Celebramos en este domingo la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo con la que concluimos el año litúrgico. Dentro de unos días (D.m.) iniciaremos el tiempo del Adviento con la bendición y el encendido de la corona. Esta celebración de Cristo Rey nació como "fiesta" en 1925 a iniciativa del Papa Pío XI por medio de su encíclica "Quas Primas" al celebrarse aquel año jubileo ordinario, además del XVI centenario del Concilio de Nicea. En aquella asamblea ecuménica de Nicea -llamada apostólica- se había definido y proclamado el "dogma de la consubstancialidad", promulgando en él la real dignidad de Cristo. San Pablo VI elevó esta celebración de "fiesta" a "solemnidad" cambiando su fecha al último domingo del ciclo litúrgico que nos recuerda lo que habrá al final de nuestra existencia, al final del mundo: Jesucristo, Rey de Reyes, que aguarda a con los brazos abiertos a los que le han sido fieles, teniendo como Rey al que tuvo en la cruz su trono.
I. El reino del Hijo de su amor
La carta a los Colosenses que hemos escuchado de segunda lectura nos presenta un precioso himno que el Apóstol dedica a Jesucristo; es un texto puramente cristológico que nos presenta a Cristo como imagen del Padre, primado de todo, primogénito de entre los muertos... Esto es lo que los artistas han querido representar en esas imágenes de Cristo pantocrátor, en majestad o, ya en el siglo pasado, esas efigies de Jesús sedente con cetro y corona. En definitiva, son formas de acercar al pueblo fiel este sentir de confiar en Aquél que tenemos por meta. En palabras del Catecismo de la Iglesia en su nº 1041 nos recuerda cómo el mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación". Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído". Cristo es el salvador, Él dio su vida para darnos vida, más cada cuál será libre de acoger la gracia o desperdiciarla. No vino a salvar sólo a un grupo selecto, sino a todos; por desgracia no todos le reconocen, le descubren ni lo tienen por Rey de sus vidas. Vemos a Cristo Rey que reina en la Cruz con corona de espinas, y entendemos lo que San Pablo nos ha recordado: ''Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor''.
II. Un reinado de Paz
La primera lectura del libro del profeta Samuel nos presenta un texto muy breve pero cargado de simbolismo, por eso para entenderla hay que explicarla en todo su contexto. El pueblo de Israel estaba dividido en tribus; conocemos el relato de la elección de David, aquel pequeño pastor que el Señor elige para ser ungido rey. David era de la tribu de Judá como bien sabemos, por eso fue proclamado rey de las tribus del sur que era donde vivía. Y he aquí que las otras tribus, las del norte, que no les iba bien en su organización no paran de oír hablar de las maravillas del reinado de David: un rey bueno, un rey que no actuaba con violencia, sino que regalaba a su pueblo la prosperidad que brinda la paz. Y he aquí que los pueblos del norte acuden a ver a David, y en el Herbón, donde están las tumbas de los patriarcas, le piden que sea también el rey de ellos, el rey de todos. Pero no le pidieron que fuera su rey por pura conveniencia, sino que fueron capaces de ver la mano de Dios en la elección de David, por eso la petición fue unida a un reconocimiento explícito que venía a decir: ''no te queremos como rey, sino que eres tú y no puede ser otro nuestro rey''. Por ello afirman lo más bonito que alguien de una tribu le puede decir a una persona de otra tribu distinta: ''Hueso tuyo y carne tuya somos''.
III. Rey desde la Cruz
El evangelista San Lucas nos regala este relato de la crucifixión donde vemos a Cristo sometido a burlas en medio de los dos ladrones, a los cuales la Tradición ha venido llamándolos Gestas y Dimas. Vemos a Cristo hombre entre los hombre y pobre entre los pobres; también como rey de los humildes, de los que sufren, de los ajusticiados y perseguidos injustamente. A veces caemos en ideologías pensando que esta celebración de Jesucristo Rey del Universo tiene reminiscencias pasadas, tintes monárquicos o nacionalcatólicos; he aquí el problema: no hemos entendido las palabras de Jesús ''soy rey, pero mi reino no es de este mundo'' ¿Por qué nos empeñamos en mundanizar lo que el mismo Señor nos ha dicho que no es de aquí?... El escenario que nos presenta el evangelio nos muestra otro pecado al que nos acostumbramos con facilidad: querer que el Señor actúe cuando nosotros queremos, incluso queriendo ponerle a prueba: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Si eres Dios cúrame, hazme este milagro o sácame de este lío en el que me he metido, dame trabajo... Este final de Jesús; fue un "shock" para la sociedad de su tiempo, hasta sus enemigos lo consideraban un profeta; les gustara o disgustara eran conscientes de que hablaba con autoridad y lo seguía gente de todos los lugares y de todo tipo. Era impensable que un profeta terminara crucificado como un vulgar malhechor. Para los discípulos también fue un trauma, una especie de fracaso con final trágico al ver al Mesías colgado de un madero. El problema radicaba en que no habían entendido sus anuncios, sus predicaciones ni las escrituras que profetizaban que esto sería así. Cristo reina en la cruz, así lo afirmaba Benedicto XVI al decirnos que ''Con su sacrificio, Jesús nos ha abierto el camino para una relación profunda con Dios: en Él hemos sido hechos verdaderos hijos adoptivos, hemos sido hechos partícipes de su realeza sobre el mundo. Ser, pues, discípulos de Jesús significa no dejarse cautivar por la lógica mundana del poder, sino llevar al mundo la luz de la verdad y el amor de Dios. Se trata de una invitación apremiante que se dirige a todos y cada uno de nosotros: convertirse continuamente en nuestra vida al reino de Dios, al señorío de Dios, de la verdad''. Hoy mirando a la Cruz podemos preguntarnos: ¿quiénes somos: Gestas o Dimas?... Aquí está la diferencia entre rechazar al Señor o en verdad decirle desde lo más profundo de nuestra alma: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
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