El año jubilar termina, la misericordia no acaba
Entre el domingo pasado y el domingo que viene, se está clausurando en la Iglesia el año jubilar dedicado a la misericordia. Nosotros lo hemos hecho el pasado domingo en la Basílica de Covadonga y en la del Sagrado Corazón de Gijón. El sábado próximo lo haremos en la Catedral de Oviedo. Todo comenzó hace un año para empaparnos de aquello que debería siempre permear nuestro corazón: que Dios tiene entraña de misericordia. Así el Papa Francisco convocó un año dedicado precisamente a este júbilo que nos vuelve al corazón misericordioso del Señor. Algo tan antiguo y sin embargo tan pendiente de reestreno siempre. El Papa recordaba una parábola importante al respecto: «“¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?” (Mt 18,33)… La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia» (Misericordiae vultus nº 9).
Mirando nuestro mundo hace que nos apercibamos cómo en el corazón de las grandes ciudades, así como en las periferias de tantos rincones de la tierra, aparecen retos que nos desafían a ser esa parábola viva de la misericordia de Dios. Quizás la dureza del camino termine endureciéndonos el alma. Porque son tantas las escenas inhumanas que a diario hemos de ver, o escuchar en el gran escenario del mundo como en el pequeño patio particular, que terminamos parapetándonos en nuestro refugio o trinchera: la indiferencia, la huida, la inhibición, nos imponen la coraza impenetrable, incluso piadosa, para evitar el reclamo desde heridas y gritos de una humanidad demasiado dolida, confusa y abusada.
Dice el Santo Padre que «es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia... En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia» (MV nº 12). Es un texto precioso que nos emplaza precisamente a manifestar ese rostro lleno de la bondad paciente con el que nos contempla Dios, a fin de poder nosotros transparentarlo.
En uno de los pasajes más conmovedores de San Francisco de Asís, el Poverello se dirige a un fraile con responsabilidades de gobierno que tenía dificultad en la convivencia con los demás hermanos, y sentía la tentación de escaparse a vivir a un eremitorio para llevar una vida muy centrada en Dios… pero sin los hermanos. Entonces San Francisco le dice: «no quieras de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé… Y que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia, si te la pide. Y si él no pidiera misericordia, pregúntale tú si la quiere» (Carta a un Ministro, 6-10).
Somos icono y palabra de la misericordia de Dios, y esta es la mejor garantía de que hemos logrado vivir en el aquí de nuestros lares y en el hoy de nuestros días, esa gracia de un año que nos ha hecho más misericordiosos: eso glorifica al Señor y se torna en bendición para los hermanos. Obviamente, esa llamada no tiene fecha de caducidad, pues siempre, siempre, estamos llamados a ser imagen y semejanza de quien tiene esas divinas entrañas. El año jubilar termina, pero no nuestra vivencia de la misericordia.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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