Hemos iniciado el mes de junio que tiene como protagonista al Sagrado Corazón de Jesús. En este momento histórico por el que estamos pasando bien merece la pena ahondar en lo que significa el corazón en la experiencia humana. Me viene a la memoria lo que siempre nos han dicho los sabios del pueblo, que son los ancianos, como expertos de la vida: “En la vida y de modo especial en el trabajo diario conviene poner muy a tono el corazón. De lo contrario las cosas no salen bien”. Cuando se pone todo el corazón está garantizado y seguro que cualquier realidad que podamos vivir, en cada momento, se vive con una dimensión gozosa. Muy bien lo define el Evangelio: “Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Y la dicha que siente el corazón es porque sabe aparcar y huir de las malezas y los males que quieren atraparlo.
La purificación del corazón es imprescindible para visibilizar y ver todo más claro. Las nubes que anidan en el interior del corazón -si persisten- hacen mucho daño. El corazón es la sede de la personalidad moral: “Porque de dentro del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las blasfemias” (Mt 15, 19).
Por eso “cuando descubrimos nuestra sed de bien y la misericordia de Dios que nos sostiene, comienza un camino de liberación que dura toda la vida y nos prepara al encuentro con el Señor. Se trata de un trabajo serio y, sobre todo, de una obra que Dios hace en nosotros a través de las pruebas y las purificaciones de la vida, y que nos lleva, si lo aceptamos, a experimentar una gran alegría y una paz verdadera” (Papa Francisco, Audiencia General, 1 de abril 2020).
La pureza del corazón es el preámbulo de la visión de Dios. Solamente teniendo limpio el corazón se puede ver a Dios. Y por donde pasa Dios deja una estela de luz y un aroma de felicidad permanente.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos viene muy bien para crecer en la experiencia de un corazón puro y limpio. Los expertos y los analistas de la sociedad afirman que hemos entrado en el siglo XXI y con toda la tecnología a nuestro alcance, con todos los adelantos de la ciencia, nos encontramos en una sociedad acomodada, egoísta, donde el orgullo llama a casi todos los corazones, lo que nos provoca una ceguera espiritual que nos impide ver más allá de nuestras verdaderas necesidades, de nuestros gustos personales, descuidando nuestra limpieza espiritual. De ahí que es muy necesario cambiar de rumbo y mirar, con más devoción y unción, al misterio del amor de Dios que se nos presenta en el Sagrado Corazón de Jesús.
Sólo desde el corazón que está hecho a imagen de Dios, porque tiene capacidad de amar y Dios es Amor, se pueden restaurar y purificar las desviaciones y las suciedades que nos acosan permanentemente. Bien merece que unamos nuestros deseos y esfuerzos para que el Sagrado Corazón de Jesús reine en nuestros corazones y los purifique. Y así podemos orar:
“¡Oh Jesucristo! Consagro mi corazón, colócalo en el tuyo, pues sólo en él quiero vivir y sólo en él quiero amar. En vuestro Corazón quiero vivir desconocido del mundo y conocido de ti solamente. En él encontraré la fuerza, la luz, el calor y el auténtico consuelo. Cuando el mío esté desfallecido tú me ayudarás y reanimarás; cuando esté inquieto y turbado tú me tranquilizarás. Señor Jesucristo, reina en mi corazón, en nuestros hogares y en la sociedad. Vence todos los poderes del Maligno y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón. Amén”.
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