Por fin llegó la noticia: “Hoy es un día grande para el convento de Cubas de la Sagra, para las diócesis de Getafe y de Toledo y para la Orden Franciscana” ha manifestado Inocente García de Andrés, vicepostulador de la Causa de la “Santa Juana”.
En efecto, el Papa Francisco ha aprobado el 25 de noviembre 2024 la promulgación del decreto de confirmación de culto inmemorial, declarándola beata, de la Sierva de Dios “Sor Juana de la Cruz (Juana Vázquez Gutiérrez) monja terciaria franciscana, conocida como ´la Santa Juana´ de Cubas de la Sagra, parroquia que se encuentra hoy en diócesis de Getafe, tan cercana a La Sagra norte, y que formaba parte de la archidiócesis de Toledo hasta hace 120 años aproximadamente.
La parroquia de san Andrés de Cubas de la Sagra fue mi primera misión como “cura ecónomo”. Allí llegué el 19 de junio de 1972, una vez ordenado presbítero. Necesariamente muy pronto supe de la existencia del monasterio de Santa María de la Cruz, y de la existencia de las monjas de “Santa Juana”. La explicación era sencilla, además: para las Hermanas Clarisas yo me había convertido en el “padre párroco”, junto al “padre capellán”, el cura de Casarrubuelos, a la sazón don Javier Martínez Fernández, hoy arzobispo emérito de Granada. Ambos fuimos ordenados el 3 de abril de ese 1972 y amigos desde que nos conocimos en el Seminario de Madrid en 1960.
Enseguida bajé al Monasterio situado en un pequeño valle al sur de Cubas, en “La pradera”. Las Hermanas hacía poco tiempo que habían pasado de la Tercera Orden Franciscana a la Segunda, esto es, a convertirse en Hermanas Pobres de Santa Clara. El panorama de las humildes construcciones no parecía hablar a primera vista de una historia singular de las Hermanas que allí dedicaban su vida a la oración por la Iglesia y el mundo. La estupidez de la Guerra Civil hizo desaparecer el antiguo monasterio, bombardeado y reducido entonces a una iglesita pequeña con el coro de las monjas y un edificio unido, monasterio reducido y con buenas humedades. Gracias a Dios, la reconstrucción del monasterio con nueva iglesia y convento ha vuelto a dar esplendor a este lugar santo.
Pero retornemos a la “la Santa Juana”. Desde el año 1449 están documentadas apariciones de la Virgen María a una pastorcilla de nombre Inés Martínez de 12 años, natural de Cubas. Según la propia descripción de la niña, de la que se levantó acta oficial esos mismos días, la Virgen Santa María era “una Señora muy hermosa, cuyo rostro resplandecía y vestía paños de oro”.
El libro antiguo de Las apariciones, que leíamos en los días de la Novena preparatoria a la fiesta del 9 de marzo, “la Feria Grande”, celebrada con gran alegría, nos hablaba de aquellas apariciones, que fueron 6, a lo largo de 17 días. Tuvieron lugar, siempre en el campo, mientras Inés se ocupaba de los cerdos, como digo, al sur de pueblo. A la Virgen María la veía exclusivamente Inés, y solo otra vez la oyó otra niña.
Construida una iglesia en 1450, se llamó al lugar “Santa María de la Cruz”. Nos contaban las Hermanas con su candor que “la Virgen tomó esa gran cruz y la fijó en el suelo a gran profundidad”. Madre Mercedes, abadesa entonces, afirmaba, pues, con fuerza: “Este monasterio no desaparecerá ya que lo fundó la Virgen”. Después de la iglesia, en 1464, llegaría la construcción del “beaterio” para vivir en comunidad y oración, Inés junto con otras mujeres. Posteriormente, dejaron el lugar, viendo que no era esa su vocación.
A este “beaterio” de Cubas de la Sagra llegó con 15 años Juana Vázquez Gutiérrez, la “Santa Juana”, que se convertiría más tarde en la Madre (abadesa) Santa Juana (1481-1534).
La recién llegada, pues, fue poco después una monja de la Tercera Orden Franciscana. Era natural de Azaña (Toledo), pueblo al que por otro capricho de la guerra civil le fue cambiado su nombre por Numancia de la Sagra, cuya parroquia visité unos treinta y cinco años más tarde, en varias ocasiones, como arzobispo de Toledo. Tomó los hábitos adoptando el nombre de sor Juana de la Cruz, en ese beaterio de Santa María de la Cruz de Cubas. Hizo profesión de religiosa el 3 de mayo de 1497 y falleció en él con fama de santidad, tras haberlo convertido en monasterio, el mismo día de mayo de 1534. Ese es el arco de tiempo en que vivó esta mujer extraordinaria, que me decían siempre las Hermanas Clarisas: “El pueblo la hizo santa”. Esa es la realidad que hoy vivimos con el decreto de confirmación de culto inmemorial del Papa Francisco (25 de noviembre de 2024).
