III VIERNES DE CUARESMA
(Os 14, 2-10; Sal 80; Mc 12, 28b-34)
TRES LLAMADAS
“No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos” (Os 14,3).
“No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto” (Sal 80).
“Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,32-33).
CONSIDERACIÓN
Las tres llamadas son concéntricas y se polarizan en la afirmación esencial de que solo Dios es Dios, y nadie más merece nuestro reconocimiento, nuestra adoración y nuestro amor absoluto.
La buena memoria ayuda a profesar la fe en el único Dios, recordar lo que Él ha hecho por nosotros, al igual que el salmista, que trae a la memoria la salida de la esclavitud.
Nada ni nadie son más que Dios, ni nuestras obras, ni nuestras ideas, aunque sintamos la tentación vanidosa de dar culto a las criaturas.
IDOLATRÍAS
Cabe que aun sin ser del todo conscientes, pongamos nuestro corazón en las obras de nuestras manos, y suframos una dependencia idolátrica.
Es posible que, bajo apariencia de afecto y amistad, seamos dependientes en nuestras relaciones humanas.
De manera muy sutil, nuestra naturaleza nos estimula a la vanidad, al amor propio, a la afirmación de nuestro yo, queriendo sobresalir.
Con frecuencia mitificamos a personas por razón de su poder, belleza, destreza, capacidad, creatividad o sabiduría.
Es bastante normal que un deporte o deportista se convierta en motivador de reacciones airadas o entusiastas, hasta alcanzar el delirio y la violencia.
La pertenencia ideológica y política suele exigir el sometimiento total a la reglas del partido.
Estas actitudes o relaciones deben alertarnos para que no demos culto a nada ni a nadie más que a Dios.
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