Seguimos haciendo camino; así en este domingo XXVII del Tiempo Ordinario la palabra de Dios nos anima a caminar no sólo a nuestras metas cotidianas, sino que nuestro camino se haga seguimiento de Jesús, caminar tras los pasos del Señor; somos llamados a encaminarnos a Jerusalén. Para Jesús dirigirse a Jerusalén era poner rumbo hacia su final terreno; también nosotros hemos de saber hacer camino con el horizonte de la muerte terrenal presente. Vivir teniendo presente el final no nos quita la felicidad; es una trampa de mal vivir hacerlo de espaldas a la muerte, pues ello nos hace olvidar también que hemos de prepararnos para ese momento, y que llegará, pero ésta "no es el final del camino..."
I. Libres por la fe
La epístola que hemos escuchado como segunda lectura, corresponde al inicio de la Segunda Carta a Timoteo. Esta carta junto la dedicada a Tito son los textos más pastorales de San Pablo, y es que como vemos en los versículos proclamados hay una llamada concreta al celo por el anuncio del evangelio, por las almas, por la fidelidad al impulso del Espíritu Santo. Así lo pedía el apóstol: ''Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza''. Todos estamos llamados a ser propagadores de la fe, no sólo los pastores, sino todos los bautizados hemos de saber ser evangelizadores de nuestros entornos. Es una buena reflexión para este mes de octubre: mes de "las misiones". Si tenemos fe no es por elección nuestra, ni sólo por transmisión de nuestros mayores, sino principalmente, porque hemos recibido este regalo de gracia. Pablo insiste -a Timoteo y a nosotros-: ''Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor''. Si tenemos fe hemos de ponerla en alza, no ocultarla por temor al mundo. Y no tenemos fe en algo, sino en alguien: en Jesucristo mismo. Y éste nos libera, nos da una libertad verdadera: sólo Él nos hace libres. Somos exhortados a tomar ''parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios''. Al comienzo del curso pastoral cada cual tiene la oportunidad de buscar su lugar en la comunidad, en aquella dimensión en que se pueda echar una mano; no siempre es gratificante, también implica disgustos y penas, y es ahí donde ''tomamos parte en los padecimientos del Evangelio''. A Dios no le pasa desapercibido los que se implican y complican en la causa de su Reino, al igual que los que no.
II. Vivos por la fe
En la primera lectura hemos escuchado un fragmento de la profecía de Habacuc que comienza con un grito de lamento: ''¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves?''; es la pena del autor por Judá, que la contempla pisoteada y oprimida, sin derechos ni libertad. Es un texto que no está dirigido a nosotros; el profeta no habla al pueblo, sino que en todo momento conversa con Dios. Y así pone por escrito su queja a Yahvé, y lo que éste responde. Nuestra vida de fe pasa también por este camino; no sólo hablarle al Señor, sino saber guardar silencio para escuchar su voz, su respuesta, lo que nos quiere decir... La fe no sólo nos ayuda a vivir esta vida, sino que es la puerta para la vida que no tiene fin. El texto de Habacuc tiene un enfoque de queja y lamento, y es que nuestra vida estará plagada de injusticias frente a las cuales hemos de saber mostrar los valores del creyente, del que sabe cómo la realidad de Dios nos empuja a mirar más allá. Vivir sostenidos por la fe nos lleva a saber enfrentar las cuestiones del mundo con la única respuesta válida: Dios mismo. Necesitamos sumergirnos en la experiencia de Dios, no en teoría, sino en práctica.
III. Una fe ciega
El evangelio de este día es una catequesis sobre la fe, siguiendo la línea de los textos proclamados en este día. San Lucas nos presenta este relato sacado del capítulo 17 donde vemos dos partes bien claras: el ruego de los apóstoles y la parábola que Jesús les da a modo de respuesta. Para empezar vemos que sus discípulos toman la iniciativa, como nos dice el comienzo del text; cómo ya en aquel tiempo los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». Es el ruego, la oración, la petición que ha de brotar desde lo más profundo de nuestro corazón: ''Señor aumenta mi fe''. No seamos de esas personas que dicen que tienen mucha fe pero no la demuestran: vivamos la autenticidad y la calidad por encima de la cantidad. La fe no es algo simple, es en sí misma un reto para el hombre. Nuestra fe aumenta en la medida que crece nuestra confianza, como los niños cuando juegan y un amigo le dice al otro que cierre los ojos y se deje caer de espaldas, que él le sujetará para impedir que se haga daño. Ese simple gesto implica duda, cuesta dar ese paso de cerrar los ojos, y más aún de dejarse caer de espaldas. Más cuando uno después de fiarse se ve sujetado, seguro y salvo, siente el descanso no sólo de que no ha pasado nada, sino de que tiene un amigo en el que puede confiar ciegamente. A veces todo parte de algo pequeño y sencillo como la semilla de mostaza, que es minúscula y sin embargo termina convirtiéndose en un árbol robusto. Así es la Iglesia; un milagro de fe, que de un puñado de discípulos de Jesús temerosos hemos pasado a ser una innumerable familia que trasciende fronteras, culturas, razas y lenguas. No sabemos explicar la fe, como tampoco sabríamos explicar el amor: forma parte de nuestro ser. Hemos escuchado unas palabras muy fuertes: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar»; esto viene a decir que con fe todo se puede, no hay nada imposible; hasta plantar una planta del desierto en el mar lo veríamos por posible. Y es que nada hay imposible para Dios. Cuántas veces en nuestra vida hemos creído que no había solución que estamos ante un muro infranqueable o ante una propuesta imposible y acudimos al Señor a pedir luz, para que de nuevo Él nos ayude a posibilitar lo impensable, los pequeños milagros del día a día. La parábola del siervo, es una llamada que Jesús nos hace a hacer en nuestra vida sencillamente lo que tenemos que hacer sin trampas ni atajos. Ni buscar querer pasar por delante, ni quedarnos rezagados por detrás, sino saber estar en cada momento donde debemos situarnos y hacer sencillamente lo que nos corresponde y toca hacer. Hacer extraordinario lo ordinario no debería tener nada de especial, no debería lograr aplausos ni reconocimientos: hemos hecho nuestro trabajo. Sólo enfocando nuestro quehacer cotidiano con fe nos sentiremos plenos, sin necesidad de que nos den palmadas en la espalda, pues, en definitiva: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Hoy 2 de Octubre, es el día de los Santos Ángeles Custodios: felicitamos a nuestras Hermanas del Santo Ángel que están de Fiesta, al tiempo que invocamos a los ángeles; cada uno tenemos el nuestro que nos guarda en nuestro camino. El Ángel bendice -dice bien-, protege, acompaña... seamos pues como diría el Beato Luis Ormieres: "ángeles visibles para los demás".
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