Por María José Iglesias Suárez
La Semana Santa durante el siglo pasado. Por Esteban Greciet Aller
La Semana Santa declinó en la ciudad de Oviedo en los años 60 con el desarrollismo franquista y el Concilio Vaticano II y resurgió en los 90.
(lne) La Semana Santa de Oviedo, con siglos de historia desde el XVI, cuando el Concilio de Trento potenció las procesiones como método para evangelizar al pueblo, atravesó varias etapas hasta desembocar en el resurgimiento actual. Más de 3.000 cofrades, seis hermandades y diez procesiones componen hoy el entramado de la semana de Pasión, que llegó a tener hasta cuarenta hermandades de Gloria y Penitencia. El análisis de la trayectoria de las hermandades evidencia que esa “falta de tradición” que suele atribuirse a la Semana Santa de la ciudad, y a la del Norte, en general, en contraposición con el sur de España, no se corresponde con la realidad. “Las celebraciones procesionales estaban arraigadas entre los ovetenses, que participaban activamente en ellas”, asegura José María Varas, hermano mayor honorífico del Cautivo y expresidente de la Junta de Hermandades.
Los primeros datos de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno se remontan a 1622. La hermandad, con sede en la iglesia de Santo Domingo, es la más antigua de las actuales. En 1652 se tiene noticia de una cofradía en la iglesia de San Isidoro, actualmente sede del Santo Entierro, y en 1662 la Cofradía de la Misericordia, con base en la desparecida iglesia conventual de San Francisco, obtuvo permiso para pedir todos los domingos de Cuaresma para ayuda de las celebraciones. En 1665 la tercera orden de San Francisco solicitó licencia para colocar pedestales en el calvario del Campo San Francisco. Con la Desamortización de Mendizábal, en 1836, llegó el primer gran declive. Hacia 1860 las procesiones regresaron, aunque los cronistas del siglo XIX ya lamentaban la pérdida de mucha tradición en la semana de Pasión. La Guerra Civil arrasó la ciudad y la actividad cofrade volvió a desaparecer. En 1939 regresó la actividad con la general del Santo Entierro, que se celebró hasta 1945.
Hasta los sesenta brillan las hermandades de Los Carmelos , la de los Defensores de Oviedo, las que surgen en la Fábrica de Armas (Santa María la Real de la Corte), y desde 1952, la Celeste, Real y Militar Orden de La Merced en San Juan el Real, precursora de la Cofradía de Jesús Cautivo. El nuevo parón llegó con el “desarrollismo franquista desde mediados de los años 60. “El cambio de mentalidad social y el bienestar económico, que propició la compra de segundas viviendas, hacía que se fuera abandonando la ciudad en las vacaciones de Semana Santa, entre otras causas, lo que nos llevó a contemplar las procesiones por última vez en la calle en 1968”, cuenta José María Varas. En 1994 se refundó la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno en la iglesia de Santo Domingo y en 1995 las procesiones retornaron a las calles, añade Varas. En 1995 se constituyó la Archicofradía del Santo Entierro en la iglesia de San Isidoro, y en 1996, la Hermandad de Jesús Cautivo en la basílica de San Juan el Real. En la iglesia de Santa María la Real de la Corte nació en 2001 la Cofradía del Silencio.
De 2007 data la Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Misericordia, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia, María Santísima de la Esperanza y San Francisco Javier, “Los Estudiantes”, en la iglesia de San Francisco Javier. En 2012 surge la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén, “La Borriquilla”, en San Pedro de los Arcos. En 1997 se constituyó la Junta de Hermandades y Cofradías. “En los noventa se superaron determinados clichés de los sesenta y se perdió el miedo a salir a la calle; Juan Pablo II fue clave en ese sentido”, añade José María Varas, desde pequeño muy vinculado a la Catedral, donde fue monaguillo y uno de los primeros cofrades del Nazareno en 1995, donde fue diputado de Caridad. “Más allá de la religiosidad, la Semana Santa es arte, con una innegable estética que atrae a mucha gente”, señala.
Las formas de celebrar la Pasión. Desde mucho tiempo atrás, y por sus cambiantes destinos profesionales, tuvo uno la ocasión de vivir la Semana Santa en media España. Y precisamente en tierras relativamente distantes que, aún con las mismas raíces históricas, mantenían la riqueza propia de sus tradiciones naturales que, al fin y al cabo, eran y son patrimonio de todos nosotros los españoles. Como cristiano viejo, venido de las restauraciones de posguerra, pudo uno asistir a una gran parte de la aludida riqueza testimonial, desde las costumbres confesionales de siempre, nada menos que en ocho destinos diferentes, de norte a sur y de este a oeste. Hay, o hubo, una Semana Santa recia y tradicional. Me refiero a la castellana en general. León, Zamora, Salamanca, Palencia, con imaginería de muy alta calidad artística, verdaderos museos andantes como la del Viernes Santo en Valladolid, su sermón de las Siete Palabras y su tradicional Pregón en la Plaza Mayor.
Muy vivas en el recuerdo han quedado las manifestaciones itinerantes en Zamora capital, que mantiene hasta un Museo de la imaginería religiosa, prodigio de arte sacro y de expresividad, también en lo musical. Todo, de muy alto sentido evocador. Sin olvidar curiosas costumbres gastronómicas propias del tiempo y del lugar, muy dignas de recuerdo. Jornadas terribles las de los Días de la Pasión vividos en Guipúzcoa durante los llamados Años de Plomo, tras la muerte de Franco, que vale más no recordar y en los que la Pasión de Cristo no bastaba para asimilar la constante tragedia cotidiana con sangre en el asfalto. Pero acaso lo anecdótico fue más de los años ochenta en La Mancha, con la Semana Santa más original que uno ha vivido. Era entonces obispo nada menos que el controvertido monseñor José Guerra Campos, inteligente y conservador. Fue un prelado culto y muy de derechas que, a pesar de autoritario, no pudo con la llamada, con razón, “Procesión de los borrachos” en la Semana Santa local.
Una tierra original y no muy conocida más que por episodios como el famoso “Crimen de Cuenca”, que supo explotar la tremebunda película de Pilar Miró, a cuya proyección privada nos invitó en primicia la productora al director de la Radio Nacional, José María Olona –que después lo sería en Asturias–, y a mí. La directora y el productor llevaron muy a mal nuestras críticas a la cinta. Lo que no todo el mundo recordará, por razones de edad, fueron los primeros años posteriores al Concilio cuando desaparecieron muchas procesiones de Semana Santa durante bastante tiempo. Por ejemplo, en Oviedo. Pero esa es otra historia.
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