martes, 8 de septiembre de 2020

Homilía del Sr. Arzobispo en la Solemnidad de Nuestra Señora de Covadonga 2020

Querido Sr. Abad y Cabildo de Covadonga, Sr. Vicario General, hermanos sacerdotes y diácono. Excmos. Sres.: Presidente del Principado de Asturias; Presidente de la Junta General; Delegada del Gobierno; Alcalde de Cangas de Onís, Presidente del Tribunal Superior de Justicia y Presidente de la Audiencia Provincial, Autoridades Civiles, Académicas, Militares, Culturales y Sociales. Religiosas y seminaristas. Saludo a los que nos siguen a través de los medios de comunicación: El Señor llene de Paz vuestro corazón y acompañe vuestros caminos por las sendas del Bien.

“Subió con prisa a la montaña”. Así nos dice el Evangelio que la joven María emprendió esa ruta de casi 120 kms. entre Nazaret y Ain Karem para ir al encuentro de su prima Isabel. ¿Prisa de qué? De llegar cuanto antes al encuentro de su pariente mayor que ella, estando ambas grávidas de un milagro, madres de la sorpresa: cuando la vida había descartado aparecer en el seno de Isabel, o cuando aún no había llamado a la puerta en el caso de María. Madres ambas de un milagro. Había prisa para darse el abrazo de la gratitud en la alegría de los dos hijos gestantes en su regazo. Prisa también por superar el alto riesgo de un viaje largo y arriesgado para una joven mujer en una caravana de mercaderes desde Galilea hasta Judea.

Prisa traemos también nosotros este año a Covadonga. Porque hay una premura que nos zarandea y agobia con esta malhadada pandemia, que hace que tengamos prisa en superarla cuanto antes. Pero aquí viene la dificultad: no tenemos las herramientas adecuadas, son pobres nuestros recursos humanos a la hora de poner nombre a esta situación compleja y variopinta. Decía Ortega y Gasset, que “a veces lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”. Efectivamente nos hacemos tantas preguntas, y aparecen en el horizonte cotidiano tantas cuestiones inconclusas. No sabemos bien cómo se ha originado este virus así de letal y extendido en el mundo entero. Son oscuros los orígenes, terribles algunas explicaciones cuando, sin pruebas, apuntan maquinaciones que de ser verdad nos hielan la inteligencia y el alma. La gestión de la pandemia ha sido desigual, y también esto nos desazona cuando los ciudadanos vemos que ha habido mucha improvisación, no pocas mentiras, y la intervención de la vida de una entera sociedad donde los sentimientos, los divertimentos, las creencias, la libertad, quedaban confinadas al albur de los magos de oz o de los gurús con los martillos de siempre. Si hay engaño, improvisación, intereses inconfesables que esconden sus estrategias en el control de la libertad de las personas, de sus movimientos, de sus decisiones, estamos entonces ante una mala gestión que no busca el bien de las personas en una tragedia como la que nos asola, sino perpetuarse en las poltronas del poder o aspirar a desbancar a los que se sientan en ellas.

Tanto más cuando vemos que van pasando los bochornos estivales dando entrada a nuevos sofocos que habrá que reconducir responsablemente. Porque la circunstancia que estamos viviendo desde marzo con esta malhadada pandemia, pone fuego a nuestra vida alterándola demasiadamente. Parecía que la así llamada “nueva normalidad” vendría por decreto, y que funcionaría porque así lo decide quien tiene el timón de la nave. Pero luego la realidad es más libre o más terca, y no se ajusta sin más a los intereses políticos o económicos de quienes con este virus dibujan a su antojo y pretensión el mapa de nuestras vidas y sus estimaciones electorales. Unas veces alertándonos con pánico, otras diciendo que no pasa nada. Momentos en los que no podemos salir del búnker doméstico, y otras con un pistoletazo de salida para un casi vale todo… con mascarilla y las medidas de distancia. Y también los hay que se aprovechan de esta tragedia para intentar censurar la libertad religiosa a golpe de ordeno y mando. He de decir que hay una plausible excepción que se refiere a nuestra región asturiana, donde la crisis sanitaria se ha planteado y gestionado con sensatez, prudencia y razonables medidas, en medio de un aluvión de gentes que nos han visitado en estos meses de verano. Lo he dicho en varias ocasiones: que la gestión que de esta circunstancia se ha hecho en Asturias es de agradecer en el noble intento y el cuidadoso tiento con el que nuestras autoridades autonómicas y municipales, nuestros sanitarios y fuerzas de seguridad, han hecho bien sus deberes dentro de lo mejorable que tiene toda acción humana. Yo lo vuelvo a agradecer públicamente.

