(Rel.) Empieza junio, hermoso mes que actualmente es conocido por ser el mes de un orgullo que en nombre de la tolerancia salió del closet para apoderarse en poco tiempo de las calles, en las que vemos, durante al menos treinta días, ondear la bandera a la cual el arcoíris ya le es insuficiente para abarcar una diversidad que crece en la medida en que aumentan el deseo y la imaginación.
Y mientras no sólo las calles, sino también la gran mayoría de los medios de comunicación y entretenimiento, los comercios, los organismos gubernamentales, las empresas, los centros educativos y hasta algunas instituciones religiosas se confiesan rendidos ante dicha ideología, el Sagrado Corazón de Jesús, a pesar de haber amado tanto a los hombres, es desdeñado por la mayoría de los cristianos.
Lamentablemente, son muchos los católicos que ignoran que el mes de junio está dedicado a la bella y sagrada devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Devoción que, aunque es revelada plenamente en el siglo XVII, ha existido desde los primeros tiempos de la iglesia. Basta recordar que varios padres de la iglesia (San Paulino de Nola, San Ambrosio, San Agustín, entre otros) hacen referencia a las llagas de Cristo mencionando la sagrada llaga del costado de Jesús así como la sangre y el agua que brotaron de su sagrado corazón.
En la Edad Media, son varios los santos que profesan la devoción por Dios hecho hombre, cuyo Sagrado Corazón fue, como dice San Bernardo de Claraval, “herido por la lanza del centurión, quien cavó en los mismos recovecos de su sacratísimo corazón, traspasándolo con la lanza de la rabia, aunque antes ya había sido herido con la lanza del desprecio y la indiferencia”.
En la Edad Media se escribe el himno más antiguo al Sagrado Corazón, Summi Regis Cor Aveto [Salve, Corazón del Rey Soberano], atribuido al monje y místico San Hermann Joseph (1150-1242). Unas décadas más tarde, Nuestro Señor le mostró a Santa Gertrudis (1256-1301) los admirables misterios del amor divino que encuentra en la devoción al Sagrado Corazón, en palabras de la santa, “el símbolo de la caridad inmensa, que impulsa a la Palabra a hacerse carne, a instituir la Santa Eucaristía, a cargar con nuestros pecados y a morir en la cruz para ofrecerse como víctima y como sacrificio al Padre Eterno”.
En el siglo XVII la devoción al Corazón de Jesús se propaga de manera excepcional gracias, especialmente, a dos grandes santos: San Juan Eudes (1601-1680), misionero y fundador autor de la alabanza litúrgica a los Sagrados Corazones de Jesús y de María Santísima y a quien debido a su labor el Papa San Pio X llamara “el apóstol de la devoción a los Sagrados Corazones”, y Santa Margarita María de Alacoque a quien, entre 1673 y 1675, Nuestro Señor descubre "el Divino Corazón en un trono de llamas, más brillante que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior".
A Santa Margarita, Nuestro Señor le revela sus doce promesas a las almas que lo honren y hagan que sea honrado (los invito a conocerlas y practicarlas) y también le solicitó, de manera específica, cómo deseaba fuese la devoción a su Sagrado Corazón pidiendo una fiesta anual en honor de éste, que fue extendida a la Iglesia universal en 1856 por el Papa Pío IX. El 11 de junio de 1899, por orden del Papa León XIII, toda la humanidad fue consagrada solemnemente al Sagrado Corazón. El Papa León XIII llamó a este evento "el acto más importante de su pontificado”. Otro dato relevante es que, debido a que en María siempre Virgen se gestó el Sacratísimo Corazón de Jesús, la fiesta del Inmaculado Corazón de María se celebra justamente al día siguiente de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
En las revelaciones a Santa Margarita, Nuestro Señor dijo: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. En cambio Yo recibo de la generalidad de los cristianos sólo ingratitud, frialdad, irreverencia, sacrilegio y desprecio hacia Mí en este Sacramento de amor. Y lo que más me duele es que son corazones a Mí consagrados.” Ese fue el reproche a una sociedad cristiana mayoritariamente practicante. ¿Qué será ahora, cuando un orgullo luciferino, que promueve toda clase de perversiones, ha secuestrado el mes de junio ofendiendo y ultrajando al Sagrado Corazón ante la tibieza, cuando no indiferencia de muchos católicos, algunos de los cuales se suman activamente a los agravios haciendo de las comuniones blasfemas una perversa rutina?
Actualmente es evidente que nuestra sociedad, henchida de orgullo y donde cada hombre es para sí mismo la medida de todas las cosas, ha rechazado abiertamente a Dios. Sin embargo, y a pesar de nuestras miserias, iniquidades y pecados, un Dulcísimo Corazón, un Sagrado y Divino Corazón que yace olvidado, sigue esperando nuestro corazón contrito y humillado, mostrándonos su mansedumbre y humildad, prueba viva de su desbordante caridad por los hombres, de quienes tanto desea ser amado.
No le dejemos esperar más. Por el contrario, al orgullo de este mes, antepongamos la humildad del hombre que se reconoce totalmente dependiente de Dios. Al desafío a la ley divina, respondamos con la dócil y alegre obediencia de quien sabe que el yugo divino es suave y su carga ligera. Ante los continuos, ya no solo olvidos e indiferencias, sino agravios y blasfemias, apresurémonos a reparar los crueles desdenes y escarnios de que en todas partes es objeto su amoroso Corazón.
Pidamos a Dios transforme nuestro corazón de piedra en uno manso y humilde de tal manera que, poniendo en sus manos toda nuestra esperanza y en su corazón el nuestro, podamos decir como Santa Margarita: “¡Señor, mi corazón es vuestro! No permitáis le ocupe cosa sino Vos, que sois el galardón de mis victorias y el apoyo de mi debilidad”.
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