(Infovaticana) En noviembre del año 2017 Monseñor Mauro Longhi dio a conocer una confesión visionaria, hasta entonces no destapada, del Papa polaco.
Monseñor Longhi, originario de Trieste y estrecho colaborador de Juan Pablo II, reveló el episodio en el eremitorio «Santos Pedro y Pablo» de Bienno, en Val Camonica, durante una conferencia organizada el 22 de octubre de 2017 en recuerdo de Juan Pablo II.
De 1985 a 1995, el entonces joven economista licenciado en la Universidad Bocconi, Mauro Longhi, ordenado sacerdote en 1995, acompañó al Papa Wojtyla en sus proverbiales salidas para esquiar y pasear por la montaña. Lo hizo de manera regular, cuatro-cinco veces al año, durante diez años, en la que hoy es la sede de verano del Seminario internacional de la prelatura del Opus Dei, pero que entonces era una sencilla casa de campo para quien, en la Obra, quería prepararse al sacerdocio y a la enseñanza de la Teología. Estamos en la provincia de L’Aquila, a unos 800 metros de altura, en dirección hacia la Piana delle Rocche, municipio de Ocre.
«El Santo Padre salía con mucha discreción de Roma, acompañado en un modesto coche por su secretario, Mons. Stanislaw Dziwisz, y por algún amigo polaco. En los peajes de las autopistas -el único lugar donde alguien podría reconocerle- solía fingir que estaba leyendo un periódico». Así inició Mons. Longhi una serie infinita de anécdotas interesantísimas, a menudo acompañadas, como escrupuloso pastor que es, por las oportunas explicaciones teológicas.
El Wojtyla secreto y misterioso
Para investigar al místico Karol Wojtyla (algo que hizo Antonio Socci en su bien documentado I segreti di Karol Wojtyla, publicado por Rizzoli en 2008), Monseñor Longhi relató lo que le confió Andrzej Deskur, cardenal polaco que fue compañero de seminario de Juan Pablo II, el seminario clandestino de Cracovia. Deskur, Presidente durante muchos años de la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales (1973-1984), puede considerarse sin duda el mayor amigo de Wojtyla; de hecho, para apoyar el pontificado de su amigo Lolek se ofreció como víctima, acogiendo la voluntad divina del ictus y la consiguiente parálisis, dentro de ese misterio profundísimo que es la «sustitución vicaria» (precisamente para ir a ver a su amigo, ingresado en el hospital, Juan Pablo II hizo, la misma noche de su elección, su primera, increíble y «clandestina» fuga del Vaticano).
Contó Mons. Longhi: «“Tiene el don de la visión”, me confió Andrzej Deskur. Le pregunté qué quería decir. “Habla con Dios encarnado, Jesús, ve su rostro y también el rostro de su madre”. ¿Desde cuando? “Desde su primera misa, el 2 de noviembre de 1946, durante la elevación de la hostia. Estaba en la cripta de San Leonardo, en la catedral de Wawel, Cracovia; allí es donde celebró su primera misa, ofrecida en sufragio por el alma de su padre». Monseñor Longhi añadió que el secreto que le desveló el cardenal Deskur –esos ojos de Dios que se fijan sobre Wojtyla cada vez que éste eleva el cáliz y la hostia– se puede intuir leyendo la última encíclica de Juan Paolo II, Ecclesia de Eucharistia. En ella, en el número 59 de la «Conclusión», precisamente mientras el Papa polaco recuerda del momento de su primera misa, él mismo acaba desvelando el misterio que lo ha acompañado toda la vida: «Mis ojos se han fijado en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han «concentrado» y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa «contemporaneidad»».
