Por el Padre Jorge Enrique Mújica , L.C.
En
la mente de la inmensa mayoría de los católicos la idea de «Papa» todavía dice
relación a Juan Pablo II. El Papa polaco dejó a la humanidad una imagen que
todavía se conserva intensamente en los corazones de millones de personas. Su
testimonio en los últimos días de vida, «al pie de la cruz», supuso una
catequesis sobre el sufrimiento y la entrega por amor a Dios que difícilmente
podrá superarse.
Es
comprensible que a raíz de la dimisión de Benedicto XVI surgieran las
«comparaciones»: ¿por qué Juan Pablo II no dimitió y Benedicto XVI
sí?
Benedicto
XVI ha dicho que ha «llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no
tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino» y también ha
mencionado que para gobernar la Iglesia y anunciar el Evangelio «es necesario
también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos
meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para
ejercer bien el ministerio que me fue encomendado». Al recordar los últimos años
del pontificado de Juan Pablo II se podría estar tentado en decir: «¡pero si
alguien estaba realmente mermado en su vigor era precisamente Juan Pablo II!».
¿Qué respuesta dar?
Dos contextos diferentes
Karol
Wojtyla procedía de un contexto socio-cultural donde la resistencia al comunismo
forjó su personalidad y también su ministerio como sacerdote y obispo. La
fortaleza para resistir procedía de la fe: la fe era, por así decir,
resistencia. Es comprensible que la experiencia vivida en la juventud y en los
primeros años de su episcopado incidieran posteriormente en la manera de
afrontar los últimos años de su papado.
Joseph
Ratzinger padeció el nazismo pero cuando Alemania fue liberada –y luego
dividida– él vivió en la parte que los comunistas no dominaron y que, por así
decir, facilitaba la vivencia de la fe en la que él había crecido y
profundizado.
Diversos modos de gobierno
En
los últimos años de su pontificado Juan Pablo II delegó no pocas funciones de
gobierno en algunos de sus colaboradores. Benedicto XVI parece haber querido
seguir una modalidad distinta, en la que él mismo gestionaba, como parte del
gobierno habitual, los asuntos propios de la Iglesia. Se puede entender que al
no poder seguir haciéndolo personalmente lo tome en consideración para
evidenciar su «incapacidad» de gobernar, como él mismo señaló en su abdicación.
Son dos modos legítimos de gobernar: en uno el Papa delega; en otro prefiere
conser.var para sí. En el segundo caso, al no poder seguir haciéndolo, supone un
factor a meditar.
La edad
Juan
Pablo II murió a los 84 años de edad. Actualmente Benedicto XVI tiene 85 (el mes
de abril próximo cumple 86). Es comprensible que, objetivamente, también el Papa
actual esté cansado precisamente por la edad, como de hecho él alude en su
declaración de abdicación. No está de sobra decir que prácticamente durante todo
el pontificado de Juan Pablo II, el entonces Cardenal Ratzinger estuvo siempre a
su lado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. A los 8 años
de pontificado de Benedicto XVI hay que sumar las más de dos décadas de trabajo
en la curia romana.
Una cuestión de conciencia
Por
último, también se puede hablar de una cuestión de conciencia. Juan Pablo II vio
delante de Dios que, pese a su estado de salud, debía seguir su ministerio como
sucesor del apóstol Pedro. Eso era lo que Dios le pedía a él. Benedicto XVI
afirmó que «Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia,
he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para
ejercer adecuadamente el ministerio petrino». Eso es lo que Dios le pedía a
Benedicto XVI.
Al
respecto, uno de los comentarios más atinados de estos días ha sido el del
profesor Norberto González Gaitano, de la facultad de comunicación de la
Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma, quien ha subrayado
precisamente este factor. «Frente a la decisión en conciencia, meditada y
sufrida de un hombre -también un papa- no hay otra reacción que la de manifestar
respeto, profundo respeto. Cualquier otro juicio si quiere ser razonable, sólo
puede basarse en efectos, calculados o imprevisibles, de la acción realizada, y
no sobre la persona o sobre la acción en sí», dice el profr. Gaitano.
La
consideración de estos elementos permiten orientarse y comprender mejor una
decisión tan importante y que, como se ve, no ha sido tomada a la ligera.
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