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martes, 14 de febrero de 2017
Sumar, en lugar de restar, de multiplicar o de dividir. Por Guillermo Juan Morado
Quizá, si sumásemos más, nos iría mejor. Sumar es reunir varias cantidades en una sola. Hoy, al menos en España y, en general, en Europa, los católicos deberíamos sumar. Primeramente en lo cuantitativo: Cuantos más fieles participen en la Santa Misa, mejor. Lo ideal sería que nos reuniésemos todos, o los más posibles, en la celebración más próxima de la Santa Misa que esté a nuestro alcance.
Restar es algo malo. Un planteamiento excesivamente individualista de la práctica de la fe no es correcto. No somos, los católicos, guerreros que combaten por cuenta propia y que buscan, de modo aislado, la fuerza que Dios nos da. Somos, más bien, miembros de un Cuerpo que es más fuerte en la medida en que está más unido a Jesucristo. Y estar más unido a Él significa estar más unidos entre nosotros.
No tiene ningún sentido la multiplicación de las celebraciones de la Santa Misa en el entorno de unas parroquias próximas. No tiene sentido la división del número de fieles que participan en cada celebración (si para 400 fieles se ofrecen 40 celebraciones, probablemente haya diez fieles en cada celebración, y eso – se mire como se mire – no es normal).
Hay que sumar. La mentalidad ha de ser: “Yo, participando en la Santa Misa, he de ayudar a que la participación de los otros y a que la celebración, en sí, sea más significativa”.
La liturgia siempre es sacramental. Y la sacramentalidad – en la lógica de la Encarnación – hace referencia al vínculo que une lo invisible a lo visible, lo celestial a lo terrenal, lo humano a lo divino.
En esta lógica de la Encarnación, y de la sacramentalidad, no resulta sostenible que en lugar de sumar fieles en cada celebración, optemos por restar. Ni tampoco es razonable que dividamos, hasta casi el infinito, el número de participantes.
Menos celebraciones y más concurridas. En este caso, “menos es más”. Sumar el número de participantes y evitar la resta, las multiplicaciones innecesarias y las divisiones.
A mí me parece de sentido común. Se ve que no le parece lo mismo a todo el mundo.
Pero esas opciones alternativas, que abogan por pasados “supuestamente” gloriosos, están lejos de la realidad.
Si lo que importa es la misión, habrá que adaptarse un poco más a lo que la vida nos demanda.
Mejor sumar que restar, multiplicar o dividir.
Yo aceptaré mis responsabilidades. Pero no soy el culpable – yo, en persona - , ni los sacerdotes de mi edad – 50 años – de la debacle de la vida cristiana. Las cosas no surgen de hoy para mañana.
Yo seré responsable de lo que soy. No de multiplicar lo que no se debería de haber multiplicado. Sobre todo, si no se ha pensado en lo que, realmente, sumaba o dividía.
Moraleja: Hay que pensar las cosas de otro modo. Ahora resulta que los herederos de una ruina tienen, sin comerlo ni beberlo, la culpa de la ruina. No la tienen.
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