- Hace un tiempo estaba viendo la televisión, concretamente una cadena asturiana, y vi una entrevista que hacían a un sacerdote. Este sacerdote estaba realizando una labor muy buena en sus parroquias: asistía a la gente ante sus muchas necesidades materiales, morales, familiares…. Me quedé viendo la entrevista hasta el final. En dicha entrevista se recogió la llamada de una feligresa suya, la cual alababa mucho a su párroco, pero lo hizo de un modo que me dejó un regusto amargo y de tristeza, ya que decía que los curas como él sí que ayudaban a creer y otros no, que hoy costaba mucho trabajo creer y que la fe recibía muchas heridas. Esta forma de pensar y de expresarse es normal en nuestra Asturias entre gente creyente, practicante o no practicante, entre gente agnóstica o atea. Y yo pienso: ¡Ay de mí, si para creer, tengo que esperar solamente de las obras buenas de los que me rodean! Una persona que crea exclusivamente por el testimonio de los otros (esto ayuda mucho, sobre todo al principio de nuestro caminar en la fe), esa persona tiene una fe infantil. La fe adulta es aquella que cree en Dios y en la Iglesia (a distinto nivel, por supuesto), espera en Dios y en la Iglesia, ama a Dios y a la Iglesia, no por lo que digan los demás, sino por lo que ellos mismos han visto y oído del mismo Señor. Recordad sino lo que decían los vecinos de la Samaritana: “Ya no creemos en él por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos le hemos oído y estamos convencidos de que Él es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 42).
Cuento esto muchas veces: hace unos años estaba en el despacho del obispado y llamó un señor preguntando por la oficina para apostatar de la Iglesia Católica (quería borrarse de ella). Yo le di el número directo y me dijo el señor. ‘Pero Vd., ¿no me dice nada?’ Y entonces le pregunté por qué quería borrarse de la Iglesia Católica y me contestó que en algunas ocasiones escuchaba la COPE (entonces estaba en esta radio de la Iglesia Federico Jiménez Losantos), Me dijo que no sabía cómo los obispos podían tener en una radio de la Iglesia a una persona que destilaba un odio y un veneno tan grande. Me dijo que, como los obispos y la Iglesia tenían a ese señor en la COPE, que él se quería borrar. Yo le dije que estaba de acuerdo con él en su apreciación sobre este locutor, que algunas veces ponía de penitencia a algunas personas estar una semana sin escucharlo (porque se llenaban de ira contra todo y contra todos), pero que a mí la fe en Dios y ese amor a la Iglesia me los había dado Dios y que esa fe y ese amor no me los iba a quitar ni Federico Jiménez Losantos, ni ‘Federica Jimena Lasantas’, que no me la iba a quitar ni el Papa Juan Pablo II, ni ‘la Papa Juana Pabla segunda’. Si Dios me había dado fe, yo no iba a permitir que me la quitaran los hombres. El señor me dijo entonces que él no había pensado las cosas así y que muchas gracias por mis palabras. ¿Qué hizo después? No lo sé. No supe más de él. Eso lo sabe Dios.
Si no tenemos un encuentro personal con Dios, no podemos creer con fe adulta y cualquier problema o circunstancia adversa o favorable hará que nuestra fe se tambalee. Ya lo dice el libro de los Proverbios: “No me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: '¿Quién es el Señor?'; no sea que, necesitando, robe y blasfeme el nombre de mi Dios” (Prov. 30, 8-9).
- El término Adviento viene del latín ‘adventus’, que significa venida, llegada. Jesús puede llegar de tres modos:
1) Como vino hace más de 2000 años, es decir, se encarnó en la Virgen María y se hizo hombre como nosotros.
2) Puede venir a nuestro corazón y a nuestro espíritu y nos comunica su amor a Dios, su fe, la alegría de la salvación, el perdón…
3) La última venida, bien sea de modo personal, con nuestra muerte, bien sea con el fin del mundo.
El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor. Sí, los creyentes tenemos que desear que Jesús venga a nosotros, bien del segundo modo, bien del tercero y definitivo. De hecho, casi las últimas palabras de la Biblia dicen esto: “Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” Así, lo decían todos los cristianos. Y a lo largo de la Misa lo decimos varias veces:
1) Tras la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”; 2) en el Padre nuestro decimos: "Venga a nosotros tu reino”;
3) Después del Padre nuestro decimos: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.
¿Cómo podemos hacer que Jesús venga a nosotros, como lo pedimos en este tiempo de Adviento?
¿Cómo podremos prepararnos para ese encuentro y adquirir sensibilidad para reconocer el paso de Dios a nuestro lado? Nos lo dice la segunda lectura que hemos escuchado. Hemos de practicar el ascetismo, o sea, quitar de nosotros todo aquello que nos embota la mente y el espíritu, todo lo que no es Dios, que no hace más que ocupar espacio: “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz […] Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos”. Pongamos ejemplos concreto para traducir a fecha de hoy lo que dice San Pablo en la carta a los romanos: no comer dulces navideños hasta el 24 de diciembre; no comprar lotería por si acaso tenemos la mala suerte de que nos toque, aunque sea la pedrea; no murmurar y perdonar en nuestro corazón; y sobre todo “vestíos de Jesús”, es decir y entre otras cosas, oremos más tiempo y con más calidad al Padre, y crecer en misericordia hacia los que nos rodean. Y todo esto, ¿por qué? Por lo que nos dice el evangelio: “Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. Y ese día se cumplirá la poesía de Thierry Maertens:
“Venga el día, Señor,
en que nuestra miseria
encuentre misericordia.
Venga el día, Señor,
en que nuestra pobreza
encuentre tu riqueza.
Venga el día, Señor,
en que nuestra senda
encuentre el camino de tu casa.
Venga el día, Señor,
en que nuestras lágrimas
encuentren tu sonrisa.
Bendito seas, Padre,
por aquel día
en que nuestros ojos verán tu rostro”.
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