La afirmación rotunda de Jesucristo es excluyente: “Yo soy… y nadie más”. Estamos acostumbrados a oír estas palabras del Señor, pero no siempre calamos en su sentido profundo, lo que nos ayudaría a establecer una relación personal con el Señor. Jesucristo no es uno más, por excelente que pudiera ser comparándolo con otros personajes. Jesucristo es singular, único, y no hay otra figura que se le pueda comparar. Tal singularidad radica en el hecho de que Jesús es el Hijo de Dios.
Que Jesucristo se presente como “el camino y la verdad y la vida” debiera hacernos caer en la cuenta de que no hay otro camino ni otra verdad ni otra vida que ofrezcan la seguridad y garantía que ofrece el Señor. La triple afirmación de Jesucristo es totalmente dinámica. No se trata de “ir tirando”, como a veces decimos, sino de vivir en plenitud y de caminar con decisión y total seguridad, porque con Jesucristo no hay margen de error, puesto que él es “la verdad”.
Gran desafío para el tiempo que vivimos, donde pululan incontables voces que gritan: “yo”, “yo”, “yo”. Los cristianos necesitamos injertarnos en Jesús (cf. Jn 15,5) y desde el Señor aprender a relativizar todas las cosas, puesto que el único absoluto es el que nos asegura: “Yo soy” (y nadie más).
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