Iniciamos el nuevo año litúrgico y nos adentrarnos en este santo Tiempo del Adviento; un momento de gracia en el calendario cristiano. Decimos coloquialmente que es "un tiempo fuerte", un tiempo para vivir con mayor intensidad nuestra vida creyente, nuestra práctica sacramental, nuestra identificación con el evangelio que no hemos de vivir sólo de palabra, sino con obras. Tenemos por delante unas semanas hermosas para prepararnos a la venida del Señor, no es algo repetitivo; vivamos esta realidad como si en verdad esta fuera nuestra última navidad de nuestra vida existencia -podría serlo- lo cual nos hará saborear y aprovechar estos benditos días.
I. Es hora de despertar
En las semanas previas -las últimas del año litúrgico- la Palabra de Dios nos ha presentado una temática que no abandonamos, pues forma parte importante de la esencia del adviento, como es la dimensión escatológica. Y es que la reflexión sobre el final no es sólo para fechas concretas, sino que ha de ser una constante en nuestra existencia, pues podemos olvidar a veces que somos ciudadanos del cielo. Hablamos de esa hora desconocida, esa que sólo Dios conoce y por la que somos invitados a estar en vela. El pueblo de Israel esperó durante siglos la salvación prometida por Yahvé... Hoy nosotros somos invitados a actualizar la verdad que nos esponja el corazón: saber que somos salvados en la esperanza. No estamos ante una experiencia desconocida, se nos da todo hecho y aun así, tantos no son capaces de creer. Aquí no caben de dudas de si realmente vendrá el Señor a salvarnos, ya lo ha hecho; ya nos ha salvado, pero nos toca retornar a su amor primero como el hijo que vuelve a su casa, y prepararnos para su segunda venida recordando aquella primera. Por eso San Pablo en este fragmento de su carta a los Romanos nos llama a comportarnos reconociendo el momento en que vivimos, un tiempo complejo ciertamente, pero no más que el que vivieron los primeros cristianos que hicieron florecer la Iglesia con su fidelidad hasta incluso el derramamiento de su sangre. Vivimos aletargados, despistados, dormidos... He aquí que las palabras del Apóstol son una llamada de atención para nosotros: ''ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe''. Es hora de dejar la noche para abrazar el día, de dejar atrás la oscuridad para disfrutar la luz, de apartarnos de lo mundano para enriquecernos de lo divino.
II. Subamos al monte del Señor
El texto de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura nos muestra realidades muy próximas a nosotros, el profeta también tiene la percepción de que Dios ya no pinta mucho para bastantes de sus coetáneos en pleno siglo VIII a.C., por lo que dice: ''Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos''. El autor siente especialmente que no se ha acabado de comprender el sentido espiritual del monte Sión, que no es sólo un recuerdo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, sino qué, además, es un símbolo de unidad, de libertad y de paz. Es por esto que exclama esta invitación: ''Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob''; volvamos a Dios, que Él dará sentido a nuestras vidas y nos mostrará el camino que hemos de seguir. Se vivía en aquel momento como también hoy, un contexto de división, enfrentamientos y guerras, por eso el oráculo presenta ese mañana idílico: ''De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas'' que sólo se logrará si subimos al monte del Señor; esto es, cuando todos volvamos a Dios.
III. Cuando venga el Hijo del hombre
Hemos dejado atrás el ciclo C para iniciar el ciclo A en la liturgia de la Palabra; si el año pasado nos acompañó los domingos y festivos el evangelio de San Lucas, este año será el evangelista San Mateo, tan querido en Oviedo. Este pasaje del capítulo 24 constituye uno de los últimos discursos de Jesús que recoge el autor en su evangelio, un texto apocalíptico que viene a enseñarnos también cómo Cristo llega a nosotros cuando todo parece estar perdido. Si os fijáis, siempre que se decora el nacimiento, el portal donde colocamos a la Sagrada Familia es un edificio pobre, ruinoso, con los tejados como caídos... Es un reflejo de ésto, que el Señor viene a un mundo derruido, arruinado, herido y maltratado. Nuestro mundo vive de espalda a Dios, por eso hay tanto odio, tantas luchas, tantas personas desesperanzadas, en la penumbra, en la injusticia o el dolor. "Como en el tiempo de Noé", donde lo viejo quedó bajo el agua y el Señor salvó lo que debía salvar para empezar algo nuevo. También Jesucristo viene a instaurar algo nuevo, el reino de la verdad y de la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz -como cantaba la liturgia del domingo pasado-. Somos llamados a prepararnos, y se nos dice de forma muy clara: ''estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor''; somos invitados a la conversión auténtica del corazón, a volver a empezar, a preparar en nuestra alma y corazón la cuna del Mesías que está al llegar.
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