Llegó tu cumpleaños, Silvia, y no puedo dejar que pase esta fecha de tus cincuenta primaveras sin decirte algo de lo mucho vivido contigo. Este es el recuerdo de una madre que te lleva en el corazón. Y como tuviste muchos amigos a tu alrededor, sobre todo en los últimos años, también es recordarles a ellos que tengan una oración por ti, que aún los sigues queriendo y contando con ellos. Desde nuestro diario vivir, silencioso y escondido, hoy nos asomamos a LA NUEVA ESPAÑA de Villaviciosa, agradecidas por su gentileza de permitirnos compartir unas vivencias personales de alguien que amó mucho a Asturias y sus gentes.
Viniste a mi vera aquel día de la Santina, nuestra Madre de Covadonga. Eras casi una adolescente. Te enseñé muchas cosas de la vida, como habían hecho conmigo muchos años atrás mis Hermanas de Comunidad. Eras dócil, simpática y guapa. Lo que se puede decir un encanto de chiquilla. También eras tímida, enojona y decías con frecuencia que te gustaría morir joven. No me gustaba oírte eso. Nunca se me hubiera ocurrido. Pero a ti sí. Encontraba ese deseo muy extraño, no acababa yo de encajarlo en tu personalidad. Te apasionaba el baile tropical, y quisiste enseñarme a bailar. Me dejé enseñar, hasta que descubriste que de bailes sabía yo mucho. ¡Nos reíamos tanto las dos en nuestros ensayos bailables! A veces también discutíamos. Otra experiencia bonita fueron tus pláticas contándome tu infancia y adolescencia. Alegría y dolor se entremezclan en la vida. Así es el camino que tenemos que recorrer. Cada cual el suyo. Conocí muy bien tu camino rumbo a la escuela, que recorrías montada en tu burrito.
Amazona
También conocía a tus compañeros de estudios y a los muchachos que querían bailar contigo. Te vi galopar a caballo como experta amazona, rauda y veloz en tu caballo favorito. Y no digamos los ranchitos de alrededor de Santa Rita, tu ranchito querido: Loma de los Hoyos, El Faisán, El Brillante… Todo el municipio de Cotlaxta me resulta familiar. Lo que fue tu mundo, tu entorno vital lo hice mío, como mía fue tu familia, tus ilusiones y tus tristezas. Y tú, poco a poco, fuiste integrándote en la Comunidad, te adaptaste a nuestra cultura europea y española, y no digamos asturiana. Te identificaste con Asturias y sus gentes, con Villaviciosa y sus vecinos…Lo cual no te quitó de seguir amando a tu "México lindo y querido" con pasión.
Este año, el 20 de junio ibas a cumplir 50 años. Pero ya ves, Silvita, el Esposo vino a buscarte un poco antes. Tenía prisa por estar contigo. y te llevó, te raptó como un enamorado rapta a su novia. Tú también tenías prisa por estar con Él. No tenemos nada que objetar. El Señor de la Historia sabe hacer las cosas mejor que nosotros. A lo cual debemos responder Amén.
Tu palabra
Y ahora te cedo la palabra. Quiero que seas tú quien nos hable de ti, de tu llamada y vocación, de tu respuesta a esa llamada que un día escuchaste en la linda ciudad de Veracruz.
"Mi vocación nació ante un Cristo, en una capilla donde nos encontrábamos un grupo de jóvenes realizando unos días de retiro. Hoy en día los Crucifijos no hacen buena estética en las habitaciones de nuestras casas, no está de moda, ni mucho menos, llevarlo en el pecho, pero para que veas que un Crucifijo de escultura nos dice mucho, sólo tienes que detenerte ante Él, pero sé que el tiempo…es otro de tus problemas, no se encuentra tiempo para mirar al Crucificado; a mí me llevó al desierto, me habló al corazón, (Os 2,16), era aquel 16 de mayo de 1991 cuando entramos en coloquio Él y yo, resonó el SÍGUEME; pero ¿a dónde Señor? “Tú, SÍGUEME”… Sin duda, el ¡SÍGUEME! no se ha apagado, son los oídos de muchos jóvenes que se cierran para dejarse de complicaciones. "¿A quién enviaré?, ¿quién irá de mi parte?", dirá el Señor a tantos jóvenes como esa voz insinuante que escuchó el profeta Isaías; sólo falta contestar: "Aquí estoy yo, envíame". Ese día le di el SÍ al Señor; "Sí Señor, me consagro a ti". Tenía 16 años de edad.
