Acudí al funeral de un sacerdote de Gijón sin que yo tuviera mucha relación con él; sin embargo, iba "en nombre" de alguien que hubiera deseado estar presente y acompañarle en ese momento por el gran aprecio que le tenía, pero a la cual su estado de salud igualmente se lo impedía. Mi madre, quería y admiraba de corazón a este cura, pero entonces ingresada y aislada en el hospital de Cabueñes, me hizo a mí "el encargo".
Había mucha gente como cabía esperar, y también mucho clero -obviamente- y hasta el sacerdote ortodoxo de Gijón. Desde mi defecto en la observación de las celebraciones litúrgicas, ésta me pareció más bien de andar por casa -bastaba ver la cara del ortodoxo- a pesar de contar esa parroquia con tres presbíteros y ser una concelebración de 118 sacerdotes (sin contar otros cinco o seis entre los fieles). Al Sr. Arzobispo que presidía, poco margen de maniobra le quedó, y, prudente, aceptó el menú que le tocaba marcando sus palabras, sin duda y como nos tiene acostumbrados, la nota elegante y tierna.
La anécdota que me llamó la atención fue que llegado el momento del ''orate fratres'' (cuando el celebrante dice ''Orad hermanos'') todo el templo se puso en pie: clero, fieles, ortodoxo -por supuesto-, no creyentes... a excepción de un sacerdote que se quedó sentado. Pensaría uno: ¡pobre; es mayor!... pero no era esa la cuestión sino que era su propia consideración -más que evidente que así actuaba- de que aún no había que levantarse; es decir, como que los otros ciento diecisiete compañeros y los centenares de fieles presentes estaban equivocados y él no.
Cuando el Arzobispo pronunció la oración sobre las ofrendas (una de las tres oraciones centrales de la Misa) el subsodicho permanecía sentado como un saco de patatas desmoronado sobre el banco y de brazos cruzados, dando la nota. Aunque tenía sus años, ni le faltaba agilidad ni estaba para nada limitado. Comenzó el prefacio y ya entonces hizo ademán de incorporarse colocando una mano en el reclinatorio como el que va a escalar el Himalaya, pero no fue hasta el ''levantemos el corazón'' cuando el presbítero en cuestión levantó, sobre todo, sus glúteos. No pretendo ser irrespetuoso ni irreverente para nada, pues la propia gente y alguno de sus hermanos comentaban a la salida: "este si no le quita el protagonismo al muerto no queda tranquilo..."
A menudo en algunas parroquias hay también alguna ''beata rabuda'' (o media docena) que piensa que el momento de levantar el pompis coincide con la indicación del celebrante de que nuestro interior se levante al Señor; de esas a las que D. Jorge González Guadalix llama "Rafaelas". La beata no sabe quién es esa señora llamada Liturgia, pero ella, para la que sólo vale la misa de "D. Fulano" (pongamos el cura anterior) tiene tan claro como él que está plenamente en lo cierto, y, como los del barco de Chanquete, ''no nos moverán''.
Todavía hace un par de meses en una misa de sábado por la tarde, una mujer llamativa y "pimpireta" de las que sólo vienen a "condolerse" en funerales y aniversarios para que todos la vean y declarada creyente sin necesidad de Iglesia, llegado el "orad hermanos'', además de ser la única que no se levantó, tuvo la osadía de decir a las de su banco: ¡''ahora no''; y, llegado el ''levantemos el corazón'', volvió a añadir: ¡''ahora sí''!...
Están los que opinan que estas manías no hay que corregirlas ni darles importancia, sino que basta esperar que se mueran las beatas, pero como ya anunciaba un anciano cura gallego: ''las beatas nunca desaparecen, si acaso se multiplican''. Por tanto, humildemente pienso que cabría informar y catequizar para cuidar más los gestos y la liturgia, pues, como cuentan que les dijo Don Andrés Corsino (Q.E.P.D.) a aquellos jóvenes sacerdotes que en Covadonga que "se peleaban" por sentarse en el sitial de San Pedro Poveda, ''la santidad no va pegada a la sentadera''.
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