Con la solemnidad de Pentecostés concluimos el tiempo de Pascua, una cincuentena de gracia que iniciamos en la noche santa de la Vigilia Pascual y que llega a término con esta celebración de la Pascua del Espíritu. La experiencia de la Resurrección no la dejamos olvidada, sino que es la que nos ha de impulsar ahora a ponernos en camino en este Tiempo Ordinario con la certeza de que Cristo no sólo vive, sino que no se desentiende de nosotros con su Ascensión al cielo, pues con el envío del Espíritu Santo nos lanza a encaminarnos a la vida verdadera. Si en la Pascua hemos hecho propósito de morir al pecado y resucitar a la vida de la gracia, los dones del Espíritu Santo nos ayudarán a perseverar en nuestro camino hacia la santidad, de forma que degustemos ya en este mundo las mieles de la gloria que un día se nos han de manifestar. Por el Espíritu Santo, la Iglesia se pone en camino, como nos describe la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles sobre aquel primer Pentecostés donde ''estaban todos juntos en el mismo lugar'' aguardando la efusión del Paráclito. El Papa León XIV insiste en que lo que más necesita la Iglesia de nuestro tiempo es precisamente la unidad, y esto es lo que hemos de pedirle al Señor en esta fiesta del Espíritu Santo que coloquialmente así llamaban los antiguos, por eso hacemos nuestra la petición del salmista: ''Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra''. Necesitamos fortalecernos, renovarnos, revitalizarnos... Pero no podemos con nuestras propias fuerzas, sino que necesitamos preparar el corazón para recibirle y pedirle constantemente ''Veni Creator Spiritus'' (Ven Espíritu Creador). Somos conscientes de que sin Él no podemos hacer nada, por eso que son gran verdad las palabras de la Secuencia que se proclama hoy: ''Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento''.
Pentecostés era la fiesta de las cosechas; cuando se ofrecían en el templo los primeros frutos del trigo, por eso se reunía muchísima gente en Jerusalén, unos que iban por devoción y otros que aprovechaban la fiesta para la venta y los negocios. Era una fecha también para recordar el pacto entre Dios y su pueblo con la entrega de la Ley a Moisés en el Monte Sinaí. En este contexto tiene lugar la venida del Espíritu Santo que impulsa a aquella primera comunidad temerosa y escondida por miedo a salir a las calles para anunciar a todos el evangelio. Los sacerdotes siempre recurrimos en este día a la escena de la torre de Babel, pues como afirmó San Juan Pablo II: ''Si en Babel todos hablan la misma lengua, pero terminan por no entenderse, en Pentecostés se hablan lenguas diversas, y, sin embargo, todos se entienden muy bien. Este es un milagro del Espíritu Santo''. Para los cristianos Pentecostés es el culmen del don Pascual por excelencia, la restauración de la división que se vuelve unidad, y también la confirmación de la Alianza Nueva por medio del amor. No dejemos de pedir al Señor que nos dé un corazón nuevo, que nos quite el nuestro de piedra y nos regale uno de carne. Esta ley nueva no va escrita en tabla de roca, sino que debe ir grabada en nuestro corazón, sólo así Él será nuestro Dios y nosotros su pueblo.
