Mi queridísimo hermano y compañero en el sacerdocio, D. Joaquín, mis queridos hermanos y hermanas de la cofradía de Nuestra Señora de La Soledad y del Cristo de la Piedad, queridos feligreses de esta parroquia de San Félix de Lugones, hermanas y hermanos todos, iniciábamos ayer con el llamado "viernes de dolores" una Semana Santa más ... y digo una más ... que no una menos, porque los cristianos tenemos la bendita costumbre de ver y contar cómo se pasa la vida, tan callando que diría el poeta, siempre en términos y cálculos positivos y por eso hacemos cuenta no de una botella medio vacía sino de un cáliz desbordante y siempre lleno del mejor y más maravilloso vino, el buen vino que nos regala en cada Eucaristía Cristo como hiciera en aquellas bodas entrañables de Caná de Galilea.
Iniciamos una semana única, muy esperada y preparada porque como a aquel Principito le explicaba de un modo tan pedagógico su nuevo amigo el zorro, en la célebre obra de Saint Exupéry, somos muy conscientes de que ya en la espera de la venida del amigo encontramos la alegría, y más si el amigo viene a salvarnos. Pues bien, esa espera la ha constituido precisamente para todos nosotros la preparación de este tiempo de Cuaresma. Así estos cinco domingos cuaresmales nos ha traído en el tiempo a dónde ahora estamos, haciéndonos recordar de dónde venimos y permitiéndonos mostrar a los demás quienes somos, sin tibiezas a la hora de confesar y celebrar públicamente nuestra fe, publicidad ésta que extrañamente parece herir sin embargo hoy día a algunas almas selectivamente sensibles.
En tiempos donde afortunadamente todos los puntos de vista han de ser tenidos en cuenta y todos los derechos defendidos, incluidos algunos más bien tristes, que tristes han de ser los derechos en cuya defensa se pone a morir a un indefenso niño no nacido, al que por negar se le niega hasta el mismo título de "niño", el mostrar públicamente la fe en el único Dios de la vida parece ser curiosamente algo cada vez más controvertido.
Quizás deberíamos explicar a estos hermanos, en primer lugar que lo son, son hermanos, y así los consideramos, aunque no pertenezcan, ni quieran, ni comulguen con este rebaño. Deberíamos aclararles que para nosotros es imposible el no hacer pública nuestra fe porque la fe si es fe verdadera no se oculta, sino que se vive y se muestra, aunque jamás se imponga, como hacen talibanismos, yihadismos y laicismos radicales varios. Y es que ahora por llamar, parece que se llama fe a cualquier cosa, y por defender se defienden hasta ideales tan rancios que llegan a impulsar a manipulados jóvenes a asaltar capillas mientras los que los azuzan se quedan, seguros, en un segundo plano, bueno o los pillan en un primer plano indeseado y así sin esperarlo son condenados.
Deberían de conocer estos queridos hermanos nuestros, aunque no se sumen a la fiesta, el porqué nosotros este 27 de marzo de 2016 celebraremos una vez más la fiesta mayor más maravillosa que un ser humano pueda celebrar. Una fiesta que nos recuerda que Alguien nos quiere tanto que después de habernos creado por Amor y solo Amor, por Amor no nos abandona ante el desastre del pecado sino que se encarna y en el Hijo se hace hombre en cada ser humano para, desde nuestra misma humanidad, abrazarnos y así poder salvarnos.
Dios, en Jesús de Nazaret su hijo, nos regaló lo mejor que nos podía dar porque nos regaló su amor hasta dar la misma vida y además nos regaló la Eucaristía, para que podamos retenerle con nosotros, y por regalar también nos regaló a los Sacerdotes, para que sigan recordando lo que Jesús hizo y dijo despidiéndose aún sin haberse marchado.