Estamos en una época apasionante de la historia de España: reinado de los Reyes Católicos, toma de Granada y descubrimiento de América, hasta bien entrado el tiempo del emperador Carlos V; es la época que conoció la enorme tarea del cardenal Cisneros, en plena reforma franciscana, apoyada y favorecida por la gran Reina Católica.
La Madre Santa Juana fue una mujer inteligente, mística y que recibió el carisma de la predicación y el don de lenguas, siendo autodidacta, llegando a alcanzar tal fama con sus sermones a las Hermanas y a tantos, que acudieron a Cubas a oírla predicar: entra los que se contaron el emperador Carlos y el mismo cardenal Cisneros, que en 1510 la nombró párroco de Cubas, pues tanto contribuyó a la formación de los fieles de su parroquia de san Andrés de Cubas y sus alrededores, tal vez porque las circunstancias de falta de rigor en época de “iluminados”, la sabiduría de la Santa Juana afrontaba con éxito los engaños de aquellos falsos místicos. Se sabe, sin embargo, que el cardenal Cisneros “la protege y se declara garante de sus éxtasis”.
Elegida abadesa en 1509, predicaba sus sermones en éxtasis y “como muerta”, y los transmitía otra monja que le hacía de secretaria, sor María Evangelista, quien había aprendido milagrosamente a leer y escribir para copiar el dictado los 72 sermones de la Beata, reunidos en el Libro del Conorte (por conforte o confortar), manuscrito redactado a partir de 1509 y conservado en la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial. A sor María Evangelista se atribuye también la primera biografía dedicada a la nueva Beata, que debió ser escrita al menos en parte aún en vida o al poco de su muerte y con testimonios directos e incluso dictados por ella misma: Vida y fin de la bienaventurada virgen Sancta Juan de la Cruz, conservada igualmente manuscrita en El Escorial.
Su persona, su santidad y su obra como abadesa singular llevó a Tirso de Molina a estrenar entre 1613 y 1614 la trilogía La Santa Juana. 1614, recuerden, fue el año de la muerte en Toledo de Domenicos Theocopulis, El Greco. El interés literario por su figura, del que participaron Alonso Jerónimo de Salas y Francisco Bernardo de Quirós, además de Lope de Vega que le dedicó un soneto, se vio favorecido, sin duda, por algunos episodios novelescos de su biografía, como la huida de su casa y presentación en el beaterio aún adolescente y vestida con ropas masculinas por evitar el matrimonio que le tenía concertado su padre, suceso que le hace decir a Tirso: “En Azaña me dio el ser Dios: hazañas he de hacer”.
Quiero finalizar esta reseña agradeciendo profundamente el trabajo, el tesón, la competencia de un “padre capellán” de Santa Juan, párroco de Casarrubuelos, pocos años antes de mi llegada a Cubas de la Sagra. Buen amigo, Inocente García de Andrés, este buen soriano, vicepostulador de la Causa de Canonización de Santa Juana, es buena gente. Su vida, por otro lado, ha estado unida tantas veces a mi persona: por haber recibido nuestra formación juntos en el Seminario Conciliar de Madrid, por tantas veces haber hablado y comentado su trabajo de desentrañar todo lo que llevó consigo el proceso, ahora terminado en Roma. No olvido tampoco su condición de soriano y haber vivido ambos los deseos de que los problemas de la castellana Soria fueran conocidos y apreciados; tantos valores culturales, humanos, en definitiva. El precioso pueblo de Tarancueña, donde nació, parroquia de la diócesis de Osma-Soria, ha servido también para estrechar los vínculos de amistad y cercanía.
Cuando el Papa Francisco, pues, aprobó la beatificación de la Madre Santa Juana, sin necesidad de milagro, el 25 de noviembre de 2024, personalmente felicité efusivamente a don Inocente García de Andrés; pero también a la diócesis de Getafe y a su obispo, a las parroquias de Cubas de la Sagra y Casarrubuelos. No olvidaré, por supuesto, a la Archidiócesis Primada. Dios nos bendiga en esta singular mujer, nacida en el siglo XV y cuya vida transcurre en ese siglo XVI que, a sus grandezas, se une la gran Madre Santa Juana. Laus Deo.
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