(Rel.) “La esperanza nace del amor y se funda en el Amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz”. Estas palabras del Papa Francisco movilizan a la Iglesia y ponen en marcha el Año Jubilar Peregrinos de la esperanza. La diócesis de Valladolid, junto con el Instituto del Corazón de Cristo que tiene su sede en Toledo, quiere hacer su aportación a estas palabras del Papa Francisco. Así, ha organizado un congreso internacional, Corazón de Jesús, Esperanza del Mundo. Se va a realizar los días 6 al 8 de junio en nuestra ciudad, coincidiendo con la plenitud de la Pascua, con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés.
A lo largo de todo este tiempo de Pascua hemos podido contemplar con asombro cómo Dios nos ama. Ha entregado su vida por nosotros en la cruz y, resucitado de entre los muertos, se presenta ante los discípulos de la primera hora con las marcas de la cruz en su propio cuerpo, especialmente con la herida del costado, un costado del que fluyen sangre y agua, del que sopla un viento de amor. Sí, la herida del costado nos permite entrever el corazón de Cristo, este corazón humano y divino que nos ama como ni siquiera podemos imaginar.
Contemplando así el amor tan grande que Dios nos tiene, manifestado en la cruz gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia vuelve al tiempo ordinario y quiere en el mes de junio mirar a Jesús de diversas formas, como Sumo y Eterno Sacerdote, como Cuerpo entregado en la Eucaristía y, en todo el mes, mirar al Corazón de Jesús para seguir asombrándose de ese amor, pero, sobre todo, para tratar de devolver amor por amor. De esta manera, nos sentiremos convocados a una experiencia de consagración, consagrar nuestra vida al corazón de Jesús como una pequeña y humilde respuesta que transforme el agradecimiento por el amor recibido en una acción agradecida de amor a Dios y de amor a nuestros hermanos, los hombres.
Por eso, el Corazón de Jesús es esperanza para nuestro mundo, en primer lugar, porque es presencia permanente de un fuego de amor, un cauce permanentemente abierto del que salta la vida, una vida eterna para nosotros. Es esperanza del mundo porque aquellos que reciben este amor, que descubren el tesoro escondido en el costado de Cristo, experimentan la necesidad de devolver amor por amor, experimentan la alegría de la victoria del pecado sobre la muerte. Esta alegría se hace deseo de comunicarla a otros y así hay esperanza para nuestro mundo, que recibe la Buena Noticia de que la historia está redimida y salvada, las heridas del corazón reciben un bálsamo que las tranquiliza y las cura, y los problemas de nuestro mundo reciben el anuncio esperanzado de que serán definitivamente resueltos por la victoria del Corazón de Cristo, por su reinado en los corazones, en las relaciones y en el mundo entero en el que vivimos.
La alegría que experimentamos al recibir el amor del Corazón de Jesús se hace en nosotros, además de comunicación de la Buena Noticia, compromiso concreto en hacer de la misericordia acogida y compartida obras de misericordia. Anuncio a través de los hechos, a través de la acción de cada uno de los cristianos y de la Iglesia en su conjunto de la obra de misericordia que hace llegar el amor del Corazón de Jesús a enfermos o solos, a tristes o abatidos, a aquellos que viven desconsolados o que padecen cualquier forma de injusticia o de pobreza en su misterio.
Vivamos, pues, con alegría estos días de Congreso internacional Corazón de Jesús, Esperanza del Mundo. En él participarán unos cuantos centenares de personas, pero en nuestra diócesis todos estamos invitados con este motivo a buscar la forma de consagrarnos personalmente al Corazón de Jesús, de consagrar nuestras familias, de consagrar nuestras parroquias y también la diócesis en su conjunto. Que vivamos este mes de junio como una espléndida oportunidad de sentir la llamada a devolver amor por amor.
En estos días de Pascua seguimos contemplando a Jesús, que nos dice: “La paz con vosotros”; que seamos personas enamoradas de Cristo para, anunciando este amor tan grande, este tesoro escondido, y dando testimonio de lo que la misericordia es capaz de hacer en nuestras vidas y en nuestras comunidades, podamos enamorar al mundo. Enamorados porque Él nos amó primero, enamorados porque podemos participar de la Iglesia que surge en Pentecostés.
Enamorados salimos a las calles, como haremos el día del Corpus Christi, entregando nuestra propia existencia para enamorar al mundo.
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