Seguro que a todos nos gusta recibir regalos y darlos, ¡como no!, pero todos sabemos que es precisamente el cariño que se pone en los regalos lo que más valoramos, lo que vale más que todos los regalos juntos. Si una persona que te quiere te regala un beso, con él ya te ha entregado todo su amor. Si un amigo te invita, ya te ha entregado su amistad. Si Jesús nos entregó su cuerpo y su sangre, es que nos ha regalado también su vida y ha muerto para que también nosotros vivamos eternamente por él, con él y en él.
¿No os dais cuenta? cada regalo de Jesús es como si viniese con una dedicatoria personalizada, "Es para ti, con cariño de tu mejor amigo: Jesús... ojalá os améis tanto entre vosotros como yo os he amado".
Por eso no se puede estar rodeado de amor, y rebosar egoísmo, no se puede recibir calor, y sentir frío, no se puede comulgar y retener a Jesús sólo para nosotros porque hay que comunicar amor y calor y compartir todo lo que somos y tenemos. Por eso celebramos la Semana Santa públicamente porque el amor, el calor, el pan y el vino, ..... son de todos. Y mientras no llegue para todos, y lo repartamos entre todos Jesús seguirá muriendo. Como muere en cada campamento de refugiados, ese rosario de topónimos como Igoumenitsa, Idomeni, Lesbos, Mitilene antes desconocidos para muchos y ahora casi tan manidos como olvidados. Un día le pedirán cuentas a esta Europa de mercancías y mercaderes sobre lo que hacíamos nosotros mientras los niños y sus familias, no importa de qué credo, simplemente morían esperando una ayuda que nunca llegó. Porque en cada alambrada acerada y lacerante está Cristo colgado y de nuevo crucificado.
Y por eso la Iglesia que es Madre, y madre buena, nos ha querido regalar una semana especial en la que recordemos, vivamos y celebremos todo este memorial que nos ayuda a experimentar la realidad tan maravillosa de un Dios cercano, que es una experiencia tan grande que las meras palabras no bastan para abarcarla y por eso necesitamos más, necesitamos gestos, signos, rezos, olores, cirios, procesiones, emoción, pasos de Semana Santa.
Y me pregunto ahora hermanos ¿cómo contaros una historia tan sabida y ya tantas veces contada?, porque la historia que esta semana revivimos viene de muy antiguo. De hecho la cosa la cosa comenzó de modo inesperado un viernes 7 de abril del año 30, hace ya 1986 años cuando un héroe, sin rayos láser o espada, que es el protagonista de la mejor película de nuestra vida, un súper héroe que no vestía capa sino andrajoso manto púrpura de burla, fue coronado de espinas en una ciudad tres veces Santa.
LOS PROLEGÓMENOS
La cosa estaba muy revuelta en Jerusalén. La verdad es que desde hacía algo tiempo el asunto no parecía pintar nada bien para aquella pandilla extraña que seguía a un más extraño Galileo que había tenido la osadía de afirmar que en su corazón latía Dios. ¡Ay aquellos hombres del norte, decían algunos en Jerusalén, qué cosas defendían, ¡que Dios se había encarnado, qué locura!, sería el calor de Galilea, sería, que en ellos hacía mella!
Y si echásemos una mirada atenta a los miembros de aquella curiosa pandilla, desde luego la cosa pintaba mal, pintaba fea...
