lunes, 14 de septiembre de 2020

Homilía en el Inicio del Jubileo de la Santa Cruz ‘’ Perdonanza 2020’’



Sr. Deán y Excelentísimo Cabildo Catedral: gracias por la invitación a presidir y predicar esta Eucaristía de inicio del Jubileo de la Cruz; hermanos sacerdotes del Arciprestazgo de Oviedo y de otros que también habéis venido, peregrinos de las parroquias de la Unidad Pastoral de Olloniego -Tudela Veguín, Santo Domingo de Guzmán, San Tirso el Real (la parroquia de la Catedral), Santo Cristo de las Cadenas y San Félix de Lugones; hermanos todos en el Señor:

Iniciamos hoy este Jubileo de la Perdonanza qué, aunque oficialmente clausuraremos el próximo día 21 con la festividad del apóstol San Mateo, dentro del sentir popular de los fieles de Oviedo podríamos decir que extraoficialmente lo cerramos en torno a la Cruz del Señor con la romería del Santo Cristo de las Cadenas, a cuyo Santuario sube el pueblo fiel de Oviedo y su entorno para besar sus pies, sus cadenas y su Imagen. Es pues en torno a la Cruz donde creció la fe de nuestros antepasados y que nosotros mismos queremos actualizar y renovar hoy. 

Y lo hacemos acudiendo a este otro Santuario, el primero y principal de Asturias como Iglesia Madre de la Diócesis que es nuestra Santa Iglesia Basílica Catedral Metropolitana de San Salvador, cuyo pasado histórico la sitúa como enclave privilegiado y destacado no sólo en el Camino de Santiago, sino como meta propia del que conduce a Dios. Tampoco por la cantidad de reliquias que aquí se llegaron a venerar, sino por la singular importancia de éstas entre las que están las más renombradas de la pasión de nuestro Señor, por lo que a esta Catedral se la reconoce por la "Sancta Ovetensis". Y es que a los asturianos nos gusta recordar que "quien va a Santiago y no al Salvador visita al criado y deja al Señor". Pero lo que el dicho nos está queriendo aclarar realmente es que aquí tenemos el privilegio de poder orar ante la imagen de El Salvador Universal, titular de este templo y patrono de esta Noble, Leal y Fiel Ciudad, pues aunque los peregrinos iban a la tumba de Santiago en el Finisterre, en el propio Camino se encontraban con el Sudario del Señor, con fragmentos de la cruz y con parte de la corona de espinas. En la Iglesia Madre de los asturianos miramos tan alto como los galileos en la Ascensión, pues no elegimos por patrono a ningún santo en particular, sino al mismo Señor; al mismo Jesús qué, resucitado y vivo entre nosotros y aún con las marcas de la pasión en sus manos, desde su peana nos bendice. 

Quizá no hayamos comprendido del todo bien los creyentes lo que significa el culto a las reliquias, pues éstas no son amuletos ni simples reminiscencias históricas, ya que por medio de ellas actualizamos piadosamente nuestra fe y expresamos nuestro mayor anhelo: besar la santidad, acercarnos a lo que vemos aún lejos; queremos ver y tocar lo sagrado que por el pecado aún sentimos distante, pero que por medio de las reliquias podemos vislumbrar la meta final de nuestro camino. En esta tarde, contemplando y venerando el Santo Sudario, haremos nuestras las palabras del apóstol Felipe: "queremos ver a Jesús". 

Sé que muchos venís atraídos por el Sudario al ser éste uno de los tres días del año en que sale de la Cámara Santa; cuando luego lo contemplemos hagamos ante todo una oración de gratitud al Señor, el cual aceptó beber el amargo cáliz de la pasión por todos nosotros. Tampoco nos quedemos solamente con la curiosidad piadosa de la visión de la reliquia, sino que la adoración del Santo Lienzo nos sirva para caer en la cuenta de lo que nuestro interior nos reclama hoy más que nunca ante el paganismo rampante y el laicismo beligerante, y podamos decir con el alma y el corazón lo que nos recuerda el Salmo 26: "oigo en mi corazón buscad mi rostro; tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro". 

Ciertamente, estos santos vestigios nos ayudan de manera inapelable a disponer sinceramente el corazón para el encuentro personal con el Señor, y así, nos fijamos igualmente esta tarde en el “Cristo Nicodemus”, cuyo valor no estriba simplemente en ser una singularísima pieza románica, sino -y esto es lo que algunos no saben- que se trata de un “Lignum Crucis”; es decir, que en su interior se conservan unas astillas de la cruz del Señor y que la tradición atribuye al rico fariseo y miembro del Sanedrín, el piadoso y secreto seguidor de Jesús, José de Arimatea. Tampoco perdamos de vista la Cruz de los Ángeles, la cual preside este jubileo y que este año, dada la crisis sanitaria, no podremos venerar. Esta vez no subiremos físicamente a la Cámara Santa, pero hagámoslo con la imaginación y rezando el credo para nuestros adentros renovando nuestra fe ayudados por la inspiración de tan singulares piezas. 

