Domingo III de Cuaresma ya; vamos acercándonos al ecuador de este tiempo de preparación para vivir en plenitud los días centrales de nuestra fe. Este domingo la Palabra de Dios nos hablará sobre el cambio drástico que hemos de ejecutar en nuestra vida para avanzar y no estancarnos en nuestro camino
San Pablo sigue ayudándonos estos domingos para adentrarnos en el misterio de la Cruz, y así nos regala hoy la lección de la sabiduría del Santo Leño. Es un pasaje que el Apóstol describe en un momento de crisis en aquellos albores del cristianismo. Surgen divisiones en la comunidad, como ocurre en nuestras parroquias. Somos humanos, y la convivencia es una asignatura que siempre es mejorable. Pablo hace una llamada a la unidad; no hay cabida para la división entre los que compartimos la misma fe. Pero más grave aún es que esas divisiones tengan su origen en ver quién es más importante, quién se lleva el mérito o a quién le corresponde el mejor puesto en la comunidad. Jesús crucificado es el estandarte de la humildad, despojo y abajamiento hasta el extremo. Por ello cuando la soberbia, la envidia, el odio, la intriga, la maledicencia quieran campear en nosotros, miremos a la Cruz y aprendamos a ser mansos y humildes de corazón como el Señor.
Hay otro detalle de esta carta que no quisiéramos pasar por alto particularmente ejemplar en nuestro tiempo: el Apóstol nos revela algo importante al decir "me he enterado por los de Cloe"… ¿Quiénes eran esos? Pues una comunidad cristiana que como vemos tenía a una mujer como referente. No es que “Cloe” fuera la “párroca”, pero sí era un puntal fundamental de aquel grupo de cristianos. Esto nos sirve para ver cómo ni la Iglesia ha sido nunca machista ni San Pablo misógino. Las mujeres siempre han sido y serán un pilar imprescindible y fundamental de la Iglesia, empezando por María.
La primera lectura del libro del Éxodo nos muestra una idea que está presente en toda la Cuaresma y en la vida de cualquier ser humano anonadado en su esperanza: la tentación del volver a la esclavitud al igual que el preso que prefiere la cárcel a la libertad porque entre rejas tiene techo y comida. El fragmento de este texto no quiere ser una retahíla negativa o impositiva de la vida, sino una ayuda para avanzar sin tropezar en las piedras del pasado. En algunos cantos que empleamos estos días hablamos del Egipto seductor, de al mirar hacia atrás, etc… Cuando Israel alcanza la liberación no vive un camino de rosas, sino cuarenta largos años por el desierto con muchas y muy duras pruebas. En multitud de momentos es tal la desconfianza que tienen sobre la futura tierra prometida que llegan a añorar la vida miserable de esclavos bajo el látigo de los egipcios. En nuestra vida de fe a veces también ocurre esto; en cuanto nos confesamos o corregimos una mala conducta, pronto el demonio nos susurra: ¿para qué mortificarse? Disfruta de la vida que son dos días, vuelve al pecado, al barro, a Egipto... que la tierra prometida -la vida eterna- es un cuento y una quimera… No nos dejemos engañar, sino guiados por el Decálogo avancemos hacia la tierra que mana leche y miel.
Al tiempo, el duro evangelio de hoy nos muestra un presunto lado duro y no menos humano de un Jesús enfadado. Que no nos engañen los que nos lo presentan como un “tragatodo”, carameloso y aterciopelado que nos acepta de cualquier forma. No seamos mercaderes, ni fariseos, pues si no, se nos quitará a nosotros el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos, que cumpla y se esfuerce en la mejoría, la excelencia y la piedad que nos lleve a su Gloria… Cuántas veces convertimos el templo en mercado -también algunos curas- cuando no guardamos silencio al entrar o al salir, o en el Rosario o la misma misa. Cuando mercadeamos con una intención o celebración y pedimos distinciones, nombres renombrados, preferencias o privilegios. Nos olvidamos muchas veces que estamos en su presencia, en un suelo sagrado que nos llama a la humildad y a ponernos en sus manos sin condiciones ni contraprestaciones.
El evangelio es igualmente muy explícito al recordarnos que Jesús estaba subiendo a Jerusalén; esto es la Cuaresma, subir con Jesús a su destino: la cruz, para también con Él morir al pecado y resucitar. El Papa Francisco ha centrado en este detalle su mensaje para esta Cuaresma: "mirad, estamos subiendo a Jerusalén", que es lo mismo que decir saboread estos días y estas horas como cuando un ser querido afronta la etapa final de sus días y se valora hasta el más pequeño detalle, conscientes de la proximidad de la meta sin ataduras a lo económico ni traiciones al Señor. Jesús tiró al suelo las monedas de los cambistas, y es que también con las monedas de la falsa amistad será vendido él en pocos días.
Jesucristo afirma: "destruid este templo y en tres días lo reconstruiré". No lo entendieron, lo tuvieron por loco; ni sus discípulos comprendieron a qué se refería hasta después de su resurrección. Cuántas veces tampoco nosotros escuchamos ni entendemos lo que el Señor nos dice a cada uno en particular con su Palabra… Ojalá nos esforcemos en estar atentos y entender las palabras de vida que sólo pueden salir de su boca.
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