Desde que fui ordenado sacerdote siempre que en reuniones se hablaba de temas de la economía diocesana, defendí una tesis muy clara que igualmente le escuché a mi párroco: ''el Seminario y la Casa Sacerdotal siempre deben de ser deficitarios, y el día que no lo sean significará que no hemos entendido nada del Evangelio''. Lo creo firmemente; ambos lugares hablan de futuro, del semillero donde se forman los que compondrán el presbiterio diocesano el día de mañana, y el lugar donde somos recogidos los sacerdotes cuando caemos enfermos o somos mayores y no tenemos a dónde ir. La Diócesis debe procurar auxiliar, rescatar y mantener estas dos instituciones de manera que jamás se conviertan ninguna de ellas dos en un intento de "rentabilizarlas" a costa de las familias de los seminaristas ni de los sacerdotes ancianos. Gracias a Dios, no podemos quejarnos en Asturias de mala gestión al respecto, pero sí por el conocimiento de otras diócesis donde la casa sacerdotal terminó no sólo por comerse los ahorros de toda la vida de muchos sacerdotes, sino incluso a la muerte de algunos con reclamaciones a las familias de lo que faltaba por abonar desde que sus "cartillas" habían quedado esquilmadas. Es terrible cuando olvidamos que nuestro fin no es el dinero, sino hacer las obras de un Dios misericordioso, cayendo a veces en las trampas del mundo. Por esto me alegra de corazón la propuesta de dividir la actual Casa Sacerdotal en dos, buscando una fuente de recursos para lograr que la pensión mensual que paguen los presbíteros residentes sea menor. Todos los sacerdotes deben tener derecho a vivir sus últimos años con dignidad, hayan sido párrocos de aldea o de villa, profesores de religión o capellanes de monjas; docentes universitarios o capellanes castrenses o de hospital, de familias acomodadas o humildes. Ahí están los voluntarios que sacan a pasear a todos los que pueden, tengan o no buenos ahorros.
La Casa Sacerdotal San José de Oviedo ha sido una de las grandes obras de esta Diócesis. Entre esos muros han sido y son cuidados los sacerdotes mayores, muchísimos han expirado bajo ese techo acompañados, arropados y mimados. Se trata de una verdadera obra de misericordia que va más allá de cualquier cuantía económica. En mi etapa como arcipreste del Acebo en mis primeros años de sacerdote, descubrí varios casos de compañeros que vivían en condiciones muy deficientes y que aún en esas situaciones no querían ir a la Casa; y es que, aún hoy existe un cierto "temor" hacia ésta, principalmente cuando se va acercando la edad de jubilación por ver en ella el "asilo" y el lugar donde esperar la muerte o, directamente, el principio del inapelable fin... Recuerdo una ocasión en que entré a la Casa para ir a la librería diocesana y había en el "hall" un sacerdote que llevaba una semana residiendo en la casa recién jubilado, le pregunté cómo estaba y me respondió: ''aquí estoy, como la escoba detrás de la puerta''. Es comprensible, aunque los sacerdotes de las nuevas generaciones creo que lo tenemos integrado como el lugar que nos espera si llegamos a cierta edad. Lo cierto es que para los sacerdotes de más de setenta años sigue siendo algo que no entra en sus esquemas. El nuevo Código de Derecho Canónico puso fin a la realidad en que los pastores ejercieran su cargo en activo de forma vitalicia, introduciéndose la llamada ''renuncia'' al oficio de párroco y al ministerio episcopal a los 75 años. Aquí en Oviedo tuvimos obispos no tan lejanos como Monseñor Baztán y Urniza, que murió en activo con 82 años, o sacerdotes como Don Belarmino Lorenzo Cabo, que murió a los 101 siendo párroco de Fano (Gijón) en 1971; o Don Álvaro Fernández Fernández, que falleció a los 107 años en 1988 siendo párroco en activo de Santiago de Abres. Aquello era lo normal; hoy ante la falta de pastores tanto párrocos como a obispos, a menudo se les pide que continúen más allá de los años recomendados para jubilarse, pero las cosas han cambiado totalmente en ese sentido.