LA EXTRAÑA PANDILLA
Había un tal Felipe con tal empanada mental que es que no se enteraba absolutamente de nada. Dos hermanos geniudos Juan y Santiago a los que llamaban los hijos del trueno y que para más INRI, nunca aquí mejor dicho lo de INRI, llevaban a la madre de manager, la cual aprovechaba cualquier momento para pedirle al Señor, pues eso, puestitos de preferencia para sus retoños en el nuevo reino que al parecer instauraría. Y eso que sus hijos no habían cursado ningún master y eran pescadores rasos. Entre ellos no faltaba incluso un amigo proto traidor llamado Judas, quien por cierto ejercería como tal de un modo consumado, y otro amigo que aún siendo amigo de verdad le negaría, ¡vaya joya!, testarudo como él solo, haciendo honor a su nombre de piedra, tan dura seguramente como su mollera curtida por el sol. Éste era Pedro el hermano de otro seguidor llamado Andrés que en realidad fue quien primero había encontrado al Señor. No faltaban tampoco algunas mujeres exaltadas e inteligentes, intrépidas y aventureras que no se resignaban a su papel de mujeres hacendosas de su tiempo. Destacaba una tal María de Magdala, tan voluble un tiempo como ahora tan cristianamente entera. Estas mujeres desde luego no se resignaban a su papel doméstico de coser y bordar tras celosías. De vivir hoy día seguro que querrían pilotar aviones, dirigir empresas y hacer tantas cosas que las mujeres en igualdad de condiciones pueden hacer igual o mejor que los hombres, que el sano feminismo - que no el otro - no comenzó el otro día, y ya está incluso presente en la Biblia.
El elenco sui géneris lo completaban algún que otro terrorista anti romano, un funcionario de Hacienda en excedencia llamado Mateo y una maravillosa madre coraje, humilde, callada y sufriente mujer de Nazaret, cuyo nombre era María, María de Nazaret, a secas. Y entre tanto adulto sobresalía de modo especial un joven inocente, Juan, casi un niño que solía escaparse de su casa cada sábado, puede que a escondidas de sus padres, para acudir a aquellos maravillosos macro botellones místicos que un tal Jesús de Nazaret organizaba entre los olivares de Getsemaní, junto a una antigua almazara, a un escaso tiro de piedra.
Aquella semana habían venido todos de Betania, donde Jesús paraba en casa de tres hermanos, dos chicas y un chico un poco “pijos”, ricachones vaya, pero muy queridos, tan queridos que al chico hasta le había devuelto en una ocasión la vida, tras llorar su muerte no con pocas lágrimas. Ahora los cuatro, ellos y Jesús, no se separaban. Le acompañaron también aquel domingo cuando entraba a lomos de un borrico aplaudido y jaleado por todos a través de la llamada Puerta Dorada.
LA DOLOROSA PASIÓN
Ahora entraban a la ciudad por otra puerta llamada "la puerta del agua", donde hoy se halla San Pedro in Gallicantu, y se dirigieron a una casa de la parte alta para celebrar allí en el segundo piso la esperada y entrañable cena de la Pascua. ¡Pero qué maravillosa cena fue aquella en la que hubo regalos para todos, hasta un lavatorio de pies a Pedro! y cuando Jesús pronunció su bendición sobre aquel pan y aquel vino, ya nada sería igual en el futuro de la humanidad, porque ahora en aquel pan era Dios mismo, os dais cuenta amigos, ¡era Dios mismo quien se nos regalaba!
Tras la alegría de la cena, cruzaron el torrente Cedrón y todos juntos se fueron a orar al aquel sitio que al Maestro tantísimo le gustaba. Cuántas noches habían pasado allí, pero aquella noche estaba escrito que no sería una de tantas. En Getsemaní había una antigua almazara y de ahí su nombre, “gatse-maní”, la "prensa de aceite". Allí como solía hacer les instó a rezar, pero ellos no pudieron, se durmieron por el cansancio de la vida y del momento y no pudieron (o quisieron) velar con él. ¡Qué ingratos amigos y qué solo se sintió entonces nuestro nazareno! Llegó a sudar hasta sangre de la angustia, del horror, del miedo, que si en su corazón latía Dios, su humanidad en él presente no era menos. Vinieron a por él y aquel infausto Judas con ellos. ¡Pero qué beso más feo y triste, casi de sapo, fue el que el traidor plantó en la mejilla a su Maestro, entregando así a un hermano y al mismo Hijo de Dios bajado del mismo cielo!
