En el marco del adviento nos disponemos para vivir de nuevo el próximo tiempo de Navidad. Otro año más en una época donde nos hacemos doblemente sensible a los necesitados. Doblemente porque si siempre fue así, estos últimos años con la crisis, aún con mayor motivo; y se nota tanto la crisis como nuestros esfuerzos con los débiles.
Con esto quisiera tocar un tema candente y de tertulia de “Alimerka”, chigre y peluquería: ¿está bien que la parroquia haga chocolatadas, pincheos, meriendas… en vez de dar el dinero -lo que algunos podrían decir- a los pobres? Bien, pues dos puntualizaciones:
Primera, a mi entender, el párroco, la parroquia y los feligreses somos y vivimos pobremente; distingamos pues entre una vida austera y una vida miserable.
Segundo, que ser cristiano no va unido a que pasemos el año gimiendo, dándonos golpes de pecho y culpándonos por lo mal que está el mundo. Ya lo decía Santa Teresa a sus monjas: “cuando penitencia, penitencia; cuando perdiz, perdiz”. Y pienso que como nuestras colaboraciones siempre son muchas y en conciencia, también tenemos derecho a alguna escuálida perdiz. Creo que los católicos podemos ir con la cabeza bien alta sabedores del mucho bien que a diario regalamos a nuestro mundo.
Con el turrón, las luces, las muñecas de famosa y demás, llegan también las fiestas en familia: cena de nochebuena, comida de navidad, cotillón de nochevieja, almuerzo de reyes etc (muchos de la tertulia antedicha no repararán en sus críticas mientras “zampan”). También, por desgracia, estos días que debieran ser de felicidad familiar, acaban siendo muchas veces una batalla campal: ¿En que hogar no hay bronca por debatir en casa de quien toca éste año pasar los días de fiesta, o a quién le toca “cargar” con los abuelos?...
Igualmente, pasado mes de Noviembre el Santo Padre nos regaló su último libro: “La infancia de Jesús” y la prensa, como siempre, ha vuelto a hacer de las suyas manipulando las palabras del Pontífice. He podido leer detenidamente los cuatro capítulos de la citada obra y en ninguna parte he visto lo que algunos periódicos ponían como titular: “El papa elimina del Belén la mula y el buey”. Creo que no es nada nuevo el que en el Evangelio no aparecen éstos animales; también en el Evangelio se dice que los pastores dormían al raso, entonces, ¿Qué sentido tiene llenar de nieve el nacimiento?
Benedicto XVI, que es un gran intelectual, lo que aborda es que por un lado que la mula y el buey nacen de la lectura de los dos testamentos, ya que El Nuevo nos habla del “pesebre”, e Isaias (1,3), nos dice que “el buey y el asno conocerán a su amo”. Con ello afirma el Santo Padre que el nacimiento de Cristo es una Nueva Alianza, en conexión con el arca de Noé, así como un gesto de la humildad de Cristo en su venida. Hubiera o no estos animales u otros, ¿Qué más da? Lo importante no está en los acompañantes irracionales del pesebre, sino en la divinidad hecha carne del niño Emmanuel.
Éste ha sido un tema que siempre le ha gustado al Romano Pontífice, ya que cuando aún era el Cardenal Ratzinger, escribió en una homilía navideña: “Aunque los relatos de la navidad del Nuevo Testamento no nos narran nada acerca de esto, el buey y la mula no son un mero producto de la imaginación piadosa, sino que se han convertido, por la fe de la Iglesia, en acompañantes del acontecimiento de la Navidad”. Y recuerda las palabras del profeta Isaías en el Antiguo Testamento: “Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo”. Ojalá esta navidad nosotros también sepamos conocer a nuestro rey, ese Niño que nace donde hay un corazón blando como la paja que le sirva de cuna donde reposar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario