I VIERNES DE CUARESMA
(Ez 18, 21-28; Sal 129; Mt 5, 20-26)
TRES LLAMADAS
«Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo, vivirá» (Ez 18,21-22).
“Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto” (Sal 129).
“Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5).
CONSIDERACIÓN
No podremos renunciar a pedir perdón argumentando que siempre somos pecadores. Dios es más que nuestro pecado, y está dispuesto a perdonarnos siempre.
No podremos creernos seguros en la virtud, y menos jueces de los que parecen malvados, pues cabe que nosotros caigamos y que ellos se arrepientan.
No somos nosotros los que le podemos llevar las cuentas a Dios y tampoco ofendernos por su generosidad.
EL PERDÓN
El perdón de los pecados es prerrogativa divina. Solo Dios puede perdonar y dejar la conciencia liberada del peso del mal que se ha hecho.
Jesucristo nos ha revelado a Dios, quien perdona sin medida. Él mismo se ha mostrado compasivo con los pecadores.
Jesucristo ha entregado a la Iglesia el poder de perdonar los pecados. Por el sacramento del perdón, los creyentes pueden celebrar históricamente el abrazo entrañable del Padre misericordioso.
No es justo que si somos perdonados por Dios, llevemos las cuentas del mal que nos hacen los demás.
Es una contradicción acercarse al altar, donde se celebra la acción expiatoria de Jesucristo, con el corazón lleno de rencor.
En la oración del “Padre Nuestro” rezamos: “Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
El Maestro nos enseña que la medida que usemos, la usarán con nosotros
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