Todo esto tiene una repercusión clara en nuestra vida cristiana. Porque la Iglesia diocesana, ha sabido poner los medios y ha sabido también liberalizarlos, según ha ido evolucionando el panorama de contagios del coronavirus en nuestra tierra. Nuestros templos parroquiales son espacios seguros, porque ahí hemos querido cuidar a la gente que entraba en las iglesias buscando la paz, el consuelo, la gracia, no buscando otras cosas o con actitudes que terminaban después en el contagio que no buscabas. Distancias señaladas, protección con hidrogel, mascarillas en la boca, y cuidado del aforo señalado. Hemos cuidado los cuerpos para poder cuidar las almas. Ha sido ejemplar la respuesta de nuestros curas y fieles, los de aquí y los que en este tiempo nos han visitado. Hemos tenido que prescindir de procesiones y otras expresiones religiosas, buscando alternativas para nuestras festividades cristianas y populares. Ha habido que aplazar bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, bodas e, incluso, ordenaciones sacerdotales. Pero poco a poco, se van celebrando estos eventos de fe, que tienen repercusiones sociales entre nuestros familiares y amigos. 

Tenemos delante como cada año en estas fechas el comienzo del curso, que esta vez conlleva incertidumbre. Toda la problemática al comenzar el año académico en torno a los colegios y centros universitarios, tiene también una repercusión en nuestras catequesis y demás actividades diocesanas y parroquiales. Creo que es bueno tener todos la mesura que nos hace responsables, para evitar la incompetencia de quien ignora la gravedad de este momento, así como quien asustadizo se atrinchera para no hacer nada. Entre los que la banalizan hasta la frivolidad y los que se asustan hasta el escaqueo, está la medida serena y sensata de quien pone los medios razonables para que no se nos escape la vida, tampoco la vida cristiana que hay que seguir nutriendo y cuidando con celebraciones, sacramentos, catequesis y nuestro adaptado calendario. Pero hay tantos que con ojos limpios de negruras y con mirada de largo horizonte, son capaces de asomarse a lo que nos sucede sin censurar lo que nos aflige, y sin dejar de leer y escuchar lo que Dios,buen escribano, nos dice en medio de nuestros renglones torcidos y nuestras conversaciones varias. ¡Quién tuviera ojos capaces de leer entrelíneas y de escuchar con sorpresa!

El papa Francisco tuvo una conmovedora vigilia de oración en la Plaza de San Pedro, tan vacía de gente como tan llena de confianza en Dios que nos acompaña. Fue una reflexión sobre cómo nos situamos unos y otros ante la pandemia: «La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos;todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad».

En el momento más álgido de esta situación pandémica, yo me vine a Covadonga. Podría haber quedado en Oviedo sin salir de mi habitación, pero me vine aquí porque diariamente me permitía dirigirme a tantas personas en la retransmisión de la Misa de mediodía o del rosario de la tarde. Una ocasión para acercarme con respeto a tantos hermanos poniendo en sus vidas un poco de luz y esperanza. La Santina tiene corona, pero no tiene virus. Junto a ella uno experimenta la paz que más falta nos hace. Desde este emblemático lugar para Asturias y para España, queremos pedir a nuestra querida Santina que nos bendiga, donde la naturaleza nos conmueve por su belleza natural, la historia tiene viva la memoria de la pertenencia a un pueblo con raíces cristianas, y la fe se mece en el regazo de una Madre que tiene siempre su casa abierta y encendida.

