(Rel.) Ha muerto Matteo Balzano, sacerdote italiano de 35 años. Se ha quitado la vida. Tristemente esto sucede más de lo que pensamos pero casi nunca se hace público. Su diócesis ha hablado de ello y con ello da pie a hacer esta reflexión que te invito a leer hasta el final.
La muerte de Matteo no es solo tragedia. Es el grito silencioso de los sacerdotes solos, desgastados, agotados. ¿Quién cuida al que se entrega?
Los sacerdotes no somos superhéroes. A veces así se cree, como si bastara un alzacuellos para no sentir dolor. La vocación quita los sufrimientos. Tenemos corazón, heridas, cansancio y noches oscuras. Los curas lloramos. Y a veces algunos no pueden más.
La soledad de los sacerdotes no es tanto física como emocional. Nos es difícil pedir ayuda por esa sensación de tener que ser perfectos para todos, que viene del contexto voluntarista que vivimos en nuestro tiempo. Hablamos con todos, acompañamos a todos, estamos en los momentos más importantes de la vida de las personas, pero ¿quién nos acompaña?
Fíjate que vivimos en unos tiempos muy exigentes. Todo va deprisa. Estamos sumidos en un continuo cambio de registro. El presbítero no solo celebra la Eucaristía: dirige parroquias, escucha sufrimientos, entierra muertos, visita enfermos, aconseja, predica, sufre. Vuelve a casa y está solo.
Todavía hoy hay quien utiliza la expresión de “vives como un cura”. Estoy seguro que quien lo dice no podría aguantar ni una semana viviendo así. Muchos piensan que los curas no necesitáramos amor. Pero el corazón sacerdotal también requiere afecto para seguir dándose sin romperse.
La indiferencia mata más que el odio porque con el odio te insultan y te gritan pero con la indiferencia te silencian y dejan morir. La mayoría de los sacerdotes vivimos o hemos vivido en un clima de indiferencia, juicio y exigencia desmedida. Si cometemos un error nos señalan. Si acertamos nadie lo suele decir. Algunos dicen que así no nos hacemos soberbios.
El suicidio de un sacerdote no es un caso aislado. Es un síntoma que saca a la luz iglesias que exigen mucho pero acompañan poco. Que reciben, pero no cuidan. Un síntoma de curas que callan el dolor por miedo o por vergüenza y que luego enferman y viven en un calvario.
Pienso que es necesario redescubrir la humanidad del sacerdote. No somos los funcionarios del rito. Somos hombres pobres con un alma frágil que hemos dejado todo y nos hemos ordenado llenos de ilusión. No necesitamos lástima sino verdad, oración, afecto, comunidad. Presencia.
Dios nos sostiene. Una gran mayoría de nosotros estamos habitualmente en paz y contentos. Pero ninguno estamos libres de una tragedia así. ¿Quién sabe si ese cura que criticas y se te hace pesado porque la Misa dura cinco minutos mas no estará viviendo un enorme peso interior? ¿Es posible que ese sacerdote que siempre tiene cara seria no está sumido en una profunda depresión?
Matteo, como tantos hermanos, entregó su vida por Cristo. Los que le conocen dicen que se le veía mas apagado en los últimos días. Como cura celebró Misa, bautizó, consoló, escuchó… Fue pastor, padre, hermano, puente entre el cielo y la tierra para muchos. Y aun así, murió solo y roto por dentro. Nadie debería morir así. Con el corazón agotado y el alma pidiendo ayuda sin encontrar respuesta.
Su muerte nos puede despertar para mirar de frente el dolor que muchas veces ignoramos. No hay que esperar a los funerales para valorar a los que se desgastan por nosotros. A la hora de mirar a los sacerdotes: cuidar más y juzgar menos.
¿Conoces a un cura? Escríbele no solo para pedirle algo o contarle un problema. Pregúntale cómo está. Hazle saber que no está solo. También él necesita saber que importa y es amado como es.
Descansa en paz, Matteo.
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