Vida escondida en Dios
Como joven de mi tiempo seguía con mis estudios en la ciudad e integrada a mi parroquia, participando en todas las actividades del movimiento cristiano de jóvenes; al cumplir los 18 años de edad viajé para España para ingresar en este Monasterio, dejé México "...Tierra de ensueño donde nací, y nunca la olvido por más que me alejen, la llevo dentro de mi alma", como dice una canción. Ahora le devolvemos al continente europeo lo que un día nos llevaron, la FE y a Jesús Sacramentado, no me siento extranjera sino Hermana de todos, desde mi vida escondida con Dios, siendo sostenedora y edificando la Iglesia de Cristo como Madre Santa Clara lo hizo. Todos somos uno en Cristo Jesús (Gal 3,27)
Ingresé el 8 de septiembre de 1993 (Ya clausurado el VIII Centenario del nacimiento de Santa Clara). Sin duda alguna, creo que ella me trajo a esta santa casa. Ese día la Madre Maestra me enseñó las dependencias del Monasterio, también sus jardines con su gruta de la Virgen de Covadonga, la pequeña huerta y el cementerio; he aquí mi asombro: leía en una de las lápidas: Sor María Ángeles (16 de mayo de 1991), el mismo día que ella muere en Asturias, en México, una joven estaba dando su Sí al Señor. El sitio de Sor Ángeles no había quedado vacío. Era una Hermana que siempre dedicó tiempo a rezar por las vocaciones. Desde el cielo sé que me está ayudando. Aquí se da lo que llamamos la Comunión de los Santos. Pongo mi confianza en Jesús, y puedo decir como San Pablo: "Yo sé de quien me he fiado", Y con el salmista: "Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar, no vacilaré”. Siempre resuenan en mis oídos las palabras del Maestro que me dice: "Y todo el que deje casa, hermanos o hermanas, padre o madre o hijos, o tierra por mi causa recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna".
Veracruz
Sor Silvia, ¿recuerdas aquellas tardes, en la playa de Veracruz, sentada en la arena, contemplando absorta el horizonte, mientras acariciabas ilusiones inalcanzables para ti, inexperta adolescente, que apenas te estabas abriendo a la vida? Tus compañeros del grupo cristiano, Pedro y Juan, recogen en una canción que te dedicaron -música y letra- los sentimientos que embargaban tu corazón en aquellas tardes doradas de tu Veracruz.
Es increíble, como todos tus sueños se fueron cumpliendo, uno por uno, como por arte de magia. Cómo llegó a tu vida un sacerdote español, asturiano, al que abriste tu corazón. Entendiste que el Señor te mandaba un ángel de la guarda llamado P. Cipriano. Radiante como una novia, atravesaste el mar, con todo lo que ello supone de sacrificio, despego, desasimiento y despojo de lo que hasta entonces había sido tu vida; ibas hacia otro Continente, otra cultura, otro modo de mirar la vida…. Nada fue un obstáculo insalvable para tí. Mantuviste en tu horizonte la serenidad del ángel, del mar, de la tarde dorada. Y comenzaste una andadura distinta al común de los mortales: la vida monástica en un monasterio de Clarisas en el corazón del Principado de Asturias. Eras valiente y decidida, trabajadora, perfeccionista en todo, cuidadosa. Te adaptaste con facilidad a la idiosincrasia del monasterio. La principal encomienda que te hicimos fue llevar la contabilidad de la casa. Y fuiste fiel en tu misión hasta en el más mínimo detalle.
El tiempo corre vertiginosamente sobre nuestras vidas. Cuando nos dimos cuenta ya tenías 44 años. A mi entender estabas en la plenitud de la vida. De pronto, te diagnostican cáncer de mama. Enseguida te hacen la cirugía. Y los doctores te aconsejan que vayas a visitar a tu familia, por lo que pudiera ocurrir. Pasaste un mes en Veracruz informando a los tuyos. Vivimos tu enfermedad palmo a palmo. Tú te hiciste cargo de ello y fuiste fuerte, muy fuerte y valiente. No tuviste miedo a la muerte, la querías recibir como se recibe a una hermana. Así lo aprendiste en la escuela franciscana. Hablabas de ella como de algo natural que tiene que llegar a toda vida. La fe fue tu refugio y tu escudo, tu compañera de camino. Y ahora te tocaba vivirlo a tope.
