Este viejo
latinajo por todos conocido, es utilizado por Jesús en la sinagoga de su Nazaret natal al decir: “seguramente me diréis medico cúrate a ti mismo” (Lc 4,
23), y es que entre médicos anda hoy el tema de reflexión. Viene a cuento esta
idea pensando en la jornada del enfermo que año tras año se organiza coincidiendo con la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, cada once
de febrero. Es una oportunidad recurrente para ofrecer unas brevísimas pinceladas
sobre la luz ante el dolor, así como los pros y contras a los que dicha
pastoral se enfrenta actualmente.
La Iglesia
siempre ha tenido una especial sensibilidad para con el que sufre; así el
cristiano doliente asocia en su cuerpo la pasión del Señor y a su invitación a
seguirle tomando nuestra cruz (cf Mt 10,38).
Un reto pendiente
en nuestras comunidades es la “Unción de
Enfermos, precioso tesoro a menudo minusvalorado o temido por el empleo de una
terminología caduca que asociaba dicha unción como “extrema y última”, lo que
ha creado en muchos fieles la idea de ser un sacramento de muerte en vez de
vida. Rito que, por otra parte, instituyó el Señor según leemos: "y ungían
con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,13).
Para las
personas que no saben lo que es vivir postergado en una cama les es muy fácil
alegar o diferir contra la realidad de que en muchos pueblos y ciudades las
campanas de los templos den las horas, las medias y los cuartos. Más allá
del tópico ridículo del ruido en plena era discotequera y de fiestas
callejeras, no debemos pasar por alto que el sonido de nuestros carillones se
convierte en uno de los más fieles amigos y compañeros del enfermo, que desde
su postración se les hacen más amenas y breves
las largas horas de impetuoso silencio.
Otro gozo para
cualquier doliente es el hogar, por mucho que a su parecer complique, no hay
comparación posible con otro lugar que lo iguale o supere. De gran ayuda emocional
son también las visitas que tras la intervención o alta uno empieza a recibir.
Sin embargo, tras una intensa jornada llega el momento en que estas empiezan a
disminuir. Es aquí cuando aparecen unas nuevas, pero estas ya no traen bombones
o pastas, sino amor. Me refiero a las siempre atentas visitadoras de enfermos
que tras su semanal reunión formativa salen a patear la localidad acercando a
nuestros feligreses “malitos” las noticias de lo que ocurre en la Parroquia,
compañía, testimonio… También colaborando con el Párroco y las religiosas, se
encargan a menudo de hacerles partícipes
del alimento que nos prepara y dispone para la vida eterna.
Finalmente,
juega a favor de nuestros indispuestos hermanos las múltiples posibilidades que
desde los diferentes medios de comunicación se les facilitan: la misa diaria
desde TV, el rosario y los oficios de la
liturgia de las horas desde la
radio así como diversas revistas,
folletos y suplementos religiosos .
En los contras
no me gustaría detenerme tanto, pues son por todos identificados. En primer
término, las residencias se han convertido en un grandísimo porcentaje en el
lugar de abandono de familiares enfermos y de edad avanzada a los que depositan
sin escrúpulo alguno las mismas personas que también abandonan a sus mascotas
en medio de la carretera.
Sé de casos
que no son así, claro, sino que se trata de personas sin familia o de personas
con requerimiento de cuidados especiales, sin embargo, la triste realidad es la
primera descrita; que un hogar deja de serlo cuando echamos al abuelo para
poder salir de cena los fines de semana “más tranquilos”. También en las
residencias hay diferencias, ya que muchos asilos atendidos por religiosas
tienen por criterio ante la lista de espera dar siempre preferencia al que
tenga menos pensión y recursos. Las privadas y municipales se rigen, claro
está, por otros criterios.
De modo
semejante nos encontramos con personas que en los hospitales solicitan la
visita del capellán y algunas “enfermeras” (las menos, también hay que decirlo)
haciendo gala de sus perjuicios o convicciones personales, no le avisan. Sé de
casos en nuestro HUCA dónde incluso han fallecido personas que estaban pidiendo
la presencia del sacerdote, llegando a culpar las familias al capellán por no
haberse presentado para asistir espiritualmente al moribundo, sin saber éstos que
no le habían avisado. Por no hablar de la necesidad de camas, siempre tan en boca,
argumento de algunos para pedir la regulación de la eutanasia, todo un crimen
que no debería pasar por la mente de nadie en el peor de los casos. No sabemos “el
día ni la hora”, así pues, no juguemos a ser Dios. Por mucho que pueda ser el sufrimiento,
mínimo será siempre comparado con las horas de la Cruz que soportó el Señor por
nosotros, y la Iglesia no puede sino defender la vida, no la muerte. Por eso
también siempre que se propone emprender una misión importante, lo primero que
hace es rogar a los pacientes que encomienden dicha obra, pues ellos son para
el Padre Eterno las niñas de los ojos. Ojalá pueda el Señor decirnos, llegado
el momento: tú fe te ha curado, vete en paz (Mt 9,22).
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