Un día por semana me reúno con tres o cuatro “Rafaelas” de alguno de mis pueblos. Una de ellas es una excelente cantora que tiene en su repertorio cantos no sigo antiguos, sino algunos antiquísimos. Hace no mucho me sorprendió con uno a la Virgen de origen claramente medieval.
Hablando con ellas de canto religioso, al final hemos llegado, o y he llegado a la conclusión, de que uno de los factores claves en la banalización del catolicismo actual está en una penosa música religiosa, que ha pasado de un contenido en los cantos netamente teológico, y donde se exaltaban la gracia y el misterio, a unos cantos sensiblones y autocomplacientes. Es decir, pasamos de la contemplación y expresión del misterio de Dios a la exaltación del propio yo.
Me van a permitir explicar esto con dos tipos de cantos.
Cantos eucarísticos.
Seguramente pensaremos todos en tres o cuatro de esos “de toda la vida” y que hoy seguimos cantando sin mayos problema. ¿Quién no ha cantado o sigue cantando en ciertos momentos “Cantemos al amor de los amores?”. Es un canto centrado en el misterio de la Eucaristía: Dios está aquí, venid adoradores… Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra, bendecid al Señor…
Piensen el otro clásico: “De rodillas Señor ante el sagrario”: el sagrario que guarda cuanto queda de amor y de unidad… Cristo en todas las almas…
O ese “Oh bien Jesús, yo creo firmemente” … que por mi bien estás en el altar, que das tu cuerpo y sangre juntamente al alma fiel… Ya ven: en dos líneas se afirma la presencia real en la Eucaristía, se recuerda la presencia en pan y vino y se recuerdan las condiciones para una buena comunión.
O eso de “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar, y la Virgen concebida sin pecado original…” Pura teología…
Piensen ahora, por favor, en los cantos que solemos escuchar durante la comunión. ¿Tú has venido a la orilla? ¿Es comparable la letra? ¿O ese “Tan cerca de mí?
Me atrevo con cantos marianos.
Desde “Eres más pura” que dice eso de “A ella sola entre tantos mortales, del pecado de Adán, Dios libró. El dogma de la Inmaculada Concepción.
“Toma Virgen pura… que es mirar al cielo, reconocer la grandeza de María e invitar a vivir un día con ella en lo alto.
El “Salve, Madre”…
O incluso aquello de Juan del Encina:
Tú, que del parto quedaste
tan virgen como primero;
tú, Virgen, que te empreñaste
siendo virgen por entero;
pues que con Dios verdadero
tanto vales,
¡da remedio a nuestros males!
Y que merece la pena leer entero…
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