Enfermedad
La enfermedad iba minando tu organismo extendiéndose por la columna y el hígado. En el transcurso de estos cinco años de sufrimiento tuviste que pasar la prueba de otra cirugía, esta vez de columna. Un consuelo enorme en medio del dolor, fue la visita de una Hermana del monasterio de Cantalapiedra, que te cuidó con toda ternura y dedicación.
Sabes muy bien, pequeña, que todas en casa nos desvivíamos por darte cualquier capricho que estuviera a nuestro alcance y que tu cruz la viviste compartida con tus Hermanas de Comunidad que estaban a tu disposición día y noche. En medio de tu noche veías rayos de amor que son luz, como por ejemplo la visita de tu hermana Lucy, que siempre siguió tu vocación con solicitud amorosa y fiel. Disfrutaste un mes de su presencia, volvisteis a reír con las anécdotas de vuestra infancia . También te tuviste que sentir querida y mimada por tantas personas amigas tuyas o de la Comunidad que estaban continuamente pendientes de ti, de la evolución de tu enfermedad, de tus necesidades más insignificantes, de si tenías alguna apetencia especial, algún capricho que te pudiera aliviar tu situación de enferma. Sabías que mucha gente se unía a nuestra oración pidiendo la salud para ti.
Derroche de amor
En torno a ti hubo mucho derroche de amor, de preocupación, de amistad sincera, generosidad y ternura. Fueron cinco años en los que continuamente recibiste muestras de cariño por todas partes, Silvita. Ahora, desde esa otra orilla en donde seguro has instalado tu otra oficina de "contadora" tienes que interceder y ayudar a los que aquí te demostraron su afecto incondicional. No dejes de cuidarnos, de guardarnos, protegernos, no dejes de velar por nosotros. Ya sabes que este peregrinar es duro y el camino tiene muchos tropiezos, que todas las ayudas son pocas para seguir manteniendo el tipo. ¿Qué te parece? ¿Lo tendrás en cuenta? Espero que me sigas obedeciendo. En el mes de septiembre teníamos aquí a tu hermana mayor, Socorro, que también quería despedirse y estar contigo. Desde tu infancia fue para ti como una mamá solícita y sacrificada. Seguramente que te necesita, échale un cable y conduce sus pasos por el camino del bien. Fuiste consciente plenamente, del sentido purificador de tus sufrimientos. Me lo decías con esa chispa de sinceridad ingenua que, a veces, dejabas aflorar en ti.
El final
Presentíamos el final. Pero tú seguías fuerte de ánimo como una roca. Te vimos bailar en el refectorio quince días antes de tu marcha. Y no sólo eso, sino que nos pusiste a bailar a todas. Nadie tenía ganas de fiesta excepto tú. Y por acompañarte y darte gusto tuvimos que salir al ruedo. ¡Increíble, pero cierto! Vino a verte el P. Cipriano, platicasteis mucho, te confesaste, me dijiste que había sido muy hermoso y oportuno el encuentro en aquellos momentos. Te vi con mucha paz, feliz. Ya tenías las maletas preparadas, todo estaba a punto para partir. También te visitó el capellán D. Gonzalo, te puso la Unción de enfermos y cantamos lo que tú nos pediste, "Padre, me pongo en tus manos". Nuestras voces temblaban de dolor emocionado.
Viva México
El último día del mes de septiembre te fuiste apagando como una flautilla que se cansó de tocar. Querías incorporarte en la cama y no podías. Una Hermana se inclinó sobre ti para darte un beso y entonces te agarraste a su cuello y sentada en la cama levantando los brazos, gritaste con un hilillo de voz: ¡¡Viva México!! Nos cruzamos las miradas, sin saber si reír o llorar. Nunca se vio cosa igual en esta casa...Y así, en la madrugada del día primero de octubre, hacia las cinco de la mañana, te nos fuiste a celebrar el día de Santa Teresita del Niño Jesús al cielo.
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