Ella se fio de esa palabra que un mensajero de Dios le acercaba ante el reto de algo que le resultaba no difícil sino imposible: ser la madre de Dios. La prueba que se le dio era que su madura prima Isabel que llamaban la estéril, estaba ya de seis meses de embarazo. Lo imposible se hacía posible. Y María lo creyó. Esto es lo que cada día, a las doce de la mañana, recordamos con la oración del ángelus mientras suenan las campanas. Y así lo hemos hecho en estos meses de pandemia. Desgranamos nuestras tres avemarías pidiendo a la Señora que no nos deje de su mano en estos momentos que tanto destrozo nos infligen, tantas lágrimas nos provocan, tantas preguntas nos asaltan dejándonos pobres de certezas ante el mañana y cargados de melancolía por el tiempo pasado con los que ya no tenemos cerca. Rezamos por los enfermos infectados en número nuevamente creciente, por los que han caído en la muerte durante su ocaso, por cuantos los cuidan como sanitarios, sacerdotes, religiosas, o voluntarios de Cáritas, por tanta gente buena que, desde su lugar y saberes, arriman el hombro y arriesgan sus vidas.

En su célebre novela 1984, George Orwell, hablaba de la actitud ante la vida cuando ésta te zarandea, te acorrala, te abruma y aplasta: “Le sorprendía que lo más característico de la vida moderna no fuera su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su apatía incolora”. ¡Qué expresión más gráfica: la apatía incolora! Recuerda lo que el sociólogo francés Gilles Lipovetzski define también como “ética indolora”. No nos duele esta nada nihilista, no tiene color la apatía. Y estamos sumidos en este pulso que nos deja aturdidos y hartos. Con su acostumbrada belleza y su rebelde narrativa, el poeta Cesare Pavese lo describía en la carta a un amigo cuando contaba con 18 años: “Recorrer las calles solitario / atormentado continuamente por el terror / de ver cómo se desvanecen ante mis ojos / las creaciones largamente contempladas; / sentir cómo se atenúan dentro del alma / el ardor, la esperanza… todo… todo / y quedarse así sin un amor, / […]/ condenado a la tristeza cotidiana”. Este es el concepto más censurado, esquivado y maquillado: la tristeza cotidiana. Incluso no sabiendo ya ni a quién culpar, cuando nos sobrecoge y astilla la pena ante la pandemia que nos embarga.
Por eso tenemos prisa, sí. Como María en su viaje hasta su prima Isabel. Nuestra prisa tiene que ver con la paz y el bien, la certeza y la esperanza, donde podamos realmente tomar de nuevo la vida entre las manos, recuperar el beso y el abrazo, los brindis y los encantos, la fe y la libertad que nunca nada ni nadie puede dejar confinadas. 

Así se lo pedimos a nuestra Madre la Santina, aquí en su Santuario, en una fecha en la que toda Asturias se viste de fiesta en su día. Que la Virgen de Covadonga nos acompañe en este insólito comienzo de curso, que no deje de protegernos, para que la llama de la esperanza siga alentando nuestras vidas y la fortaleza de la fe nos haga serenos. Sólo así podremos aportar los cristianos el testimonio de la caridad como don supremo para los que sufren todas las consecuencias sanitarias y económicas que genera esta prueba tremenda de la pandemia que estamos sufriendo.

Termino con unos versos del poeta cubano Alexis Valdés, en su poema Esperanza:

Cuando la tormenta pase
y se amansen los caminos,
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.

Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.

Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos,
de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.

Valdrá más lo que es de todos,
que lo jamás conseguido.
Seremos más generosos,
y mucho más comprometidos.

Y todo será un milagro
y todo será un legado.
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.

Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.

El Señor os bendiga y os guarde. Que María no deje de acompañarnos.



+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


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