Lo llevaron ante Caifás, aquel Sumó Sacerdote ciego a la verdad que no dudó en condenarle, sin justicia y sin remedio. Pero no podían matarle, ellos no, según la ley romana. Y por eso de Caifás pasó a Pilatos, de Pilatos a Herodes y de Herodes a Pilatos de nuevo. Maldito aquel que se lavó las manos, ¡pero qué torpe, qué ciego fue, desentendiéndose de aquel hombre justo al que hasta su mujer Prócula reconoció como Santo! Entonces le mandó azotar y le dejó hecho un Ecce Homo, pero de nada sirvió, porque aquel pueblo odioso quería aún más sangre y deseaba ver morir al reo.
EL DRAMÁTICO MOMENTO FINAL
Le habían azotado tan cruelmente que en su boca todo le sabía a sangre. Luego le pegaron aún más y se burlaron de ÉL y le escupieron aquellos malvados soldados que con él jugaban al cruel juego llamado "Basileos". Le pusieron un casco de espinas que le destrozo la piel de su cabeza, y le cubrieron con un manto andrajoso. No había dormido, tenía fiebre y tiritaba de frío. No había comido ni bebido nada y estaba muy débil. Se lo llevaron fuera de la ciudad, como a los malhechores que le acompañaban.
Ahora iban a matarle atravesando sus manos y sus pies con unos enormes clavos que le sujetarían a un madero. Lo sabía. Pero antes aún le hicieron llevar sobre sus hombros hasta el lugar de su ejecución aquel pesado travesaño. Era fuerte porque era un hombre sano acostumbrado al trabajo duro de TEKTON... piedra y madera, era un obrero artesano. Pero ahora ya no podía más y se caía. Su mirada se cruzó con la de un tal Simón de Cirene, el padre de Rufo y Alejandro. La vida de aquel cireneo cambió para siempre. A llegar al lugar le desnudaron totalmente, otra humillación para ÉL que era judío. Sin miramientos le clavaron los pies y las manos al madero. Su cuerpo era ahora puro dolor, un dolor tan intenso que le nublaba la vista pero no el sentido: "Padre perdónales... porque no saben lo que hacen". Pero sí, sí que lo sabían aquellos mal nacidos. Cuando le levantaron en la cruz pudo ver la ciudad Santa rodeada de murallas, aquella ciudad que tanto quería y que ahora le mataba... Aún tuvo tiempo de abrazar a Dimas con la mirada desde su madero y prometerle el paraíso... Luego miró a Juan y a su Madre ... y la hizo Nuestra.
Y entonces ya no pudo más... dio un fuerte grito de dolor, de pena, de pura humanidad desgarrada y entregó su vida a QUIEN se la había dado...
Y a mí, hermanos, casi se me arrasan ahora los ojos en lágrimas mientras os leo esto porque yo le conozco muy bien, porque yo soy de su familia, porque yo estaba allí... y tú y todos los cristianos que aquí estamos y le seguimos... y le queremos...
¡Cómo no vamos a poder procesionar su precioso cuerpo muerto, cómo no vamos a poder mostrar al mundo la grandeza de su entrega mis queridos hermanos cofrades del Cristo de la Piedad de San Félix de la Parroquia de Lugones! ¡Cómo callar cuando hasta las piedra del camino querrían gritar ante tanto dolor, tanta muerte, tanto atropello!
Ahora ya se acabó el dolor para ÉL, su cuerpo destrozado yace inerme sobre la fría piedra de un sepulcro...
Y LA MADRE ESTABA ALLÍ…
Y mis queridos cofrades de la Soledad, allí, al pie de la cruz estaba María, junto a su niño. ¡Y allí estáis ahora con ella cada año, qué Dios os lo pague!