Entre los muchos episodios que relató, el que más asombro causó en aquella conferencia fue el que tiene como centro el islam y Europa. Antes de referir las palabras del santo polaco –objetivamente impresionantes–, Monseñor Longhi hizo un prólogo muy humano, a veces inesperadamente hilarante, lleno de bromas, de intercambio de bocadillos, de histriónicos reproches por la publicación anticipada de ese Catecismo de la Iglesia Católica muy deseado por Wojtyla. En esa ocasión, el Santo Padre y Mons. Longhi, evidentemente más veloces que los otros, se habían separado del grupo en el cual, como siempre que el Papa salía de Roma, estaba su secretario, el fiel Stanislao Dziwisz, al que Benedicto 2006 creó cardenal y que en la actualidad es arzobispo emérito de la diócesis de Cracovia.
Una plaga mortal llamada islamismo
Los dos están apoyados a una roca, uno frente al otro, comiendo un bocadillo y esperando la llegada del resto del grupo. Éste es el relato textual de monseñor: «Le miré pensando que tal vez necesitaba algo; él se dio cuenta de mi mirada, le temblaba la mano, era el inicio del Parkinson. “Querido Mauro, es la vejez..”, y yo dije de inmediato: “No, Santidad, ¡usted es joven!”. Cuando en los coloquios de tipo familiar y amistoso se le contradecía, a veces se enfadaba. “¡No es verdad! ¡Digo que soy viejo porque lo soy!”». Según Monseñor Longhi, era precisamente el paso del tiempo, junto al avance de la enfermedad, lo que hacía que el Papa polaco sintiera la necesidad urgente de transmitirle esa visión mística. «Entonces Wojtyla cambió el tono y la voz –continúa el monseñor– y haciéndome partícipe de una de sus visiones nocturnas, me dijo: “Recuérdaselo a quienes encontrarás en la Iglesia del tercer milenio. Veo a la Iglesia afligida por una plaga mortal. Más profunda y dolorosa que las de este milenio”, refiriéndose a las plagas del comunismo y el totalitarismo nazi. “Se llama islamismo. Invadirán Europa. He visto a las hordas venir, de Occidente a Oriente”, y me describe uno a uno los países: desde Marruecos a Libia a Egipto, y así hasta la parte oriental. El Santo Padre añade: “Invadirán Europa. Europa será un sótano lleno de antiguallas, penumbra y telarañas. Recuerdos de familia. Vosotros, la Iglesia del tercer milenio, deberéis contener la invasión. Pero no con las armas, las armas no bastarán, sino con vuestra fe vivida íntegramente”».
Éste es el maravilloso testimonio de quien estuvo en estrecho contacto durante años con el Santo Padre, con el que concelebró muchas veces. Esta confesión del Papa Wojtyla se remonta al mes de marzo de 1993. No es una coincidencia que en la ya olvidada Exhortación Apostólica de 2003, Ecclesia in Europa, Juan Pablo II hablara claramente de una relación con el islam que debía ser «correcta», que debía llevarse a cabo con «prudencia, con ideas claras sobre sus posibilidades y límites», siendo conscientes de la «notable diferencia entre la cultura europea, con profundas raíces cristianas, y el pensamiento musulmán» (n. 57). Aunque con el lenguaje propio de un documento magisterial, por naturaleza contenido, parecía que el Santo Padre implorase la instauración de un conocimiento del islam «objetivo» (n. 57). Un paradigma y una sensibilidad, por lo tanto, claros e inequívocos, sobre todo si se considera otro pasaje de Ecclesia in Europa, aquel en el que el Papa Wojtyla –tras deplorar «la frustración de los cristianos que acogen» y que, en cambio, en muchos países islámicos ven cómo se «les prohíbe todo ejercicio del culto cristiano» (n.57)–, habla de los flujos migratorios y llega incluso a desear la «firme represión de los abusos» (n.101).
Hay que tomar nota que estamos ante un lectura políticamente incorrecta del fenómeno «islam» por parte de un Papa canonizado por la Iglesia católica; una lectura, primero, «profética» y, después, magisterial (no es difícil suponer que la impactante visión profética de Juan Pablo II haya influido en su redacción de Ecclesia in Europa). «El islam nos invadirá». Tal vez lo está ya haciendo. Mientras, de manera inexorable, se apaga la luz sobre la Europa cristiana, reducida a un sótano lleno de antiguallas y telarañas.
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