Un día como hoy del año 1967 el entonces Arzobispo de Oviedo Monseñor Vicente Enrique y Tarancón dedicaba el Altar de nuestra Iglesia Parroquial una vez concluidas las obras para adaptar el presbiterio del templo a la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
Los antiguos Padres de la Iglesia, meditando la palabra de Dios, no dudaron en afirmar que Cristo fue, al mismo tiempo, la víctima, el sacerdote y el altar de su propio sacrificio .
En efecto, la carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo Sacerdote y, al mismo tiempo, como el Altar vivo del templo celestial. Y en el Apocalipsis aparece nuestro Redentor como el Cordero degollado , cuya oblación es llevada hasta el altar del cielo por manos del Ángel de Dios.
También el discípulo de Cristo es un altar espiritual .
Si Cristo, Cabeza y Maestro, es verdadero altar, también sus miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa. Esto lo afirman ya los santos Padres. San Ignacio de Antioquía suplica a los Romanos: «El mejor favor que podéis hacerme es dejar que sea inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado» . San Policarpo amonesta a las viudas a que vivan santamente, porque «son el altar de Dios» . A estas voces, se une, entre otros, san Gregorio Magno: «¿Qué es el altar de Dios sino la mente de quienes viven honestamente?... Con razón, pues, el corazón de los justos es llamado el altar de Dios» .
O, según otra imagen célebre entre los escritores eclesiásticos, los fieles cristianos que se dedican por completo a la oración, que ofrecen a Dios el sacrificio de sus plegarias y súplicas, son ellos mismos piedras vivas con las que el Señor Jesús edifica el altar de la Iglesia .
El altar es la mesa del sacrificio y del convite pascual .
El Señor Jesucristo, al instituir, bajo la forma de un banquete sacrificial, el memorial del sacrificio que iba a ofrecer al Padre en el ara de la cruz, santificó la mesa en la cual se reunirían los fieles para celebrar su Pascua. Así, pues, el altar es mesa de sacrificio y de convite en la que el sacerdote, en representación de Cristo Señor, hace lo mismo que hizo el Señor en persona y encargó a los discípulos que hicieran en conmemoración suya, todo lo cual resume admirablemente el Apóstol cuando dice: «El cáliz de nuestra Acción de gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?.
El altar es signo de Cristo.
Los hijos de la Iglesia pueden, según las circunstancias, celebrar en cualquier lugar el memorial de Cristo y acercarse a la mesa del Señor. Pero conviene al misterio eucarístico que los fieles levanten un altar estable para celebrar la Cena del Señor, como se viene haciendo desde los tiempos antiguos.
El altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa peculiar del sacrificio y del convite pascual:
— Es el ara peculiar en la cual el sacrificio de la cruz se perpetúa sacramentalmente para siempre hasta la venida de Cristo.
— Es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el cuerpo y la sangre de Cristo.
Así, pues, en todas las iglesias el altar es el «centro de la acción de gracias que se realiza en la eucaristía», y el lugar a cuyo rededor giran de un modo u otro las demás acciones litúrgicas.
Por el hecho de que el memorial del Señor se celebra en el altar y allí se entrega a los fieles su cuerpo y su sangre, los escritores eclesiásticos han visto en el altar como un signo del mismo Cristo. De ahí la expresión: «El altar es Cristo».
El altar es honor de los mártires.
Toda la dignidad del altar le viene de ser la mesa del Señor. Por eso los cuerpos de los mártires no honran el altar, sino que éste dignifica el sepulcro de los mártires. Porque, para honrar los cuerpos de los mártires y de otros santos y para significar que el sacrificio de los miembros tuvo principio en el sacrificio de la Cabeza, conviene edificar el altar sobre sus sepulcros o colocar sus reliquias debajo de los altares, de tal manera que «vengan luego las víctimas triunfales al lugar en que la víctima que se ofrece es Cristo; pero él sobre el altar, ya que padeció por todos, ellos bajo el altar, ya que han sido redimidos por su pasión». Esta disposición repite, en cierta manera, la visión de san Juan en el Apocalipsis: «Vi al pie del altar las almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el testimonio que mantenían». Porque, aunque todos los santos son llamados, con razón, testigos de Cristo, sin embargo, el testimonio de la sangre tiene una fuerza especial que sólo las reliquias de los mártires colocadas bajo el altar expresan en toda su integridad.
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