Nos disponemos a entrar en la Santa Cuaresma, momento especial de nuestro peregrinaje temporal para ver cómo está nuestra vida de cara a Dios y a los hermanos; qué oscuridades de mi vida requieren luz y qué realidades de mi existencia necesitan ser purificadas... en definitiva: ¿Cómo vivo mi día a día unido a Cristo sufriente, muerto y resucitado?... Estas seis semanas de tiempo fuerte, austero y penitencia nos van predisponiendo para la solemnidad de la Pascua, por tanto, está bien que ahondemos en la espiritualidad que emana de la pasión del Señor, pero sin perder de vista que la meta está en el sepulcro vacío.
Conscientes de que somos pecadores, tal como reconocemos al iniciar la eucaristía, también así nos identificamos al comienzo de la andadura cuaresmal al ser marcados por la ceniza. Eso es lo que somos: pobres y frágil polvo, necesitados de conversión y de Dios para poder levantarnos de las caídas y seguir caminando. El primer mensaje de la palabra de Dios nos llama a revisar cómo practicamos las obras de justicia: limosna, oración y penitencia. Estas prácticas no podemos limitarlas sólo a estos cuarenta días, sino qué, ojalá, nos acompañen a lo largo de todo año. Hay personas que tienen la piadosa costumbre de no comer carne ningún viernes del año pues, además de lo sano que es el pescado, es también una forma de recordar durante todo el día que un viernes murió el Señor por todos nosotros, y como éste, tantos otros pequeños detalles que nos ayudarán a interiorizar y configurarnos con las grandes verdades de nnuestra fe.
Se nos llama en estos días precisamente a fortalecerla, a intensificar la oración y a cuidar el trato con los demás, teniendo especial sensibilidad hacia los más necesitados... A lo largo de la cuaresma disponemos nuestro corazón para que cuando lleguemos a la semana santa seamos un poco mejores discípulos de Jesús y tengamos el alma predispuesta para vivir la semana más grande del año cristiano.
La dramática situación de Ucrania, sometida a la satrapía genocida de un tirano sin escrúpulos ni con los niños y que representa la encarnación del mal, nos tiene a todos atónitos y horrorizados. Ante esta realidad el Papa Francisco nos ha hecho un llamamiento para que nuestro ayuno y oración de este día sea ofrecido de forma especial por la paz y por las víctimas inocentes. Nunca minusvaloremos el poder de la oración, ésta es el arma más poderosa que tenemos los cristianos para hacer frente a las injusticias de nuestro mundo. Os animo a tener muy presentes en vuestras oraciones a todo el pueblo ucraniano, dentro y fuera de sus fronteras; que nuestras plegarias sean escuchadas por Jesucristo, príncipe de la Paz, y que el Altísimo interceda por nuestros hermanos en la fe. No dejéis de leer el mensaje del Santo Padre para esta cuaresma, el cual os ayudará a reflexionar cómo éste es un tiempo de cosecha para hacer buenas obras, las cuales darán su fruto. El pasaje elegido de la carta a los gálatas no podía ser más apropiado: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).
Adentrémonos, pues, al desierto con Cristo. Tenemos cuarenta días para crecer y avanzar en esta peregrinación recurriendo al sacramento de la reconciliación con la frecuencia necesaria, apoyados de alguna lectura espiritual edificante, renunciando a algunos caprichos y participando en los actos de piedad a los que nos convoca la Iglesia. Es un tiempo de gracia muy especial que no debemos dejar pasar echando en saco roto la oportunidad que se nos brinda para crecer en el amor a Dios y al prójimo que tanto necesitamos y necesita nuestro mundo. Tenemos recientes las palabras de Jesús sobre cómo ha de ser nuestro trato para los que no nos quieren o hablan mal de nosotros; la cuaresma es una gran oportunidad para construir puentes y educar a los niños en la paz.
Tenemos cuarenta días para no morir bajo el sol como el pueblo rebelde de Israel, cuarenta días para no ahogarnos como los coetáneos de Noé, cuarenta días para no ser nuevos esclavos bajo la opresión de los tiranos como el Pueblo en Egipto, y cuarenta días para caminar muy unidos al Señor en la soledad del desierto entre tentaciones y consuelos, entre secarrales y oasis, a sabiendas que la mayor opresión y esclavitud que somete, asola, ahoga y tiraniza al mundo, es el pecado en sus múltiples formas. Ojalá que sea ésta una cuarentena fructífera espiritualmente. A María, Madre de Soledad y angustia, acompañemos en el dolor de seguir a su hijo que carga con la Cruz. Le pedimos a Ella que nos enseñe a ser perseverantes en las prácticas de este tiempo. Y muy especialmente a San Miguel Arcángel para que interceda por Ucrania.
Feliz, provechosa y santa Cuaresma.
Joaquín, párroco
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