(Iglesia de Asturias) Se acaba de presentar en el Vaticano un documento sobre la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación, bajo el título Ad resurgendum cum Christo. Está redactado ante el aumento del fenómeno de las cremaciones, y en él se recuerda que la Iglesia no es contraria a la incineración, pero prefiere la sepultura. Prácticas como esparcir las cenizas en el mar, o en algún lugar especialmente simbólico para el fallecido, “no van en la línea de la fe de la Iglesia”.
Se acercan las fiestas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, y rompiendo la tendencia, la sociedad vuelve su mirada sobre la muerte de los seres queridos que ya no están. Son días de visitas a los cementerios, de limpieza de lápidas y de renovación de flores y adornos. En el cementerio de Oviedo, por ejemplo, se celebrarán el lunes seis eucaristías, desde las nueve, hasta las siete de la tarde. Es el día, con diferencia, con más trabajo para el capellán, el sacerdote Manuel Fernández, religioso salesiano. Él observa desde fuera, en su labor de cada día, cómo se enfrentan los familiares a la pérdida de un ser querido, y reconoce que “hoy la muerte es una especie de tabú en el que es mejor no pensar”.
El capellán del cementerio de Oviedo reconoce que siempre procura, cuando asiste un funeral, recordar a los presentes que “hay que aceptar la limitación de la vida, y aprovecharla para que, cuando nos llegue el momento, podamos decir, como en el Evangelio, he hecho lo que he podido, siervo inútil soy”.
Como conclusión, el capellán del cementerio de Oviedo reconoce que “el desarrollo económico, especialmente en nuestro país, que ha sido tan rápido, ha hecho que nos acostumbremos a una vida de placer, de distracción, y a un nivel en la medicina, que hace que nos creamos casi inmortales, y cuando llega el momento de la muerte, se convierte en algo muy fuerte y conflictivo”.
Por eso, la labor de la Iglesia debe ser de “acogida y consuelo”. Así lo asegura el sacerdote José Luis González, delegado episcopal de Liturgia y capellán también de un tanatorio en Oviedo. En una celebración exequial como las que se celebran en estos lugares con frecuencia, “lo que se hace, en primer lugar, es dar testimonio de la resurrección de Cristo, que es lo que ilumina la vida del cristiano” Además, “se pide por ese hermano que ha partido, que no partió en dirección a la nada, sino que hay Alguien que le está esperando con los brazos abiertos. En tercer lugar, consolar a los que se sienten tristes por la partida de alguien a quien se quiere”, resume el sacerdote.Y este mensaje no es sólo para los cristianos. También las personas que no tienen fe pueden sentirse acogidas igualmente, porque “aunque no haya una dimensión de trascendencia, todos tenemos dimensión humana, y a partir de ahí podemos encontrarnos con las personas. Está en la delicadeza del capellán saber depositar una palabra de vida que pueda iluminar la situación de oscuridad o de muerte”, y es que los capellanes “estamos allí para evangelizar, anunciar el kerigma” –señala- que “puede caer o no en el corazón, pero eso ya no depende de nosotros, del sacerdote que está encargado de este servicio, que no deja de ser una periferia, y todas las periferias son duras”.
La “ternura”, el “saber acercarse y comportarse como un auténtico pastor”, son la clave de estas situaciones, tal y como asegura el delegado episcopal de Liturgia, porque “asumes la parte que te pueda tocar de lo que están viviendo esas personas para que, a través de tu mediación, que siempre es pobre, puedan sentir la caricia de Dios que les sostiene”. Algo que puede parecer muy complicado, incluso algo para lo que no todo el mundo está llamado, aunque José Luis González sostiene que “somos sacerdotes diocesanos, una especie de todoterreno, y no estamos solos. El Señor nos pone en el corazón la palabra que, después, a modo de semilla preciosa, depositamos en el corazón del otro”.
Sin embargo, lo ideal es que los difuntos sean despedidos en el marco de la parroquia, que es donde comienza la vida cristiana, con el bautismo, y donde suele transcurrir, hasta el final. Las próximas celebraciones recuerdan especialmente a los seres queridos que ya no están, pero la Iglesia propone una manera de recordarlos durante todo el año: “La oración por los difuntos siempre ha sido importante en la vida de la Iglesia –explica el sacerdote José Luis González–. Podemos recordar aquel diálogo que tuvo santa Mónica con san Agustín, al borde de la muerte. La madre les decía a los hijos: “hijos no me importa dónde me enterréis, lo que sí os pido de corazón es que me recordéis siempre en el altar de Cristo”. “Y es que –dice– recordamos a nuestros difuntos en el corazón de Cristo, que es donde brota la vida, para que participe de ella”.
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