A aquella Madre le volvían a poner a su Niño en brazos,... ¡pero qué diferente esta escena de aquella de Belén! En el establo, bendito albergue improvisado, un tembloroso José de Nazaret le había puesto en sus brazos a aquel niño pequeñito y ensangrentado, recién nacido, al que ella fue limpiando y cubriendo con besos amorosos de madre. Ahora también se lo pone en brazos otro José, el de Arimatea, y ella también cubre al hijo de besos... porque sigue siendo su Niño ... y ahora también está ensangrentado, ensangrentado, frío, destrozado y muerto... Y María se acuerda de aquellas primeras noches tan felices acunándolo, ¡acunando a Dios! mientras José los miraba a ambos arrobado.
Ahora abraza al Hijo muerto y le susurra al oído de nuevo aquellas nanas de antaño, las que calmaban al Niño mientras dormía en sus brazos.
¡Duerme mi Niño, duerme mi dulce Jesús... shhhh, ya pasó, ya pasó... ya nadie te hará más daño!
Y se le rompe el corazón con siete cuchillos clavados, porque ¡no hay dolor más grande que el de esta Madre Nuestra acunando al Hijo muerto en su materno regazo!
¡Madre de la Soledad, Madre del llanto, como no sufrir contigo, como no acompañarte y llevarte en andas, si pudiésemos volando, para llevarte al encuentro glorioso con tu hijo resucitado!
EL OTRO NAZARENO, TAMBIÉN NUESTRO…
Y no puedo ni quiero terminar este pregón sin dejar de recordar al gran Santo que hoy celebramos. La verdad es que aunque sé que no puede ser, en cada Semana Santa suelo echar de menos un paso o al menos unas simples y humildes andas para llevar tras nuestro NAZARENO a este otro nazareno que también es nuestro, y a quien hoy festejamos, de quién sabemos muy poco y de quien ahora comparto con vosotros, ya para terminar, cómo yo me lo imagino.
Vivía muy cerquita de la casa de los padres de María, a escasos metros, un poquitín más arriba, en aquel pequeño villorrio de Nazaret en Galilea. Su hogar era sencillo pero digno. No en vano su profesión de TEKTON, artesano de la piedra y la madera, le cualificaba de modo especial para la construcción y la carpintería. Aunque los evangelios apócrifos y leyendas posteriores le retrataron como a un anciano protector, seguramente era joven, muy joven y muy enamorado de su aún más joven vecina “Myriam”.
Joaquín y Ana, los papás de María, le verían con muy buenos ojos como futuro esposo para su hija porque era bueno, trabajador cualificado y piadoso judío, lo que se diría hoy día todo un estupendo partido.
Tal como era su ferviente deseo, acabó prometiéndose con María, cuando los padres de ambos decidieron, según la tradición, arreglar de común acuerdo el desposorio.
Pero todavía no estaban casados y por eso él, muy discretamente, la miraba pasar todos los días camino de la fuente y cuando nadie le veía (por aquello del que dirán tan propio de los pueblos pequeñitos), salía corriendo a su encuentro al retorno del alejado manantial. Con delicadeza la rescataba del peso de aquel enorme cántaro de barro que a duras penas María transportaba sobre su cabeza. Ella entonces le sonreía tímidamente y le miraba por un breve instante a los ojos.
A él entonces se le llenaba el alma de aquella mirada limpia mientras miles de mariposas parecían revolotear en su estómago. La verdad es que a José se le hacía eterna aquella espera, ¡cómo la quería, qué enamorado estaba de ella!, ¡cuándo llegaría el día en que por fin podría ir a buscarla para llevarla a su casa y formar, ya para siempre, una bendita y enamorada familia, su familia!
Aquel joven nazareno entonces aún desconocía que sí, que formarían una familia, pero desde luego no como él la esperaba, porque la suya sería nada más y nada menos que la "Sagrada Familia".
Cuando El Espíritu Santo hizo acto de presencia en sus vidas, lloró desconcertado al no entender lo que pasaba. Más tarde fue, soñando, cuando entendió, confió y al fin comprendió todo aquello que les ocurría. Se fue a buscar a María, ya embarazada, la abrazó y la hizo su esposa. Y fue entonces cuando él dijo también, "sí Señor” - como su esposa María - “hágase en mi vida tu Palabra ... y que no se haga la mía”.
