con sentido.
Lo que no sabe mi amigo es que este tipo de ejercicios lexicales los hago con cierta frecuencia mientras sigo las noticias de la noche en televisión, levantando los ojos para ver lo que sale en pantalla solamente cuando me interesa lo que escucho.
Y observo que a los kremlinólogos, presentes a todas horas en los medios de comunicación social para hablar sobre la política de Putin, a quien la vida de los demás le importa un kopek, se han sumado ahora los expertos en analizar lo que está sucediendo en ese polvorín a punto de explotar que es el Próximo y Medio Oriente.
Por otra parte, ya no se convocan manifestaciones únicamente en favor de Ucrania, sino también otras en las que los asistentes exigen el cese de los bombardeos contra la población civil de Gaza. En éstas se exhiben kufiyas palestinas anudadas al cuello; y kipás judías, en cambio, en aquellas en las que los manifestantes reclaman la liberación de los rehenes israelíes.
Por si lo que ya estaba acaeciendo fuera poco, ahora, con el reciente lanzamiento de misiles y drones dirigidos hacia Israel desde Irán y la réplica del primero con drones hacia el segundo, hace tres días, se ha agrandado la lacerante herida que durante décadas no ha dejado de supurar ni de afligir a los pueblos del cercano Oriente.
Se prevén consecuencias globales. Entre otras, la subida del petróleo que, por el estrecho de Ormuz, distribuyen al mundo los barcos saudíes, kuwaitíes, iraquíes, qataríes y de otros países del Golfo pérsico, y el correspondiente aumento del precio de las materias que permiten proveer de keroseno a los aviones, el que consumamos energía eléctrica a golpe de kilovatios y que hagamos kilómetros en el coche.
Todo ello ha propiciado el que, en la Alta Galilea, en Israel, en donde no es infrecuente ver a soldados, con uno de sus uniformes, el de color kaki, esperando a los autobuses o haciendo autostop para ir de los acuartelamientos a sus domicilios y viceversa, haya sido decretado el estado de alerta máxima, y que los radares, cuya capacidad de alcance se amplifica en klistrones, estén a pleno funcionamiento. De hecho, algunos kibutzim han sido evacuados; otros, sin embargo, ocho en concreto, no.
Estos emplazamientos del norte de Israel son siempre objetivos preferentes de los cohetes que lanza Hezbolá desde el otro lado de la frontera. De aquí el que los residentes de los kibutzim que no han sido desalojados vivan en un estado de terror constante y preparados en todo momento para refugiarse en los búnkeres antiaéreos. Han solicitado del gobierno israelí que envíe personal del ejército para que los ayude en las escuelas y en situaciones de emergencia, pero no han sido atendidas sus peticiones.
En lo que respecta a Jerusalén, Ciudad Santa, desde la que se difundió inicialmente el kerigma cristiano, imagino que el turismo habrá descendido notablemente y que en las calles habrá patrullas de soldados y de policías revestidos de arriba a abajo con kevlar, la fibra con la que se hacen los chalecos antibalas y los equipos de protección individual. No es para menos, pues, además de los ataques desde el cielo, en cualquier momento puede hacer su aparición un kamikaze dispuesto a autoinmolarse en un autobús o en uno de los tradicionales restaurantes kósher jerosolimitanos.
En fin, querido amigo, que he realizado con creces lo que te parecía imposible que se pudiese llevar a efecto. Así que a ver si me invitas a comer una hamburguesa, que, en Oviedo, las hacen bien buenas. Mejor con mostaza que con kétchup. Si no, no te preocupes, que me endosaré el atuendo de deporte kappa e iré a hacer ejercicio al Parque de Invierno. Luego, ya en casa, encargaré una ración de kebab para que me lo sirvan a domicilio. Saborearé después la película “Memorias de África” y me enterneceré, una vez más, viendo las entrañables escenas que protagonizan los kikuyu. Por cierto, en español, aunque con otro significado, se dice kikuyo.
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