
Comenzamos en pleno Año Jubilar este bendito tiempo de Cuaresma cuya meta no ha de ser únicamente el próximo domingo de Pascua, sino nuestro deseo de alcanzar la eternidad. El Papa Francisco (por el que os ruego oraciones en este Tiempo mientras está en el lecho del dolor) en su mensaje para esta Cuaresma 2025 titulado “Caminemos juntos en la esperanza”, nos regala el algunas claves para nuestra reflexión. Debemos ver la Cuaresma como un camino de fe y esperanza donde guiados por la Iglesia queremos hacer nuestra la invitación que cada año se nos hace, como un tren que llega a nuestra estación y tenemos la opción de tomarlo o dejarlo pasar de largo pensando que habrá tiempo para otro. No desaprovechemos esta oportunidad de poner el corazón a punto para celebrar desbordantes de gozo la Pascua florida. Habla el Romano Pontífice de tres llamadas a la conversión para hacerlas nuestras en este peregrinar cuaresmal de 2025: Caminar, Caminar juntos y Caminar juntos en la esperanza. El camino que nos disponemos a recorrer teniendo como punto de partida este miércoles de ceniza no es otro que nuestro encuentro íntimo y personal con Jesucristo resucitado, núcleo central de esta fe que profesamos y que tan bellamente proclama el credo de Nicea: ''resucitó al tercer día según las escrituras y subió al cielo; y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin''... Y es que tenemos claro que sólo Jesús vivo y glorioso, vencedor de la muerte y el pecado es garantía de vida eterna. Si todos los años remarcamos que la Cuaresma es tiempo de gracia y tiempo de conversión, cuánto más al celebrar este Jubileo de 2025 en el que nos reconocemos "Peregrinos de Esperanza".
Como el pueblo elegido de Israel se nos ofrece emprender el camino hacia la libertad, hacia la tierra que mana leche y miel. A ser peregrinos por el desierto; sí, pero no solos, sino con Cristo que camina a nuestro lado ó, mejor dicho, somos nosotros los que queremos unirnos a su retiro en la estepa. Así nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en su nº 540: ''La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto''. Necesitamos invocar al Espíritu Santo para que nos llene con el don de fortaleza ante el recorrido que nos espera en estos cuarenta días en que hemos de ser capaces de salir de nuestras comodidades y de la inercia de una vida espiritualmente mediocre, para crecer como seguidores de Jesús de Nazaret cargando con nuestras propias cruces y siguiéndole en la subida al Calvario. Es hora de ponerse en camino, y no de quedarnos sentados y de brazos cruzados. El Señor nos dice: ''Conviértete y cree en el Evangelio''... Se nos pide cambiar, ser mejores, y esto al demonio (que haberlo, ¡háilo!) le pone muy nervioso, por eso también se nos va aparecer en esta cuaresma en nuestro particular camino, y nos va a susurrar en el oído: ríndete; cuarenta son muchos días, quédate como estás, disfruta la vida... Hoy es el día en que debemos planificar los objetivos de esta cuaresma: en estos cuarenta días no voy a fumar, decir palabrotas, beber, pelearme, ser perezoso cuando suene el despertador, no voy a malgastar el dinero en caprichos... Cada uno sabe en que tiene que mejorar y dónde le apreta la china en el zapato.
Y hay un detalle que nos pasa desapercibido con frecuencia cuando nos decimos: "yo voy a vivir mi cuaresma lo mejor posible, pero del resto del mundo no quiero saber nada''. Lo verdaderamente difícil que se nos pide no es salvarme únicamente yo, sino ayudar a los demás a salvarse y salvarme yo con ellos. Es un poco como en el hundimiento del "Titanic": hubo personas que sólo buscaron salvarse ellas sin mirar a los lados, mientras que otros sí que se preocuparon en ayudar al que se encontraban, fuera conocido o desconocido. Yo puedo decir que soy un católico ejemplar o una cristiana modélica, pero pasamos junto pobres "que no vemos"... La que se sienta en mi banco no tiene categoría para sentarse conmigo; al cura lo tengo atragantado; a las monjas no las soporto; las catequistas me parecen antipáticas... ¡Alerta! ese corazón necesita sanación, necesita recordar lo misericordioso que Dios ha sido para ti y tus flaquezas, y empieces a ver y valorar la belleza escondida de cada persona por sencilla que sea como fuere pasan a tu lado cada día. Ábrete al amor de Dios, confía en su promesa, y no nos cerremos a nosotros mismos las puertas de la vida eterna.
Este tiempo de preparación a la Pascua es un peregrinar hacia el sentido mismo de la esperanza cristiana, la mañana de resurrección y la certeza del sepulcro vacío como inicio de la vida que no acaba. Por eso nos preparamos de una forma muy concreta como pedimos en la oración colecta de la misa del miércoles de ceniza: que el Señor nos conceda ''al luchar contra los enemigos espirituales, seamos fortalecidos con la ayuda de la austeridad''. Y la ceniza es precisamente un signo penitencial de nuestra pobreza, de lo poco que somos y en lo que acabaremos siendo de nuevo aunque nos creamos muy grandes e importantes. La ceniza también es sucia, por lo que nos representa igualmente bien: somos pecadores necesitados de misericordia. Así lo reconocemos públicamente al dejarnos marcar en nuestras frentes o cabezas, de forma que ya estamos reconociendo nuestro sentir interior: ''Señor soy frágil, pero quiero volver a ti''... María nos va a acompañar en esta Cuaresma de modo muy especial como Madre de Esperanza; en muchos lugares representan esta imagen de Nuestra Señora con un ancla, y es que ese es el símil de la santa virtud, y a Ella nos agarramos hasta el final como el barco en plena tormenta, que para evitar ser arrastrado por la corriente y la tempestad envía al fondo del mar su ancla para aferrarse a las rocas firmes ante el oleaje.
De corazón os deseo a todos una fructífera Cuaresma para crecer en esperanza por medio de la oración, el ayuno y la limosna.
Joaquín, párroco
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