lunes, 3 de agosto de 2020

''Dadles vosotros de comer''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila















Dejando atrás las parábolas del Reino que interiorizábamos la semana pasada, este domingo XVIII del Tiempo Ordinario la Palabra de Dios nos presenta unos preciosos textos con un matiz totalmente eucarístico. 

La primera lectura del libro de Isaías de apenas seis líneas es todo un canto al banquete celestial, Dios por boca del profeta nos habla de un sacramento siglos antes de ser instituido. Nos llama sedientos, y dice bien, pues nuestro mundo sufre la sed física y espiritual; quizás si supiéramos resolver la sed espiritual la sed física no existiría. Si cada cristiano del mundo tuviéramos la fe de ver a Cristo en el sediento como la Madre Teresa de Calcuta no habría sedientos ni hambrientos, ni de pan ni de agua, ni de Dios ni de amor. El profeta es claro: ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?. 

La segunda lectura, la epístola de San Pablo a los Romanos, tan conocida como profunda nos ayuda a contemplar otro aspecto de la Eucaristía; esto es la oblación. La misa no sólo es fiesta, asamblea, reunión del pueblo de Dios, acción de gracias por excelencia y todos esos tópicos bien conocidos; no olvidemos que la santa misa es Cristo mismo: cuerpo partido y sangre derramada, y todo por amor. El Sacramento Eucarístico es el amor de los amores, es nuestra común unión con el Señor, por eso el Apóstol es tajante, pues resume en esta carta su propia vivencia ‘’quien encuentra a Cristo lo deja todo y ya no renuncia a Él’’ por eso no titubea en confirmar que nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. 

Y finalmente el evangelio, la multiplicación de los panes y los peces. El evangelista San Mateo nos sitúa en los comienzos de la predicación de Jesús al detallar: ‘’En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado’’. Más no era un desconocido, sino que ya empezaba a congregar multitudes como ocurrió. Creemos que ese viaje en barca consistió en cruzar el mar de Tiberiades hacia la zona montañosa, cerca de las afueras de Betsaida, pero cuando Jesús llega ya le estaban esperando. No olvidemos que el viaje era en cierto modo una huida del ajetreo, un hacer duelo por Juan Bautista, un retiro… seguro que los discípulos al ver a la gente le trataron de convencer para desembarcar en otro lugar, y he aquí una clave de este evangelio: ‘’vio Jesús el gentío y le dio lástima’’, ahí está el corazón humano de Jesús que se compadece de aquellos pobres, enfermos y humildes que tenían puesta la esperanza en Él. 

Jesús les hace varios regalos: su presencia, su palabra, la promesa del Reino, la salud para los enfermos… Y ante el día que decaía con la preocupación de los apóstoles, el Señor les da a estos un nuevo encargo: ‘’dadles vosotros de comer’’. Lo mismo que nos pide ahora a nosotros: da de comer tú el pan al hambriento; al hambriento de fe, al hambriento de esperanza, de amor… Y si Jesús primero mostró su humanidad ahora muestra su divinidad multiplicando cinco panes y dos peces hasta el punto que todos comieron hasta saciarse y aún sobró alimento (doce cestos llenos, por los doce y las doce Tribus; es decir, el que cree en Él nunca pasará hambre). Jesús es el nuevo Maná, anticipo de lo que será la Eucaristía: los hermanos unidos en torno a Cristo -como nosotros- para compartir la Palabra y el Pan. Ojalá sepamos vivir la Eucaristía compartiendo lo que tenemos, dando a conocer el Pan que nunca se agota -y está en el Sagrario- y que ante todas las necesidades con que nos topemos sepamos cumplir en verdad el mandato del Señor para dar de comer al hermano.

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