Mi experiencia es que los sacerdotes pasamos la vida queriendo cuidar, pero a la hora de la verdad llevamos mal el que otros nos cuiden y nos recuerden aquello de: ''otro te ceñirá y te llevará donde no quieras''. Es normal: vivimos solos, nos volvemos independientes y con los años adoptamos más manías, rarezas y miedos... He conocido sacerdotes con "buenas" parroquias pasando frío en su casa, con buena pensión y comiendo mal; enfermos sin dejarse curar por no querer manifestar sus carencias ni moverse del lugar donde llevaban viviendo muchísimos años. Hay curas de libro, de cuento y de novela; la mayoría de ellos encomiables y admirables, pues al fin y al cabo fueron víctimas de sí mismos. Quizás el caso más duro y que más me marcó fue cuando aún siendo yo seminarista, acompañando a mi párroco a unos recados por el centro de Avilés, se nos acercó un hombre mal vestido y sucio; le faltaba una lente de las gafas y un calcetín. Mi cura -J.M.- se puso a hablar con él a su interpelación, y yo al ver que se conocían me aparté pensando que sería un pobre al que conocía y atendía, un vecino de su pueblo o algo así. Por no incomodar a aquel hombre me distancié un poco prudencialmente. Lo que sí ví y nunca olvidaré fue que mi cura sacó la cartera y le dió un billete nada habitual para un pobre ni para una atención callejera de éstos. Aquello me extrañó mucho, nadie en aquel tiempo por generoso que fuera daría esa cantidad... En cuanto se marchó aquel "pobre" le dije a mi cura: vaya propina le has dado, y mi Párroco contrariado y algo molesto me dijo: ¿sabes quién es?: un sacerdote; está en activo, es el párroco de tal sitio y mira cómo está de abandonado... Aquello a mi párroco era evidente que le dolió profundamente. Tiempo después supe que Don Atilano (Obispo Auxiliar de Oviedo entonces) había intervenido logrando ingresarle en la Casa Sacerdotal donde murió años más tarde. A su muerte se descubrió que en la casa rectoral donde vivía tenía un dineral guardado y, sin embargo, había vivido como un auténtico pobre y miserable... Lo que hace la cabeza y sus males cuando se estropea sin que nadie escapa a sus traiciones.
Otra vivencia personal fue estando de párroco de Cerredo y otras (Degaña e Ibias) y me sonó el móvil a las tres de la mañana, era una señora de un pueblo para decirme que su vecino -un sacerdote jubilado- estaba gritando de dolores en su casa y que preguntaron con quién hablar y les habían remitido a mi como arcipreste. Según colgué me vestí aprisa, me subí al coche y me fui rápido a casa del sacerdote. Efectivamente: los gritos se oían desde lejos. Llamé a la puerta, le dije que era Joaquín y que me abriera; él sólo me gritaba que me fuera y que le dejara morirse en paz... Yo le advertí: si no me abres la puerta rompo la ventana y entro... Eran casi las cuatro de la mañana y yo veía moverse las cortinas de las ventanas colindantes...Me lo encontré con un camisón de los que dan en los hospitales, la cama y la casa sucias y con un gotero acabado aún conectado a "la vía" arrastrando su soporte con ruedas... Me partió el alma aquella estampa. Le habían extirpado un riñón y le habían dado muy prematuramente el alta. Tuve que encararme con los sanitarios del hospital de Cangas afeándoles aquel abandono e indiferencia y ponerme en contacto con su familia y, lo más difícil, convencerle para irse para Oviedo a la Casa Sacerdotal. Le dije aquella noche: haz una maleta, mañana a las diez estoy aquí para recogerte y llevarte para Oviedo, si no haces tú la maleta te la hago yo sobre la marcha... Me llamó de todo -pobre, tenía miedo- e insistía en que me fuera, pero a la vez creo que vio que lo hacía por