jueves, 6 de marzo de 2025

«El ayuno cristiano es aquel que nos invita a prescindir de lo que no nos permite crecer como hijos de Dios»

(Iglesia de Asturias) Esta mañana tenía lugar, en la capilla del Espíritu Santo de la residencia del Seminario Metropolitano, la celebración de la eucaristía en el Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma. Estuvo presidida por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, quien se encontraba dirigiendo un Retiro espiritual a los seminaristas. A la celebración asistió toda la comunidad del Seminario y así, junto con los seminaristas y formadores, se encontraba también la comunidad de Franciscanas del Buen Consejo, la comunidad de Focolarinas y el personal no docente.

En su homilía, Mons. Sanz recordó que «vivimos un año tras otro la Cuaresma y se corre el riesgo de acostumbrarse y que este tiempo no nos aporte nada», pero, «tal y como nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy, hemos de estar abiertos a que Dios nos pueda sorprender, tenemos que dejarnos reconciliar por Dios». «A veces –señalaba el Arzobispo de Oviedo en su homilía–, nuestra relación con Dios, con los hermanos y con la propia vida se nos descoloca, y estos tres interlocutores, Dios, hermanos y la vida, nos piden continuamente ser reconciliados. Cuando esto sucede, cuando se desajusta esta triple relación, se nos invita a la reconciliación, a poner a Dios en primer lugar, para con Él, con sus hijos y en medio de nuestra vida, seguir creando nuestra historia inacabada».

Recordó también Mons. Sanz los tres gestos típicamente cuaresmales que propone el Evangelio:

«El ayuno, que no debemos confundir con el Ramadán, ni tampoco con una dieta –dijo–. El ayuno cristiano es el que me invita a prescindir de todo aquello que no me alimenta, que no me permite crecer como hijo de Dios, como verdadero cristiano». Por otro lado, «la oración, que a veces confundimos con la recitación de oraciones, que también, pero la oración de la que Jesús da testimonio, es la conciencia que tenemos de ser, en todo momento, acompañados por un Dios que no se ausenta –explicó–. El creyente es aquel que se sabe en todo momento acompañado y mirado por Dios, no como si fuera un fiscal o un gendarme, sino con la mirada de un Padre. La oración es sabernos mirados, queridos y esperados por ese Dios que no se ausenta, que tiene algo que decirme amorosamente».

Y finalmente «la limosna», «que no son sólo las monedas que podemos ofrecer a una persona que las necesita, que también si lo hacemos con la conciencia de por Quién lo estamos realizando, sino que es la entrega de mi vida a los demás, desde nuestra vocación. La limosna de nuestro tiempo, de nuestra inteligencia, de nuestro afecto a quienes tenemos delante y lo pueden necesitar».

«La ceniza –dijo al finalizar– es un recordatorio vivo de nuestro origen. No solo el símbolo y el recordatorio de la tierra de la que nacimos y a la que volveremos, sino del destino al que hemos sido llamados. Por eso, se nos invita a la conversión».

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