domingo, 6 de febrero de 2022

''Señor, apártate de mí''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Domingo V del Tiempo Ordinario. El Señor se pregunta y nos pregunta: ¿a quién enviar?... La palabra de Dios no puede llegar por ciencia infusa, necesita testigos, voceros, heraldos, portadores...En una palabra: cristianos comprometidos que sepan ser misioneros de su entorno. Como bautizados estamos llamados a colaborar en el anuncio y construcción en nuestro entorno del Reino de Dios. Cristo necesita nuestros pies y nuestras voces para que sus palabras lleguen a tantos rincones donde aún no son conocidas. El cristiano ha de ser otro cristo, que contribuya a trasformar nuestro mundo por medio del evangelio. Dejémonos llenar por Él, así nuestras vidas tendrán verdadero sentido y podremos socorrer a tantos otros que viven o sobreviven en un sinsentido. Echemos pues, en su nombre, nuestras redes.

La palabra de Dios que meditamos en este día nos presenta el plan que Dios ha soñado, el proyecto para cada uno de nosotros que sólo tienen validez si Él forma parte del mismo y no lo excluimos de nuestra vida. Así, la epístola de la San la primera carta de San Pablo a los corintios nos recuerda la base del credo primitivo: el "kerigma"; anunciar la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. También nosotros hemos de configurarnos con nuestro maestro día a día aceptando los sufrimientos, muriendo un poco a nosotros mismos para resucitar cada jornada a la vida nueva del espíritu. Manteniéndonos vivos en la palabra anunciada, haciendo nuestra esta verdad que los apóstoles nos transmitieron y que rezamos en la liturgia eucarística: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven señor Jesús.

Isaías nos presenta la visión de cómo la palabra de Dios nos transforma por completo. El Profeta se encuentra en el templo de Jerusalén donde experimenta su particular vocación: hablar a su pueblo de Dios. Más se siente indigno de esta misión, pues el "Quid" de la cuestión no es la dificultad de ir a predicar a un pueblo infiel y pecador, sino que de ese pecado e infidelidad forma parte también él mismo por ser su pueblo, en el que ha nacido y crecido. De ahí ese gesto purificador que experimenta cuando el "serafín" con un ascua en la mano le acerca el fuego a la boca y le dice: ''ha desaparecido tu culpa; está perdonado tu pecado''. La palabra serafín encuentra su origen en el verbo hebreo arder, y es que estos espíritus bienaventurados se caracterizan por su ardor. Los serafines son uno de los coros angelicales que alaban a Dios en las alturas cantándole lo que nosotros también proclamamos: «¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!»... Los ángeles son el ejemplo claro de que Dios no nos deja sólos en nuestro camino, sino que nos manda a sus mensajeros para que nos guarden en él. Así lo canta también hoy el salmista: ''Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor''.

Por último, el evangelio de este domingo de claro contenido vocacional, nos muestra a Jesús junto al lago de Galilea donde San Lucas nos presenta su relato sobre la vocación de Pedro. Vemos a un Simón- Pedro pesimista ante la invitación del Señor de remar mar adentro y echar las redes; se excusa diciendo que ya han estado toda la noche "bregando" sin pescar nada. He aquí un paralelismo preclaro entre la actitud de Isaías -que no se siente digno de ir a predicar- y la reacción de Pedro de hacer lo mismo con el símil de la mar y las redes. Pero algo cambia, y es que la palabra del Señor transforma hasta el punto de que Pedro lo dejará todo y ya no se dedicará ya a pescar peces, sino a ganar almas para Dios. Jesús, con la pesca milagrosa,  les demuestra que evidentemente la clave está en la fe; más aún, habrán de ver "cosas mayores". Ni la pesca inmensa les ata ya; la abandonan cuando quizá en sus vida hubieran logrado una faena mejor, y se va tras Aquel hombre que les propone algo aún mucho mejor: la pesca de la pesca para la vida eterna. Pedro es consciente al ocurrir el milagro de que había dudado de Jesús cuando éste le había dicho verdad, por eso se arroja avergonzado y pesaroso sus pies de reconociéndose pecador e indigno ante su presencia. Así también le ocurre a Isaías que se sentía indigno para profetizar, pero de nuevo Dios nos sorprende eligiendo a lo necio y débil de este mundo para avergonzar a sabios y fuertes. También nosotros ante su Palabra y el ejemplo de hermanos, santos y predecesores, hemos de decirle a Jesús: Señor, somos pecadores, no merecemos que te acerques a nosotros, pero por tu palabra echaremos las redes de nuevo y remaremos mar adentro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario