El proyecto común: un mundo nuevo
Llega esa cita anual que puede parecernos ya anacrónica, como si se hubiera superado el eslogan que dio origen a una célebre campaña: la del hambre. ¿Se puede hablar de hambre en el mundo todavía? Sería la pregunta retórica que desde el mundo opulento, insolidario, triste y envejecido, quizás alguno se haga como queriendo sacudirse cualquier atisbo de mala conciencia o de inoportuno recordatorio que sería preciso censurar.
Pero cada año, llegando el segundo domingo de febrero, Manos Unidas vuelve a recordarnos este reto, esta herida, que lamentablemente sigue estando en vigor. Manos Unidas es una de las organizaciones católicas de más prestigio internacional por el rigor con el que gestionan sus ayudas, por la generosidad con la que trabajan sus muchos voluntarios, por la identidad cristiana y eclesial que impregnan todos sus proyectos. No es una ONG al uso sin más. Es una expresión de la caridad cristiana que tiene denominación de origen, que sabe por qué y por Quién hacen lo que hacen.
Muchas veces, ante catástrofes naturales o desastres ocasionados por el egoísmo y violencia de los humanos, no pocas personas se preguntan con cinismo o con sinceridad: ¿dónde está Dios? Y la respuesta es tan sencilla como comprometida: en nuestras manos, en nuestra mirada, en nuestra entraña, en nuestra caridad, en nuestra solidaridad. Dios se vale de nuestra pequeñez para hacer obras muy grandes, y como sucediera en la multiplicación de los panes y peces que saciaron a aquella multitud, Jesús hizo el milagro, pero a partir de lo que le presentaron los discípulos y aquel chaval que encontraron.
El gesto de estar cercano a quienes sufren por la carencia de lo más elemental, no sólo es una hermosa expresión del amor a Dios y del amor a nuestro hermano, sino también un recordatorio, un anuncio, una especie de parábola viva con la que estamos narrando la ternura y la misericordia del mismo Dios. Podrá ser hambre de pan o de paz, cobijo de techo o cobijo de amistad, educación elemental o de la sabiduría que Dios enseña, carencia de dignidad o de fe y esperanza. ¡Cuántos rostros de pobreza nos están reclamando un sin fin de compromisos, de entrega y de cristiana solidaridad!
El Papa Francisco recordó hace poco que «es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo. Nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema. Hay que abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa; y esto, no sólo en la dinámica de las relaciones humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global. Debemos cambiar nuestro estilo de vida, incluido el alimentario, que en tantas áreas del planeta está marcado por el consumismo, el desperdicio y el despilfarro de alimentos. Educar en la solidaridad significa educarnos en la humanidad. Apoyar y proteger a la familia para que eduque a la solidaridad y al respeto es un paso decisivo para caminar hacia una sociedad más equitativa y humana".
El lema de este año es: “Un mundo nuevo, proyecto común”. No es algo abstracto, sino que tiene cauces concretos: Manos Unidas en la Diócesis de Oviedo pone nombre, rostro y respuesta a las hambres con todos los nombres. Dios sea bendito porque Él tiene hambre en sus hermanos, y esa hambre es respondida con cristiana solidaridad. Nuestra gratitud a todos los que trabajan en Manos Unidas, porque ese mundo nuevo, como común proyecto, se hace cada día acompañados por el Señor.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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