domingo, 4 de junio de 2023

Trinidad. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Ya en el Tiempo Ordinario, este domingo la liturgia de la Iglesia quiere fijar nuestra mirada en el Señor de un modo especial; si la pasada solemnidad de Pentecostés se nos invitaba a invocar al Espíritu Santo y la anterior a contemplar a Cristo en su Ascensión, hoy honramos a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu; es decir, a la Santísima Trinidad. Es el misterio por antonomasia del Dios cristiano que es para nosotros modelo de comunión y de amor. En este domingo celebra también la Iglesia la "Jornada Pro Orantibus" en la que se nos invita a orar por las religiosas y religiosos de vida contemplativa, los que se sumergen todos los días de su vida en la búsqueda del Dios Uno y Trino. Qué menos que dedicar alguna fecha al año para orar por los que todos los días de su vida rezan por nosotros.

I. Dios es paz, amor, comunión...

Las lecturas de este domingo son todas especialmente breves, pero de forma significativa la segunda, tomada de la segunda carta de San Pablo a los Corintios. Estos tres versículos que constituyen la epístola de hoy forman parte del final de esa misiva del Apóstol a los cristianos de Corinto, donde les deja a modo de despedida algunas claves para su vivir en Cristo. Comienza con una llamada a la alegría: ''Alegraos, enmendaos, animaos'', y es que, en ningún sitio está escrito que el seguidor de Jesucristo deba vivir con rostro de funeral, algo en lo que tanto nos insiste el Papa Francisco. O como decía San Francisco de Sales: ''un santo triste es un triste santo''. Nos pide: ''tened un mismo sentir y vivid en paz''... Los creyentes no podemos vivir divididos cuando nuestro Dios es nuestro referente de unidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu, explicaba un cura sencillo de pueblo, que siendo cada uno diferentes son idénticos e inseparables, mientras que a nosotros por las realidades más insignificantes siendo tan parecidos entre nosotros hacemos a menudo imposible la convivencia y la comunión entre los miembros de una misma parroquia. A veces vivimos con el látigo en la mano sedientos de justicia pensando erróneamente que así funciona nuestro Dios, y estamos equivocados, pues como nos recuerda San Pablo es ''Dios del amor y de la paz''. Este mes de junio dedicado al Corazón de Jesús y en que celebraremos también la próxima semana la solemnidad del "Corpus", es un tiempo para interiorizar esto precisamente, que nuestro Dios es misericordia, caridad, corazón...

II. Subamos al monte del Señor

La primera lectura del libro del Éxodo nos relata la profunda experiencia espiritual que vive Moisés al subir al monte Sinaí al encuentro con Yavhé con las tablas de la ley en sus manos. Es un texto muy nítido que busca dejarnos clara una verdad: cómo Dios no está al margen, sino que sale a nuestro encuentro, busca que seamos capaces de descubrirle para, como Moisés, entrar en conversación. En la historia de Moisés esto es una constante que evidencia de forma notable en el episodio de la zarza ardiendo donde Dios por primera vez le habla, se revela, se define. Algo que repite de nuevo en este encuentro como nos describe el autor, donde Dios utiliza unas palabras de la escritura para presentarse y describirse: ''El Señor pasó ante él, proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad»''. Quizás a nosotros esto nos suena ya muy repetitivo y conocido, pero para aquel pueblo de Israel que vagaba por el desierto no les entraba en la cabeza que Dios fuera compasivo y misericordioso. Y eso que habían experimentado cómo el Señor les libró de la esclavitud, de la ira del faraón, los hizo pasar por medio del mar... Y aún así, como el camino era duro y surgían problemas culpaban a Dios. Por eso Moisés pide clemencia para ellos: ''aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya''. A veces nos ocurre como al pueblo hebreo, hemos vivido milagros y auténticas maravillas en nuestra vida que el Señor nos ha regalado, y en cuanto aparece un contratiempo le culpamos de nuestros baches y males, en lugar de tener amplitud de miras para descubrir que sólo Él nos ha alargado el camino futuro que va más allá de la muerte y el pecado. Subamos, pues, al monte del Señor; es decir, vayamos a su encuentro, a vivir de forma personalísima lo que supone ponerse ante Él aquí delante el Sagrario no tanto para hablarle, sino para dejar que me hable Él.

III. Tanto amó Dios

El evangelio de este domingo -la Santísima Trinidad- nos puede parecer muy corto, pero al mismo tiempo es un texto bastante complejo. Este pasaje corresponde a un fragmento del diálogo de Jesús con Nicodemo, aquel discípulo que acudía a ver al Señor de noche y le seguía de forma oculta. Esta conversación que recoge San Juan evidentemente no fue en estos términos, sino que al ser puestas por escrito transformaron un simple diálogo en una lección de alta teología. Como sabéis los textos joánicos están cargados de simbología y profundidad, tal como vemos en estas palabras a Nicodemo que nos recuerdan el prólogo que proclamamos como evangelio en navidad: ''el Verbo se hizo carne''. Dios es amor, y sólo movido por amor se encarna y viene a nosotros para rescatarnos por su muerte y resurrección. Por eso remarca: ''Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él''. Son palabras muy fuertes para la cultura judía tan pendiente de cumplir leyes y normas por temor a Yavhé, por eso no se cansa el Señor en manifestarse como amor, dado que toda idea de Dios que no sea esa es un dibujo de los hombres que no se ajusta ni acerca a la verdad. Por eso comienza afirmando: ''Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna''. Decir ''Tanto amó'' nos lleva a preguntarnos si ese amor tiene medida o fin: ¡en absoluto! El amor de Dios supera nuestra imaginación  y alcance, pues estamos ante algo inabarcable. Las personas parece que tenemos un límite pequeño para amar; en seguida se nos acaba y, sin embargo, el amor de Dios jamás se agota. A veces nos complicamos demasiado haciendo cábalas de quien es bueno o malo, de quien cumple o no cumple, de quien es santo o pecador... No perdamos el tiempo jugando a ser jueces, aquí sólo importa una cosa: que nosotros creamos en Él y le sigamos con todo lo que ello implica. Lo acabamos de escuchar en el evangelio: ''El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios''. Esforcémonos por buscar al Señor de corazón cada uno de nosotros y en cada uno de nosotros como lo hacen los monjes y monjas en sus monasterio y conventos pidiendo por todos sin distinción... También nosotros estamos llamados a ser contemplativos en medio de nuestro mundo de ruidos para ser capaces no sólo de buscar a Dios, sino de encontrarle...

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