El evangelio de este domingo XXV del Tiempo Ordinario es algo complicado, y a veces da lugar a interpretaciones poco ajustadas a lo que el texto en sí nos quiere decir. Nos encontramos en el pasaje del capítulo 20 de San Mateo conocido por esta parábola de los obreros enviados a trabajar en la viña. Quizás un primer error al reflexionar la Palabra de Dios es que la miramos desde una perspectiva muy mundana, y claro, las piezas no nos casan dado que Dios nos rompe el molde. Las ideologías aquí se caen, por eso este evangelio no les gusta a los que defienden las teorías de que Jesús era el primer "revolucionario" y demás estereotipos ideológicos. Pues en esta parábola que propone Jesús no queda como muy justo, ni equitativo ni promotor de igualdad, pues en la parábola el dueño de la viña paga lo mismo al que trabajó una hora sólo que al que trabajó ocho. En la mentalidad de nuestro mundo eso es una injusticia.
Quizás hay que partir de una premisa clara: ¿hemos identificado cada personaje de la parábola?. Está claro que el dueño de la viña es el Señor, que la viña es la Iglesia y, por último, hemos de ver que tipo de jornaleros somos nosotros. Igual somos de los que llevamos desde el principio trabajando, o quizás estamos de brazos cruzados en la plaza pues aún no nos hemos enterado de qué va esto; o de los que acaban de llegar y encuentran más caras serias que sonrisas... Cuántas veces la envidia nos pasa factura y creemos que muchos que acaban de llegar no están a nuestra altura o nos han adelantado. Pero es que este criterio en la Iglesia no vale, aquí lo que cuenta es que desde el momento en que Cristo se cruza en tu vida y te hace partícipe de su misión, uno ha de arrimar el hombro sin pensar en recompensas ni en si tengo más méritos ni si he hecho yo más que otros. En cuántas realidades de nuestro mundo ocurre esto en que se vive en función de la antigüedad, de los méritos, de la fama, de las muchas horas... Pero eso al Señor no le dice nada, Jesucristo lo que quiere de nosotros nos lo dice también hoy claramente: "Id también vosotros a mi viña".
Nuestra sociedad del confort y el pretendido bienestar nos está haciendo que nos olvidemos del verdadero estilo de vida del cristiano, que pasa por saber vivir abrazados a la cruz y hasta crucificados en ella. Saber mortificarnos; saber ejercitar la humildad de pedirle al Señor servirle como Él espera de nosotros. Si pusiéramos nuestros talentos y dones al servicio de nuestras comunidades, si nos implicáramos a fondo en trabajar en la viña, si todos regaláramos parte de nuestro tiempo en favor de los demás descubriríamos cómo ello revierte finalmente en favor nuestro, en nuestra alegría y paz interior. Nosotros estamos en la Iglesia, pero hay muchos a nuestro alrededor de brazos cruzados esperando una palabra de aliento, que alguien les abra los ojos de la fe y les invite a unirse a nosotros: "Id también vosotros a mi viña''.
Pudiera parecernos que uno da mucho y otro que da menos y recibe el doble que yo, pero eso no es lo que nos debe preocupar, Dios que es justo sabe hacer sus cálculos, y aquellos obreros recibieron todos "un denario", pues eso fue lo ajustado con cada grupo; cumplió su palabra, todos tuvieron la misma recompensa aunque empezaron en momentos diferentes. Esto ocurre a los cristianos, cada cual se pone a trabajar en la Iglesia una vez que descubre al Señor, unos primero y otros más tardes, pero exáctamente todos esperan la misma recompensa que es el cielo. No caigamos en el error de hacer nuestros juicios temerarios de quién merecería más y quién merecería menos, pues como también se nos ha dicho en el evangelio: ''los últimos serán los primeros y los primeros los últimos''.
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