Los cuatro cirios encendidos nos recuerdan que con este Domingo IV de Adviento nos encontramos ya en la antesala de la Navidad. Este sábado 17 hemos empezado las "ferias mayores del adviento", los ocho días previos a la Natividad del Señor, en el que los textos de la liturgia nos ayudan de forma hermosa a prepararnos interiormente a la Pascua de la Navidad, como por ejemplo, con las conocidas antífonas de la "O". María se encuentra en la recta final de su embarazo; unidos a toda la Iglesia seguimos gritando con más fuerza: ''Ven Señor Jesús''. Más si otros años este domingo solía ser la Virgen la protagonista, en este ciclo San Mateo la Palabra fija nuestra atención en San José. Veamos qué podemos aprender este domingo de la gran fe del Carpintero.
I. Dios nos habla
El apóstol San Pablo nos regala esta solemne confesión de fe donde nos explica para qué lo ha escogido Dios, y cómo de auténtica es su pasión por evangelizar. No perdamos de vista esta afirmación donde nos dice: ''se refiere a su Hijo, nacido, según la carne''; esto es, que Dios no vino en un platillo volante, sino que vino de la forma más humilde posible y por medio de lo que le era más querido. Detengámonos estos días para hacer nuestra esta verdad, que es bien parecida a la parábola de aquellos viñadores malvados que cuando los criados del dueño de la viña les pidieron explicaciones los quitaron de en medio, y el buen dueño de la viña no les mandó a un grupo de criados para vengarse, sino que les mandó a su propio hijo. Eso mismo es lo que hizo Dios en aquella primera navidad. El que ahora dice: ''Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre'', no era otro que un perseguidor de cristianos y un enemigo de Cristo; y ahora es el predicador más convencido del evangelio. Este es un recordatorio de que nadie está perdido para la fe, ni el más alejado o indiferente. Nunca se sabe cuándo la gracia puede tocar los corazones más fríos y endurecidos. Había apóstoles que consideraban que la única misión de anuncio que tenían era abrir los ojos a los judíos para que reconociera que Jesús era el Mesías anunciado desde hacía siglos por los profetas. Pero Pablo va más allá; no sólo los judíos, sino también los gentiles; es decir, todos deben conocer la verdad. Ni tampoco quedarse sólo en Tierra Santa, o el territorio del Imperio o apenas lo conocido, sino hasta los confines del mundo. San Pablo aceptó cargar con lo más difícil: no quedarse a predicar para judíos apoyándose en las escrituras, sino ir a predicar a los que tenían otros dioses, se creían ellos mismos dioses ó, directamente, no tenían ninguno. El Apóstol en esta carta a los Romanos va insistir mucho en que el evangelio es buena noticia; es una gracia que recibimos y debemos transmitir. Y es que Dios no está mudo, callado ni silencioso; nos habla en su Hijo, por su Palabra y en los hermanos.
II. Dios se encarna
En la primera lectura hemos escuchado un texto de Isaías, el Profeta que tanto nos ha ayudado estas semanas a adentrarnos en cómo Cristo viene a dar cumplimiento a las escrituras. El texto que nos ocupa nos es muy conocido, aunque quizás hemos profundizado poco en su riqueza. Nos encontramos ante un oráculo que desconcierta al rey Acaz, el cual buscaba apoyos humanos para su reinado que veía en peligro por los reyes limítrofes, más de pronto se encuentra con la ayuda de lo alto, ante lo cual siente temor y temblor por lo que guarda silencio sin pedir nada, pues como él mismo reconoce: ''no quiero tentar al Señor''. Pero además de tener temor de Dios, debemos ser capaces de confiar en Él. Acáz era temeroso de Dios pero desconfiado; no creía en sus palabras, de ahí la queja del Señor: ''Escucha, Casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?''. Y aquí viene la promesa del Redentor: ''Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel''. Nuestros problemas no son políticos, territoriales ni sociales o familiares, el único problema es no creer esta verdad: que Dios se ha encarnado en una mujer de carne y hueso para traernos la salvación. Se ha integrado entre nosotros, no ha pasado simplemente por nuestra humanidad, sino que siendo divino quiso hacerse humano, pobre y servidor de todos. El mejor regalo de estos días es caer en la cuenta de que Cristo se regala a la humanidad. No es un Dios para nosotros, sino con nosotros.
III. Dios con nosotros
San Mateo, en el evangelio de este domingo nos presenta el pasaje conocido como "el sueño o las dudas de San José". ¿Pero, para qué detenernos en San José? Pues porque su papel, aunque a veces se piense que es accidental, es en verdad fundamental y providencial. El profeta Isaías nos presentaba cómo el oráculo se dirigía a la Casa de David, de la cual desciende José. Este humilde carpintero de Nazaret forma parte del plan de Dios, pues en aquel tiempo era impensable que una mujer pudiera salir adelante sola, y menos embarazada sin esposo. Dios hace a José custodio de su hijo y de su madre, de lo más querido. José, el hijo de Jacob, fue un hombre de sueños; también San José, y es que en la Bíblia los sueños es la forma en la que se encarnan las experiencias religiosas más profundas e íntimas. José escucha en un sueño estas palabras: ''José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo''. ¿Fue exactamente así?... No es cuestión de exactitud semántica, sino que hay algo claro: José sufrió, pasó por unas dudas horribles, y el Señor salió a su paso llenando su alma de calma y de paz. Y no sólo sanar la honra o fama de un hombre herido en su honor, sino qué, además, Dios le da una misión específica. El Señor no sólo le habla de María como su mujer, sino que afirma: ''y tú le pondrás por nombre Jesús''. El padre es el que ponía el nombre al niño, y San José le pone ese nombre por que cree profundamente en el sueño recibido; no ha sido una fantasía o un susurro cualquiera. También a nosotros en este domingo se nos invita a fiarnos de Dios, incluso cuando vienen mal dadas, cuando sentimos que nuestra vida pasa por sus peores momentos, o nos sentimos en las horas más bajas. No tengamos nosotros reparo en acoger a Dios en nuestra casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario