Queridos hermanos concelebrantes sacerdotes y diáconos, Señor Alcalde y corporación municipal, Hermandades y Cofradías, y Asociaciones eucarísticas de nuestra Diócesis, hermanas religiosas, y especialmente queridos niños y niñas que habéis hecho vuestra Primera Comunión, sed todos bienvenidos a esta hermosa celebración que se prolongará luego en la procesión que haremos con el Señor en su santa Eucaristía por algunas calles y plazas de nuestra ciudad. Oviedo hoy se ha levantado toda ella vestida de azul por la gran victoria que anoche hizo nuestro equipo de fútbol el Real Oviedo. Son dos motivos, y por este orden, que permiten dilatar nuestra mirada y poner una especie de tregua en nuestro camino de actualidad que está resultando menos festivo.
Es hermoso poner de vez en cuando algún paréntesis en nuestra vida cotidiana, para que las cosas que a diario nos abruman y nos saturan queden por unos momentos al margen permitiéndonos que tomemos resuello y podamos de nuevo respirar con paz mirando el horizonte con esperanza. Las últimas noticias que vienen del momento político que vive nuestro país pueden generar un cierto cansancio y hartura, una decepción profunda ante las mentiras narcisistas, las corrupciones varias, los robos de guante blanco y escaños con siglas, los divertimentos inmorales que pagamos entre todos, el ansia de poltrona y moqueta, y toda una serie de corruptelas que no son anécdotas aisladas sino faltas sistémicas, y que lamentablemente oscurecen y traicionan la noble dedicación de quienes se ocupan de la política y la gobernanza. Necesitamos un desbloqueo de las instituciones sin más amaño torticero ni prórroga tramposa, dando la palabra al pueblo para que exprese con libertad lo que piensa y lo que quiere en unas elecciones democráticas, sin entorpecer la labor de investigación que están llevando a cabo nuestros jueces y los distintos cauces de policías judiciales. Por bien de la entera comunidad en nuestra sociedad, por bien de la convivencia y de una serena democracia urge pasar página cuanto antes y cortar la hemorragia de sobresaltos en esta deriva fallida.
Por este motivo, ante todas estas noticias que diariamente nos asedian con su triste matraca, un paréntesis festivo en torno al Corpus Christi como Presencia iluminadora y acompañante de Jesús en este tramo de la historia, y con la preciosa compañía inocente y pura de nuestros más pequeños comulgantes, junto a la razonable euforia de victorias futboleras del equipo de nuestra Ciudad ovetense, son un momento de descanso para tomar distancia y luego reemprender vuelo en los retos que tenemos por delante.
En tantos pequeños pueblos de nuestra geografía española, llegando la fiesta del Corpus Christi se engalanan los balcones con adornos y mantones de Manila, se hacen pequeños altares que saludan así con devoción el paso del Señor por nuestras calles, se esparce tomillo en el suelo y las flores que por doquier se ven son sólo una pálida expresión del colorido del alma que se rinde agradecida ante la presencia del buen Dios.
La fiesta del Corpus Christi tiene esa raigambre de honda fe en nuestro pueblo cristiano. Jesús nos prometió su presencia y compañía todos los días, y esa cercanía se hace intensa en la especie del Pan consagrado cuando comulgamos, cuando lo adoramos en el sagrario, cuando lo llevamos a los enfermos como viático. El amor verdadero sufre la separación de la persona que ama, y por este motivo no cabría un amor lejano o abstracto por parte de quien dándonos su vida nos amó hasta el extremo.
La procesión del Corpus nace de la eucaristía. Al acabar la misa saldremos con el Señor procesionando nuestra fe por las calles. Allí están las grandes avenidas y los callejones angostos, las plazas llenas de luz y las plazuelas penumbrosas. Las idas y vueltas de nuestros cotidianos vaivenes en donde la vida es narrada: encuentros y huidas, saludos y despechos, amigos y enemigos, gozos y desdichas. Los sueños cumplidos de nuestros ancianos y los correteos alegres de nuestros niños, los requiebros enamorados de quienes se piropean y las prisas que nos llevan al retortero. Toda esa vida circula por las calles, y por ellas pasa solemnemente Cristo Eucaristía. Pero Él no necesita una procesión para colarse en nuestras cuitas, pues el Señor está ahí presente siempre, aunque a veces no le veamos ni lleguemos a sentir su voz. Pero no hay lugar ni circunstancia en las que Jesús deje de bendecirnos con su presencia tan fiel como discreta, susurrándonos de mil modos alguna palabra de luz y de vida. Con la procesión del Corpus escenificamos de modo solemne lo que con sencillez acontece cada día: que al Señor le importa nuestra vida y la acompaña, haciendo de nuestras lágrimas su propio llanto, y brindando con su gozo nuestras propias alegrías.
Pero comulgar al Señor en la Eucaristía supone comulgar también todo lo que Él ama, todo cuanto en su sagrado Corazón cabe y palpita. Este es el motivo por el que la Iglesia ha querido que los dos días más eucarísticos del año (Jueves Santo y Corpus Christi) sean al mismo tiempo, y por la misma razón, los dos días más caritativos.
La caridad cristiana es la resulta testimonial de la piedad eucarística. No es altruismo sin más, no es arremangarse ante tanto hombro que hay que arrimar, sino la traducción de un amor que se compromete precisamente porque ha sabido adorar al Amor que se entrega de veras. Y esta sería la otra procesión de la fiesta del Corpus: la de la caridad cristiana. Por las mismas calles vagan tantos rostros de pobreza, y en no pocas casas, muchas de ellas tristemente embargadas u “okupadas” con impunidad, están domiciliadas verdaderas historias de dolor, de soledad, de penuria y desesperanza.
No entendemos una procesión del Corpus sin los pobres que Jesús tanto amó, ni tampoco una procesión sin Cristo por el que el amor a los pobres se hace cristiano y veraz. Nuestra Cáritas diocesana está desbordada por la abrumadora situación real que tanta gente está sufriendo. Junto con mi reconocimiento por el buen hacer concreto que en Cáritas se lleva a cabo, invito a una generosidad especial en la colecta de hoy. Porque esta sería la mejor procesión: adorar al Señor en su presencia eucarística mientras que compartimos con los demás un gesto de caridad concreta que aprendemos del Él al darnos su vida.
“Dadles vosotros de comer”, hemos escuchado en el Evangelio de este día. Los nombres de las hambres son tantos, y los cinco panes y dos peces con los que Dios hace milagros, quizás los tengamos en nuestras manos que se abren y reparten, en nuestro tiempo disponible que ofrecemos, en nuestra entraña que se conmueve fraternamente, y en nuestros ojos que no miran para otro lado. Los hambrientos de tantos panes acaso los tenemos más cerca de lo que pensamos, cuando la soledad, la desesperanza, el miedo, la enfermedad, acechan nuestra felicidad cotidiana. Es ahí donde somos cirineos y samaritanos, amando a Jesús en su Eucaristía y amando a todos aquellos que Él ama. Por este motivo, nutridos de su Pan eucarístico cuando debidamente preparados comulgamos, nos ponemos a repartir la caridad hacia los hermanos más necesitados.
Feliz día del Corpus. La procesión no acaba. La procesión es la misma vida. Que como hizo María en aquella primera procesión de Corpus llevando a Jesús en su seno virginal cuando fue a visitar a Isabel su prima, también nosotros con el Señor en el alma vayamos al encuentro de quienes nos esperan y a los que nos envían, para que puedan decir lo mismo que dijo Isabel cuando se encontró ante María: lo mejor que llevo en mí ha saltado de alegría. El Señor os bendiga y os guarde.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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