Este texto es una continuación del pasaje de los discípulos de Emaús, por eso se inicia el evangelio señalando que ''contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan''. Nuestra fe se cimenta en la resurrección, y así lo están experimentando los discípulos y las primeras comunidades cristianas en cada nueva experiencia con Jesús Resucitado. El Señor no deja a nadie indiferente, y aunque de entrada no se le reconozca a la primera, su fuerza de atracción es tal que termina por ser totalmente identificado.
El Señor se aparece deseando la Paz, mostrando su manos y pies, manifestando que tiene hambre para que no pensaran que era un fantasma ni un espíritu errante, sino Él mismo: vivo, de carne y hueso. Pasa por medio de puertas cerradas y, sin embargo, no es sólo alma, sino también cuerpo. Un cuerpo herido, y lleno de las marcas y cicatrices de nuestros pecados, pero palpable, ¡real! Jesucristo está vivo, y aunque resucitado, es exactamente el mismo que era antes de su muerte; ahora su corporeidad es otra. La resurrección es real y auténtica, de esta experiencia nacen las palabras del Libro de los Hechos de los Apóstoles: ''Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos''. Nuestra fe es apostólica, pues se sustenta de la fe de aquellos primeros discípulos que pudieron ver y tocar al resucitado.
Jesucristo vive, se ha cumplido lo que había anunciado. Ahora hemos de ser nosotros los continuadores y testigos de su causa. Como aquellos primeros que se llenaron de fuerza y Espíritu Santo para anunciar la resurrección, así hemos de testimoniar nosotros al mundo que esto no es una fantasía, sino todo un hecho real. Sólo Jesucristo es nuestro camino, verdad y vida... Hay salvación, hay perdón, hay futuro. El crucificado vive y nos regala la vida que no acaba.
La fe es creer en lo que no vemos; sin embargo, el Señor tuvo la misericordia de mostrarse a los hombres, los cuales al ser frágiles, necesitamos en ocasiones signos visibles. Así transformó Jesús nuestra incredulidad. Jesucristo está ya en otra dimensión, pero amolda lo divino a lo terreno en lo que respecta a su cuerpo para evidenciar su triunfo sobre la muerte. Los discípulos experimentan esta evidencia, no la de un muerto que ha revivido temporalmente como fue el caso de Lázaro -que volvió a morir- sino el caso concretísimo de Cristo que es el mismo, el de siempre, pero Resucitado y vivo ya para siempre. Adheridos a Él por la fe, por el bautismo, por su muerte y resurrección también nosotros somos llamados a la vida en gloria que este hecho nos otorga, cerrando con la muerte un día para esta vida el prólogo del gran libro de la vida eterna a la que la resurrección de Cristo nos convoca.
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