Por Maricruz Tesies- Riba
Benedicto XVI ha dimitido y estamos de duelo. Los recientes pontífices han sido excepcionales ya que cada uno a su manera ha dado la batalla de la fe tanto como la dieron Pedro, Santiago o Pablo por lo que, no poder contar con ellos por fallecimiento o dimisión se transforma en un suceso trágico tanto a nivel personal como comunitario.
Surge de inmediato, según el modelo Kübler-Ross, la incertidumbre propia de quien experimenta una pérdida catastrófica:
“Estábamos bien. Esto no puede estarnos pasando” (Negación). « ¿Por qué a mí, por qué a la Iglesia? ¡No es justo!» (Ira). «Dios, déjanos al Papa un tiempo más. Le pediremos que se retracte. Si lo haces, cambiaremos para tu mayor gloria, para bien de la Iglesia y de nuestras almas.» (Negociación) «Estoy tan triste, ¿por qué hacer algo?, ¿qué sentido tiene?» (Depresión) «Esto tiene que pasar, no hay solución, no puedo luchar contra la realidad, debería prepararme para esto» (Aceptación).
Cualquiera de nosotros vive todas las etapas pero no necesariamente cada una ya que algunos, sencillamente, saltamos de la Negación a la Aceptación; otros nos quedaremos “atascados” en alguna pero todos estamos en la posibilidad de alcanzar –tarde o temprano- la etapa de Aceptación.
Ahora bien, ¿qué es lo que perdemos con la dimisión del Papa?
Perdemos la seguridad que nos ofrece tanto su persona como su carisma de pastor universal: el de confirmarnos en la fe.
Durante cuarenta días y hasta la conclusión del Cónclave nos veremos privados de la seguridad que brota de la figura del Vicario de Cristo.
No tendremos sino a Jesucristo en quien fijar nuestra mirada.
Es extraordinario el desafío que en este momento de la historia se nos presente durante la Cuaresma un acontecimiento de muerte/vida tan semejante al que experimentaron los discípulos entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección.
En estas cosas me ha hecho reflexionar la respuesta de Benedicto XVI a Peter Seewald en su más reciente entrevista:
“¿Usted es el final de lo viejo -pregunté al Papa en nuestro último encuentro- o el inicio de lo nuevo?". La respuesta fue: “Las dos cosas".
Con su dimisión es como sabemos cuánto nos ama el Papa.
Con su Muerte es como sabemos cuánto nos ama el Señor a través suyo.
Con su Resurrección sabemos que se nos regala una vida nueva.
Adheridos a Jesucristo como nunca antes superaremos esta pérdida tanto como avanzaremos por esta singular Cuaresma de éste aún más singular Año de la Fe.
¡Deo omnis gloria!
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