El cuarto, ya saben: “honrar padre y madre”. Cuando fallecen, gente hay que dice eso de que “ya hicimos todo lo que había que hacer”. No es así. Cuando fallecen ha terminado una parte de nuestras obligaciones hacia ellos, y si quieren no la más fundamental.Seguimos teniendo obligaciones, no pequeñas, y para siempre.
Me atrevo a señalar tres obligaciones que nos quedan con nuestros padres, abuelos, tíos, parientes una vez que han fallecido:
1. Cuidar y venerar su memoria. Preocuparnos de sus cosas, sus papeles, su casa con toda dignidad. No son infrecuentes las risas, la broma o la burla de las cosas de quien se fue. Salir al paso si alguien no hablara bien de nuestros seres queridos, y si algo hicieron mal, al menos exigir silencio y respeto. Aquí también colocaría el dar a conocer su vida y su historia a las siguientes generaciones:contar cosas de los abuelos a los nietos, mantener vivo su recuerdo agradecido.
2. Cuidar y venerar sus restos. Acudir al cementerio, procurarles una sepultura digna que se mantenga limpia, cuidada, aseada, con unas flores de cuando en cuando.
3. Rezar por el eterno descanso de su alma. Ya saben esa extendida moda de mandar a cada difunto automáticamente al cielo, o esa otra según la cual el purgatorio ha dejado de existir. Cuando se nos va un pariente, qué menos que comprender que tenemos la obligación de encomendarle en nuestras oraciones y encargar sufragios por su alma.
En la vida del pueblo cristiano estaba tan arraigado que en muchísimos lugares se celebran por un difunto al menos las misas de cuerpo presente, novenario y aniversario. Cuántas familias encargan por sus parientes misas mensuales e incluso genéricamente “por las obligaciones que tengo con mis difuntos”. Muchos lugares en los que la oración por las ánimas era de obligado rezo cada día pensando en los que a-un estaban penando antes de llegar definitivamente a la patria celestial.
Son nuestros padres, nuestros hermanos, los tíos, los abuelos. De ellos recibimos la vida, el cariño, las cuatro cosas materiales que nos legaron. Su muerte no acabó con nuestra relación. Hoy, cuando pasan los años, nos queda recordar y transmitir su recuerdo a los que vienen, acudir alguna vez al camposanto, seguir rezando y encargando sufragios por su alma.
El cuarto mandamiento no acaba en el sepulcro. Desde el sepulcro tiene otra dimensión y otra tarea. Es el cuarto mandamiento. Honrar padre y madre. Siempre. Y confiar que algún día otros lo hagan por nosotros.
Jorge Glez. Guadalix
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