Hoy es 14 de Septiembre -Exaltación de la Cruz- día grande igualmente en mi pueblo de Candás donde esta mañana así lo celebrábamos ante la Imagen de un Cristo náufrago qué, rescatado del abismo, se convierte en rescatador para los que un día como hoy a Él acuden. Como ocurre igualmente en tantos rincones de nuestra diócesis donde con singular fervor se venerar la Cruz. Y así es en el "Ecce Homo" en Noreña, el Cristo del Amparo en Nueva de Llanes, el Cristo de Santana en Pola de Siero, el Cristo de la Misericordia en Colloto y el de la Hermandad de Los Estudiantes en la Tenderina, el Cristo de la Paz en Turón, el Cristo del Consuelo en Molleda, el Cristo del buen viaje en Figueras…De las Cadenas, del Socorro, de la Salud, de la Peña, del Camino, del Humilladero, de los Afligidos, de la Buena Muerte...y todo un sinfín de advocaciones más o menos conocidas. 

Toda nuestra vida está marcada por la cruz; oramos ante ella signándonos y reconociendo en la misma nuestra mejor marca. Con la señal de la cruz comienza el rito bautismal y todos los sacramentos y actos solemnes de nuestra vida; la llevamos en el pecho, preside nuestros hogares y vehículos, anticipa y sugiere la oración en esquelas y féretros... Pero, y en palabras de San Pablo, hemos de decir también -a tiempo y destiempo- que la Cruz sigue siendo un escándalo para muchos, y la ya aludida beligerancia y necedad de otros la ha retirado de espacios públicos, de los centros educativos y sanitarios y de tantos lugares sin entender que la Cruz es el mayor símbolo y expresión de amor de Aquél que dio su vida no únicamente por sus amigos y semejantes, sino incluso por sus enemigos y desconocidos, extendiendo en ella sus brazos a modo de abrazo universal que trasciende y vence a la misma muerte para conducirnos finalmente a su gloria. 

Este año hemos experimentado todos de una forma más que particular el peso y el paso de la cruz por nuestras vidas: la cruz de la enfermedad, de la muerte por la pandemia, del miedo que nos enmascara, atenaza, amenaza y amordaza... Hemos visto a Cristo en esta Cuaresma cargando el madero en los pasillos de los hospitales, torturado en cada anciano muerto en la Soledad de su hogar o residencia geriátrica, crucificado en tantos lechos de dolor, deshidratado en tantos moribundos, muerto en brazos de su madre desde el drama de tantas familias desesperadas buscando recuperar a sus “perdidos” difuntos. 

Este 2020 ha sido un año donde nos hemos configurado con la cruz del Señor, lo que nos ha de servir para preguntarnos si somos capaces de cargar con nuestras cruces de cada día y seguirle… Cuando nuestra cruz nos parezca demasiado pesada, miremos a la suya como estandarte de esperanza y de vida. 

La Palabra de Dios de este día nos presenta este precioso paralelismo entre la primera lectura del Libro del Éxodo y el capítulo del evangelio de San Juan, donde el Señor actualiza el gesto de Moisés anunciando ya cómo sería la redención. Seguramente sus discípulos no entendieron en aquel momento a qué se refería; nosotros hoy lo vemos mucho más claro al congregarnos ante este altar para ver, paradójicamente desde el drama de la Pasión en este elemento de tortura, la referencia de nuestra propia y sublime salvación... Moisés elevó la serpiente en el desierto y Cristo fue elevado en el Gólgota aceptando el plan de Dios para Él y para nosotros, y allí, a la vista de todos consuma su Pasión expirando, y con su último aliento otorga la salvación a todos los adheridos a Él por la fe. 

Jesús elevado en el Santo Leño, atrae a todos hacia Él, y como aquellos israelitas también nosotros le miramos a la vez que le imploramos que nos libre y nos sane de las mordeduras que sufrimos hoy en día de la peor serpiente de todas la existentes y que es el maligno, el cual nunca más que ahora se encontró tan cómodo y a gusto entre nosotros atacándonos sibilinamente en nuestras mayores debilidades, sentado con nosotros en el sofá de casa, manejando el mando de la televisión o el ratón del ordenador, acompañándonos a la peluquería, al trabajo, a la cafetería o incluso sentándose en el mismo banco de la iglesia que nosotros. 

No podemos olvidar que cuando pecamos echamos en saco roto toda la suprema entrega de Cristo, el cual "aceptó la muerte uno por todos para librarnos del morir eterno”. Y lo hizo en el patíbulo de la cruz por tí, por mí, por amor... Ojalá seamos dignos de tan noble y alto sacrificio, y con verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda, convirtiendo el corazón a Él, por Él y en Él, hagamos verdad lo que en este “Jubileo de la Cruz” hemos cantado en el salmo, y siendo verdaderamente agradecidos “no olvidemos las acciones del Señor”...


                                                                                                                                     Que así sea

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