Con esta querida Solemnidad de "Santa María Madre de Dios" concluimos la Octava de la Navidad coincidiendo con el inicio del año nuevo civil, y lo hacemos de la mano de Aquella en la que contemplamos la faceta más hermosa de la mujer: la maternidad, que en Ella adquiere la mayor relevancia de la historia de la salvación para toda la humanidad. María, como portadora del Salvador, se hace madre de Dios y de todos los hombres. La encontramos discretamente en el Belén mirando con ternura a su Hijo que es al mismo tiempo su Señor: ''Tú nutres con la leche de tu pecho al que es tu Creador''.
A partir de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II (hasta entonces este día se celebraba "la circuncisión del Señor" que se realiza al octavo día del alumbramiento del niño varón), la Iglesia cayó en la cuenta de que a pesar de ser muchas las celebraciones marianas del calendario litúrgico, había un título principal que María ostentaba y que no se podía pasar por alto por ser el primero y fundamental; María es la ''Madre de Dios''. Pero, a mayor abundancia, los cristianos no llamamos madre a María desde hace cincuenta años, pues ya a mediados del siglo III los fieles rezaban esta hermosa oración: ''Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios''. Así los creyentes siempre tuvieron claro que María a pesar de ser una simple mortal era en verdad ''la Madre de Dios'', corroborado solemnemente en los concilios de Calcedonia y Constantinopla. Estamos ante un misterio enorme que sólo tiene cabida desde la fe. Los dogmas marianos: Inmaculada o Asunción, cobran sentido a partir de éste de la maternidad de María, pues es aquí donde se comprende su papel relevante en el plan de Dios y de nuestra redención.
No sólo decimos que María es Madre de Dios, sino que nos gusta subrayar que es ''Madre de Dios y Madre nuestra'', ya que el mismo Cristo nos la entrega como tal en los últimos momentos de su vida terrena, coexistiendo "otra" maternidad más de María; ser igualmente "Madre de la Iglesia", ya que como nos relata el Libro de los Hechos de los Apóstoles, acompañó con su oración los comienzos de las primeras comunidades cristianas.
En la epístola de San Pablo a los Gálatas hemos escuchado: ''Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial''. Bajo la ley, ciertamente, y es que Jesús nace en Belén y no en Nazaret donde vivía María, obedeciendo la ley y cumpliendo con la orden del censo que había dictado el Emperador. Jesús nace en un pueblo sometido por Roma, pero sobre todo esclavizado por el pecado. Dios hecho hombre no viene a nosotros de una galaxia lejana en un platillo volante, viene a nosotros por una mujer humilde y sencilla y que en aquellos tiempos no es que se considerase un ser "inferior"; las mujeres eran directamente irrelevantes y "propiedad" del varón, junto con los hijos y las posesiones. En la maternidad de María es el Dios mismo quien restaura la dignidad de la mujer. Podríamos decir sin rubor alguno que Dios por medio de María es el primer "feminista" ni político ni politizado en favor de la que es realmente la nueva Eva, la cual se convierte por elección directa del Creador en el instrumento indispensable de la obra de salvación de toda la humanidad.
En el relato del evangelio de hoy, al igual que con María, Dios distingue preferentemente a los más humildes; unos pobres pastores que dormían al raso fueron los primeros en contemplar al verbo de Dios hecho carne. Los últimos, los de las periferias, los irrelevantes que no cuentan en los criterios humanos y mundanos son, precisamente, los predilectos del Señor. En este texto de San Lucas se nos presenta a María no como la perfecta que lo controla todo o está por encima del resto; al contrario, la vemos tan "humana" como nosotros. Parece incluso que se asusta por la llegada y adoración de los pastores, como que ha olvidado lo que le había dicho en Ángel Gabriel; la vemos desbordada como cualquiera en su lugar, por eso el Evangelista es tan agudo describiendo los sentimientos -posiblemente encontrados- de esta madre buena y discreta: "María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón"...
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