Cuando nació aquel precioso niño, “su niño”, aunque no fuese fruto de su carne, le quiso con absoluta locura. Y el niño le quiso a él con la ternura con se quiere a un padre terreno, así que aquel primer “papá” que El Niño pronunció mientras le sonreía, le traspasó el corazón de una alegría infinita. Y jugaba con Él, y le abrazaba, y le besaba las manitas y le mordía cariñoso las orejitas mientras dormía. María solía regañarle dulcemente porque a veces el carpintero le despertaba al Niño con aquellas carantoñas y ternuras suyas de joven padre embelesado.
En ocasiones, ya en aquellos primeros días en Belén, mientras María agotada dormía profundamente, el nazareno se levantaba sigiloso y tomaba al Niño en brazos de aquella cunita improvisada que él mismo le había construido. Con sus fuertes manos de artesano, abrazaba con suave ternura masculina al Niño recién nacido. Se lo acercaba a su corazón y luego le llenaba de besos, siempre temeroso de pincharle con sus jóvenes barbas.
Una noche, a la débil luz de la lamparilla de aceite, cuando estaba más embelesado que nunca en la contemplación de su Niño, y con el rostro muy cerca del de la criaturita, Jesús abrió los ojos y pareció mirarle. Al galileo se le abrió la boca de admiración mientras sus ojos se encontraban. De pronto El Niño, en un gesto inesperado, levantó la mano hacia su cara y comenzó a acariciarle la barba y las mejillas. Al recordar entonces a quien tenía en brazos, y que no era sino a Dios a quien mecía, el joven nazareno sintió de nuevo en su estómago aquellas mismas mariposas que le hacían cosquillas al mirar a su esposa María.
Entonces El Niño le sonrió abiertamente mientras le seguía mirando con aquellos despiertos ojos suyos que, de no ser por su tierna edad, hubiesen parecido inteligentemente agradecidos. Al joven galileo le comenzaron a fluir las lágrimas mientras le devolvía la sonrisa al Niño, le acercaba más contra su pecho protector y le cubría la carita de besos. El Niño le tomó su dedo índice, lo aferró de modo instintivo y terminó durmiéndose, con aquella celestial sonrisa en su boca, al amparo del calor del cuerpo de aquel que no siendo su padre su Padre del cielo le había regalado.
Luego con los años, al atardecer y siempre después de aquellas largas y calurosas tardes de verano del norte en Galilea, era estampa habitual ver por Nazaret al joven con su Niño "a recostines" como diríamos en asturiano, correteando por aquellas mal empedradas calles, cuesta abajo y cuesta arriba, entre las risas de los otros niños y la sonrisa cómplice y divertida de María que contemplaba aquella escena mientras su corazón se derretía...
Nadie imaginaría jamás que en aquel rincón del mundo se hallaba el hombre más feliz de la tierra, el único hombre que podría presumir en un discurso ante la ONU de haber acunado a Dios y de haberle cambiado los pañales. Ese hombre es José, San José de Nazaret el Joven padre a quien hoy celebramos y que tuvo la suerte de criar y arrullar a Dios en su carpintería.
A buen seguro que Jesús el Cristo le habrá ya devuelto en un porcentaje infinito las carantoñas que aquí en la tierra le prodigó siendo Niño, porque ahora ya es la mano de Dios la que le acaricia el rostro eternamente ... y sus santas barbas nazarenas!
¡Feliz día del Padre a todos y enhorabuena a los Josés, Pepes y Pepas y Josefinas.
¡Hermanos muy feliz y muy Santa celebración de la Semana Santa! ¿os dais cuenta?.. ¡pero qué grande es ser cristiano!
Constantino Bada Prendes
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