domingo, 1 de abril de 2018

Reflexión de Sábado Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya


El Sábado Santo es una jornada totalmente "silenciosa", sin ninguna celebración en particular. La Iglesia invita especialmente en este día a cuidar la "liturgia de las horas" con su "Oficio de Lecturas" permaneciendo junto al sepulcro esperando ver cumplida la Pascua. Es el día para acompañar a la Madre en su Soledad meditando el descenso del Señor "al lugar de los muertos"; son las últimas horas de preparación para vivir la Resurrección en las que se busca caer en la cuenta de que no celebramos algo baladí, sino el pilar central de nuestra fe. Con la Vigilia Pascual estrenamos el Domingo de Resurrección, pero no como una misa vespertina de víspera cualquiera, sino en vigilia; vigilantes en medio de la noche que espera el primer rayo de luz que la rompa.

I. Fruto del Concilio

En los últimos años venimos conmemorando el primer medio siglo de la convocatoria, celebración y clausura del Concilio Vaticano II. Acontecimiento eclesial del que cabe destacar aquí y ahora el magnífico enfoque que se le dio a la Vigilia Pascual, corazón y epicentro del año litúrgico, que en el devenir del tiempo había perdido brillo e importancia.

Un primer criterio que la Iglesia viene defendiendo en todo este tiempo es el respeto de los horarios de los cultos, de forma especial los del viernes (próximos a la hora de "Nona") y los del sábado (al anochecer). El viernes es quizá un criterio de fidelidad histórica, pero el del Sábado viene de una visión totalmente teológica y catequética.

Comenzamos la celebración inmersos en la oscuridad de la noche permaneciendo en vigilia hasta el amanecer, lo que se significa en toda la simbología de la liturgia de esa noche: ''salimos de la noche y estrenamos la aurora; saludamos el gozo de la luz que nos llega resucitada y resucitadora''.

II. La unión Sacramental


Desde bien antiguo las comunidades cristianas supieron acompasar los ritmos de la iniciación cristiana al calendario del año litúrgico, por lo que la cuaresma no sólo supone el tiempo de preparación de los creyentes adultos que ya concluyeron su formación para vivir el tiempo pascual, sino que constituía y constituye también la recta final de preparación de la Pascua.

Es este el día más propicio y apropiado para recibir las aguas del bautismo, de igual forma que se mantiene la tradición de celebrar las primeras comuniones en el contexto de la solemnidad del "Corpus Christi" o las confirmaciones dentro de la Octava de Pentecostés.Y he aquí cómo la Iglesia nos presenta la Pascua como la consumación de la iniciación cristiana.

Se hace patente en esta celebración cómo nuestra unión con Cristo se realiza a través de los Sacramentos, o lo que es lo mismo, cómo somos injertados en el misterio pascual. Una verdad que en los primeros tiempos de la Iglesia se visualizaba de un modo más que evidente, ya que el bautismo se realizaba por inmersión. Ese hundirse en el agua recordaba la muerte de Jesús, su descenso a las tinieblas, la bajada a la fosa; la vuelta a la superficie se identifica con la victoria del Hijo de Dios sobre la muerte y el pecado.
En este contexto toman gran importancia las palabras de San Pablo: ''habiendo sido sepultados con Él en el bautismo, en el cual también habéis resucitado con Él por la fe en la acción del poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos'' (Col 2,12).

III. La liturgia eucarística en la Pascua

La estructura de la Vigilia, como siempre se nos recuerda, consta de cuatro partes: lucernario, liturgia de la palabra, liturgia bautismal y liturgia eucarística. Quisiera hacer hincapié en la parte eucarística, porque de algún modo es la menos "llamativa", quizá por ser la parte que menos varía en este día, más su importancia de siempre y el significado de lo que celebramos es motivo suficiente para detenerse en este aspecto.

A veces nos quedamos con que la Pascua es el agua, la luz, las numerosas lecturas... pero ¿y la Eucaristía?; ¿no es la cena pascual? Parece que el Jueves nos centramos en la Eucaristía, el Viernes en la cruz y el domingo en la luz y el agua, cuando todo está unido y entrelazado intrínsecamente.

Con la celebración de la eucaristía llegamos al punto culminante de la Pascua; la Pascua nueva deja atrás la mesa que los israelitas comieron en Egipto, dando paso a la Pascua de Cristo que se parte y reparte así mismo para darnos su cuerpo como pelícano bueno que ejemplificaba Santo Tomás de Aquino.

La Pascua no se limita a recordar que Jesús resucitó, sino que la auténtica pascua es el enfoque interior que damos a nuestra vida y que viviéndola nos proyecta hacia un futuro de resurreción. Todo el que se dice y siente cristiano busca la vivencia de estas fechas pasando por el confesionario y comulgando en Pascua Florida. Por eso a la Eucaristía -en cualquier tiempo y momento- es el sacramento pascual por excelencia.

También, y a partir de esta verdad, contemplamos y mediamos esperanzados cómo será nuestro encuentro personal con el Resucitado, al igual que lo vivieron las mujeres del Evangelio. La comunión el día de Pascua es una invitación a saborear y prefigurar la Pascua Eterna reservada a los que Jesús ha querido llamar amigos...

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