domingo, 22 de junio de 2025

«Dadles vosotros de comer». Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el Corpus Christi; una solemnidad muy querida para los católicos, pues en ella pretendemos hacer una exaltación del misterio de la Eucaristía, sacramento de amor y tesoro del que pocas veces tomamos conciencia de su grandeza. La Iglesia vive de la eucaristía, sin ella no puede haber comunidad ni creyentes, pues sólo en este banquete sagrado encontramos al mismo Cristo realmente presente que se nos da en alimento corporal y espiritual, anticipo ya en la tierra de la gloria que un día se nos manifestará. La historia de esta celebración litúrgica que tiene su época clave de implantación en la Iglesia entre los siglos XIII al XV presenta muchos factores y personajes de por medio: Santa Juliana de Lieja y el obispo de su diócesis, después el milagro eucarístico de Bolsena (Italia) con Santo Tomás de Aquino y el Papa Urbano IV... Pero si analizáramos el Corpus en la historia de la Iglesia nos daríamos cuenta de algo llamativo, y es que en los momentos más complejos y controvertidos es cuando más importancia ha tenido. Pienso, por ejemplo, en la Contrarreforma con las teorías de Lutero defendiendo que no había transustanciación, sino que tras la consagración el pan seguía siendo pan y el vino seguía siendo vino, por eso Santo Tomás de Aquino al componer el himno Pange lingua dice en una estrofa ''Dudan los sentidos y el entendimiento: que la fe lo supla con asentimiento''. Y es que nos puede parecer pan, pero no lo es ya; es Jesucristo que se nos da en su cuerpo, sangre, alma y divinidad. También en el postconcilio se suprimió el Corpus en muchas parroquias y pueblos; era la primavera, el mejor momento de la fe, y esa reminiscencia del pasado no nos hacía falta. Y curiosamente hoy, cuando vivimos una nueva crisis de fe y el avance de secularización en nuestro país está en sus cifras más altas, resurge con fuerza en villas, barrios y pueblos la fiesta del Corpus Christi, como un reclamo del pueblo fiel que no quiere que se difuminen del todo las raíces católicas de nuestra Patria. 

Los ataques a la fe católica no sólo vienen de enemigos declarados, a veces dentro están los mayores despropósitos contra el misterio de nuestra fe. Quiero pensar que fruto de muchos excesos no hay mala intención, sino una formación teológica deficitaria o quizás una malformación por condicionamiento ideológico. Lo grave es el daño que pueden hacer algunas de estas cosas y "doctrinas" en personas humildes y sencillas que lean escritos firmados por sacerdotes de la Iglesia Católica, pero que por desgracia no explican correctamente lo que es la eucaristía a la luz de la palabra de Dios, la Tradición y del Magisterio, tal y como nos ha reclamado ya el Papa León XIV. Los hay que quieren convencernos de que esto es un gesto, que lo importante es únicamente lo social y "ser buenos", que la celebración no es del sacerdote, sino "del pueblo" (cuántas barbaridades se han dicho y hecho en nombre "del pueblo")... Hay cierta corriente pseudoreligiosa que lleva medio siglo empeñada en convencernos que el camino correcto es acabar con el misterio, quedarnos con un Jesús histórico al gusto del consumidor y convertir la eucaristía en una mera reunión como pretexto para abordar ideologizadas ideas, teorías o hipótesis, olvidando que ya sabemos quién y qué es la verdad: Jesucristo vivo y presente en medio de su pueblo, de un pueblo "fiel". No nos dejemos engañar por falsos profetas, por mucho que se nos presenten como teólogos o intelectuales, que nadie manipule nuestra idea clara sobre lo que la Iglesia nos enseña a cerca de la eucaristía: ''El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos". En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (CEC Nº 1374).

En la eucaristía se actualiza el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor, por eso, qué apropiado el salmo de este día: ''Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec'' y es que Jesús es el que hace la ofrenda, quien se ofrece a sí mismo y sobre quien se realiza, por eso la liturgia le llama ''sacerdote, víctima y altar''. Luis de Góngora y Argote lo resume muy bien en uno de sus poemas: ''no sólo tu Pastor soy, sino tu pasto también''. Y el sacerdocio de Jesús no es aquel viejo sacerdocio del Antiguo Testamento que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Génesis, donde se pasaban la vida ofreciendo sacrificios animales día tras día; Cristo sólo hizo un sacrificio, el de sí mismo como oblación en la Cruz, y con éste, ya nos obtuvo la salvación. Celebrar la santa misa es un legado que nos dejó el Señor la noche del Jueves santo y que llega hasta nosotros a lo largo de veintiún siglos, por eso San Pablo nos dice en su carta a los Corintios ''Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido''. Aquella santa cena nos ha marcado a los discípulos del Señor; en esa misma tarde nos da el mandato del amor. Y así el domingo de Corpus celebramos también el día de la caridad; a veces se nos olvida que no puede ir una sin la otra; si nos quedamos sólo con la misa y la procesión pero nos cruzamos de brazos cuando pasan la cesta nos quedamos a la mitad, lo mismo que si somos muy generosos en la colecta pero no vivimos la misa y la procesión con piedad y unción. La caridad y la devoción eucaristía van de la mano, pues si Cristo tuvo la generosidad de entregarse por nosotros, de quedarse viviendo en el Sagrario en medio de su pueblo y bajar cada día a nuestro altar donde se parte y reparte para nosotros, ¿Cómo no vamos a tener ganas de dar y darnos nosotros tras cada misa y comunión?. La caridad no sólo es dinero; caridad es entregar tiempo propio en favor de los demás, como hacen los voluntarios de nuestra Cáritas Parroquial; caridad es llamar a esa persona cuyo teléfono nunca suena, es ofrecer tú mano a esa familia que sabes que está pasando un mal momento... 

En el evangelio de este domingo el Señor nos da este mandato claro ante los hambrientos de pan y de Dios en nuestro mundo: «Dadles vosotros de comer». También nosotros podemos multiplicar hoy los cinco panes y los dos peces para alimentar a la multitud por medio de la generosidad. Y es que en nuestro mundo individualista se nos está olvidando lo que significa compartir. Hay un detalle muy bello que no quisiera pasar por alto, y es cómo San Lucas remarca en el texto que ''el día comenzaba a declinar''. Maravillosa expresión que nos hace entrelazar dos pasajes tan eucarísticos como éste, frente al de los discípulos de Emaús, que al llegar a la aldea le invitan a quedarse ''pues el día iba de caída'', y allí le reconocieron al partir el pan. Todo en este día quiere ser un homenaje auténtico a Jesús Sacramentado. Sólo si creemos que Jesús está presente en las especies sacramentales tiene sentido hacer fiesta por la primera comunión, tiene sentido hacer alfombras florales y vestirnos de gala, pues queremos tomar conciencia que Cristo caminará hoy por las calles de nuestra Parroquia, bendiciendo a su paso hogares, situaciones familiares, negocios vacíos, etc. Y que este día no se quede sólo en una jornada bonita; la aprovechamos para pedirle perdón al Señor por tantos que le odian, le profanan o blasfeman contra Él. Por eso cada jueves hacemos esa oración de reparación ante Jesús Sacramentado y, especialmente, que nos concienciemos de que todos los días del año nos está esperando aquí en el Sagrario para que le hagamos un rato de compañía, y siempre en su cena. En la misa de cada día hay un sitio para mí reservado, y aunque nos olvidemos de venir, Él no se olvidará nunca de tenernos presentes.

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