su bien y porque le quería. A la mañana siguiente cuando llegué ya estaba a la puerta de casa arreglado y vestido de "clerygman" con la maleta lista. Le ayudé a subir al coche mientras lloraba y me decía: ''déjame mirar por última vez la casa, déjame mirar por última vez el pueblo''...Yo le dije: te prometo que si en Oviedo te curas y te pones bien, yo mismo te traigo de vuelta. Así fue; mejoró y volvió, aunque luego ya sólo quería ir un par de días para las fiestas, para Semana Santa o algunos días del verano. La Casa Sacerdotal y la Capital fueron un descubrimiento para él: vivir con más compañeros y las dominicas, concelebrar juntos la misa y rezar en comunidad el rosario, pasear por el Oviedo antiguo... Le gustó tanto la Casa que Cangas ya le quedaba pequeño cuando volvía. Cuando me trasladaron a Lugones subía a verle con frecuencia o le bajaba a las fiestas; yo pensaba que nadie conocía su historia, pero una navidad que entré en el comedor a llevarle unos encargos, él me dijo: ''me tocó la lotería, son 3 euros, pero hay que ir a cobrarlos a San Antolín de Ibias''... Yo me reía porque quería regalarme aquella papeleta premiada, y en aquel momento Don Celso -''Parana''- que había sido el director de la Casa dijo en voz alta: ''La lotería tocote a tí el día que Joaquín te trajo arrastres p´quí y dejaste de pasar frío y fame''... Aquellas palabras de Don Celso me quitaron toda duda de si había hecho bien llevando a aquel hombre a "la Sacerdotal", al principio en contra de su voluntad. Yo no hice nada del otro mundo, muchos sacerdotes antes y ahora lo están haciendo: preocuparse por sus hermanos enfermos o descuidados para que tengan más calidad de vida. No es fácil lograr este propósito, pues cada cual tiene su voluntad: querer morir en su cama, en su parroquia, en su pueblo...
Nadie puede dudar del buen trato en esa Casa, pues son tantísimos los casos de sacerdotes que han ingresado muy enfermos -prácticamente desahuciados- y luego se les ha prolongado dignamente sus vidas; tantos sacerdotes nonagenarios y centenarios, tantos sacerdotes con enfermedades muy duras que han resistido más allá de cualquier cálculo humano por haber sido cuidados con tanto mimo en la enfermería de esa Casa. Recuerdo, igualmente, que cuando yo tomé posesión como párroco en Cerredo -en septiembre de 2003- ingresaba en la Casa Sacerdotal Don Julio Villanueva, fue muy enfermo y pensaban que iba a durar poco tiempo... Pues Don Julio falleció en septiembre de 2017... O Don Manuel Peláez, al que siempre le tuve un cariño especial por haber sido párroco de mi Pueblo antes de haber nacido yo: ingresó en la Casa muy grave tras un accidente en 1996, y falleció en 2020 a los 93 años. Y no digamos ya el residente más longevo que fuere Don Luciano López García-Jove, que se jubiló como capellán de las Teresianas de San Pedro Poveda en Oviedo y falleció a los 107 años en 1992... Tantos nombres, tantos rostros, tantas historias han pasado por y bajo esos muros... Así lo recordaba hoy en su conferencia con motivo de la fiesta de San Juan de Ávila D. Jesús Porfirio, que también fue director de la Casa y cuyas anécdotas y realidades están escritas en el libro de la vida y recogidas en su prodigiosa memoria y escritos...
Que San José que ayudó a caminar, hablar y descubrir las cosas de la vida al mismo Cristo, nos enseñe a saber cuidar en sus andares frágiles, en sus palabras lentas y en sus vistas cansadas a nuestros sacerdotes mayores, otros cristos en medio de nuestro mundo, los cuales han predicado con su palabra y vidas y ahora nos predican por su testimonio abrazado a la cruz.
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