Necesitamos al Espíritu Santo para que nos abra la mente a las cosas de Dios que no entendemos, para descubrir de veras que Jesucristo es el Señor de nuestra vida. San Pablo, en su epístola a los Corintios, nos invita a ver la riqueza de la Iglesia, que siendo aparentemente diferentes todos los que la formamos, igualmente todos somos hijos del mismo Dios y, por tanto, hermanos. Es el Espíritu Santo el que hace posible que siendo distintos seamos al mismo tiempo iguales. Es este un día para agradecer esa ''diversidad de carismas'' que a lo largo de la historia de la Iglesia el Paráclito ha ido suscitando; diferentes formas de anunciar el Evangelio, pero dando a conocer la misma verdad. A veces puede ocurrirnos como aquellos cristianos de Corinto que competían entre ellos a ver quien predicaba mejor, quien lograba más conversiones o quienes eran más importantes. Por eso el apóstol subraya: ''hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos''. Nuestra diversidad no debe nunca afectar a la unidad. La división viene del demonio, mientras que la unidad procede del Espíritu Santo. Los creyentes estamos llamados a ser como una orquesta en la que cada cual tenemos un instrumento distinto para la interpretación de una sinfonía bella, pero tocamos todos al mismo tiempo, hacemos los mismos silencios e interpretamos la misma partitura. Poniendo nuestros talentos al servicio de los demás, contribuimos al bien común y la edificación de la Iglesia. No hay cabida para diferencias ni distinciones, pues como insiste San Pablo: ''Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu''. Así, también dentro de este contexto celebra la Iglesia hoy la Jornada del Apostolado Seglar. Y en nuestra Diócesis las ordenaciones diaconales y sacerdotales; pedimos de forma especial por Luis Guillermo, Modesto y Jhon Ángel que estuvieron de pastoral en nuestra Parroquia y hoy reciben el Orden del Diaconado junto a Edgar, Geoffrey y Rafael; y por Juan, Jonathan y Joao que también estuvieron en nuestra comunidad parroquial de pastoral y serán esta tarde ordenados sacerdotes junto a Dimas, natural de nuestra hermana parroquia de San Félix de Valdesoto. Os pido de corazón una oración muy especial por ellos.
El evangelio de este día, tomado del capítulo 20 de San Juan, nos presenta una de las apariciones del Resucitado a los discípulos, y con ello la Iglesia nos pone este texto ante nosotros para que caigamos en la cuenta de la importancia del Espíritu Santo, no solo para los primeros cristianos, sino a lo largo de la historia de la Iglesia y, especialísimamente, en el hoy y ante el mañana. La Iglesia la formamos pecadores; por nosotros mismos poco podemos, por ello necesitamos al Espíritu Santo. Lo necesitamos en primer lugar porque es Jesús es quien nos lo dice, no es un invento de los curas. Cristo mismo sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo». Por otro lado, lo necesitamos para nuestra relación personal con Dios. El evangelio nos revela cómo, desde el día de la resurrección, el Espíritu Santo está presente, y Jesús Resucitado se comunica por su medio. En tercer lugar, el Espíritu nos llena de gozo, al igual que ''los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor''. Por medio del Paráclito nos llenamos de alegría y entusiasmo, hoy que, a pesar de gozar de un estado de bienestar, de calidad de vida y medios, observamos la contradicción de constatar de cómo nunca hemos tenido tanto, y al tiempo nos falta tanto. Los índices de suicidios, el elevado número de antidepresivos y terapias psicológicas de nuestra nación reflejan que falta la felicidad en nuestro mundo; el hombre no encuentra sentido a su existencia y he ahí el resultado de sacar a Dios de escena. Por último, el Espíritu Santo ha de fortalecernos para salir del miedo, a gritar por los caminos de nuestra vida que solo Jesucristo es la esperanza para nuestro mundo herido. La Iglesia nace de la Pascua sí, pero porque es el Espíritu el artífice real de que se pusiera en marcha aquella pequeña Iglesia primitiva. Que no pase este Pentecostés como un mero recuerdo de aquel primero; vivamos hoy personalmente nuestro renovado Pentecostés para salir de nuestro lugares de confort y trincheras, con las puertas de nuestro corazón cerradas por tantos miedos, y regalemos a nuestro mundo enfrentado la paz de Cristo vivo. El Señor nos dice: ''Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo''. Jesús no da una sugerencia, sino un mandato... Pedimos al Espíritu Santo que venga y nos bendiga con los dones de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios para ser testigos del evangelio en el tiempo que nos toca vivir.
Que María, reina de los apóstoles y Madre de la Iglesia, interceda por nosotros. ¡Feliz Pentecostés!
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