El Sábado Santo en buena medida es la continuación del Viernes Santo; un tiempo de silencio para mirar a la cruz y de forma especialísima por ser el día de Nuestra Señora y esperar con Ella la noche de Pascua, queriendo acompañar sus horas de Soledad. En el Sábado propiamente, no hay ninguna celebración más allá de actos de piedad como son el rosario u otras devociones marianas, la Liturgia de las Horas con el oficio de lecturas, y poco más. Este año debido a la pandemia, pocas comunidades cristianas en España podrán iniciar la Vigilia Pascual a las doce de la noche como es costumbre muy extendida, por ello, al iniciar la celebración, el Sábado Santo ya va quedando atrás para entrar de lleno en el domingo de Pascua Florida. Sin embargo, pensando en los fieles de mayor y menor edad, se ha venido adelantando cada vez más la hora de comienzo de la liturgia de la noche santa de Pascua.
El Triduo Pascual, bien celebrado y vivido nos ayuda experimentar la alegría de forma escalonada a lo largo de los ritos del lucernario, así como de la liturgia de la palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística que nos sacarán del ambiente de austeridad vivido durante toda la Cuaresma y, en concreto, desde la noche de Jueves Santo hasta ahora. La Iglesia, en la penumbra de las últimas horas, sin flores, sin que el sacerdote nos dedique ''el Señor esté con vosotros'' (pues no lo teníamos con nosotros) y sin cantos alegres, se empieza a transformar de forma tenue una vez que el fuego bendecido es tomado con el Cirio Pascual y compartida su luz con toda la asamblea. Poco a poco las tinieblas desaparecen mientras el antiquísimo himno del "Exultet" nos hace vibrar el sentimiento que nos embarga a todos los católicos del orbe. Seguirá el "gloria" con el repique de campanas, el encendido de las velas, el adorno del altar... y todo se revestirá de solemnidad cuando el diácono al pedir la bendición al prelado para proclamar el evangelio de esta noche diga: “Reverendísimo Padre: os anuncio una gran alegría, el Aleluya”. Este es el canto de la Pascua; alabanza a nuestro Dios que por la entrega de su propio Hijo nos ha rescatado. Sólo Él ''muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida''.
Jesucristo hace nuevas todas las cosas, también la Pascua es nueva; ya no nos quedamos únicamente con el recordatorio del paso de la esclavitud de Egipto a la libertad tras atravesar el Mar Rojo para encaminarse a la tierra prometida, sino que festejamos nuestra propia liberación de la esclavitud del mal, del pecado y de la muerte mediante la muerte de Cristo, que pasó por el sepulcro para alcanzarnos la vida eterna en el Reino que no tiene fin.
Decía un religioso español que en la Iglesia actual nos hacen falta más discípulos del Resucitado, y menos discípulos de María Magdalena; quitarnos los lagrimones que nos impiden ver a Cristo vivo delante de nosotros. Es triste que acudan más fieles al Domingo de Ramos, al Jueves Santo, e incluso al Viernes santo, y, por desgracia, la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección -los momentos más importantes de la Semana Santa- tienen mucha menor presencia las últimas décadas. No hay que quedarse en la Cruz, sino saber dar el paso a la luz.
En esta Fiesta de las fiestas, y Solemnidad de solemnidades, renovamos las promesas de nuestro bautismo, conscientes de que unidos a Cristo en su muerte vivimos la esperanza de ser algún día adheridos a su Gloria. El Señor, resucitando, nos concede una nueva vida; nos permite renacer y llenarnos de esperanza, dado que nuestras cadenas han sido rotas y la muerte ya no tiene la última palabra. Jesucristo ha vencido sufriendo, muriendo y resucitando. Él ha bajado a la fosa, ha descansado en el sepulcro y ha descendido al lugar de los muertos para desde ahí alzarse victorioso. En estos días reina la alegría cuando caemos en la cuenta de qué es lo que estamos celebrando: ''porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos'' (Prefacio Pascual II)
''Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación''. Cristo es nuestra Luz, nuestra Palabra, nuestra Agua, nuestro Alimento, nuestra Salvación. Sólo Él es primicia de los que se durmieron, primogénito de entre los muertos, Alfa y Omega. Su cuerpo herido, torturado, deshecho, no llegó a conocer la corrupción de la muerte, sino que el Padre lo resucitó revistiéndolo de inmortalidad; con la resurrección corporal dejó el sepulcro vacío haciendo visible que ese templo destruido es resucitado al tercer día como anunció. Gracias a ello podemos nosotros también ahora andar en una vida nueva, resucitar espiritualmente y ponernos en camino para dar a conocer al mundo la verdad: ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos.
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