(De profesión cura) No se fíen de esos supuestos liberales que en prueba de su talente aperturista van echando pestes de leyes y normas. No se fíen. Todos los dictadores, grandes o pequeños, lo primero que hacen es ponerse el disfraz de corderitos demócratas, denostar leyes y normas por la aparente cosa de la libertad del pueblo y luego, como ya no tienen cortapisas, entre otras cosas porque se lo hemos consentido, se dedican a hacer lo que les da la gana y a convertirse en los mayores dictadores.
Soy firme partidario del derecho, sea romano, civil, penal, mercantil y, sobre todo, del derecho canónico, que lejos de ser el arma con el que los poderosos nos oprimen, es el mejor escudo que puede tener el débil. Por eso no es solo que servidor sea el mayor defensor del derecho canónico, sino que siento no esté aún más desarrollado, precisamente para evitar que el obispo de turno haga con un servidor según sea su capricho. Para eso está el derecho, para limitar los excesos de el de arriba y garantizar los derechos de el de más abajo.
Recuerdo en una ocasión que ante una cuestión de una cierta importancia alguien propuso que mejor el obispo decidiera en cada caso. Me negué en redondo, porque eso podría significar que el obispo de turno a sus amigos los mide con una varita y a los enemigos con otra. Hombre, eso no pasa. O sí…
Con la cosa de ir poco a poco despreciando el derecho canónico lo único que conseguimos es que los que mandan o los más espabilados hagan lo que quieran mientras otros pudieran quedar indefensos, a merced de caprichos.
El derecho es lo que permite a los de abajo, seamos curas rasos, religiosos de a pie o laicos de cualquier parroquia hacer preguntas y pedir explicaciones. Por ejemplo, canon 929: “Al celebrar y administrar la Eucaristía, los sacerdotes y los diáconos deben vestir los ornamentos sagrados prescritos por las rúbricas”. Entonces doña Rafaela puede preguntar a don Jesús que por qué celebra sin casulla, con lo cual a don Jesús le queda o morderse la lengua o decir que es que hay que pasar del derecho. Y el caso es que don Jesús, una vez que no le llegó la nómina a tiempo, esgrimió el derecho para exigir su paga a tiempo.
Más ejemplos. Imaginen que sor Veneranda, superiora general de las Társilas, decide expulsar de la congregación a sor Bete, a lo mejor porque no le cae bien. El derecho protege a sor Bete y le ofrece unas garantías jurídicas para no depender del capricho de sor Veneranda. O que el obispo Celedoniez decide echar de la parroquia a don Evelio para mandar ahí a su amigo don Tranquilino. Tonto será don Evelio si no apela al derecho para tratar de evitar los caprichos de monseñor Celedoniez.
No me fío de los que menosprecian el derecho, porque son los que acabarán engañándome y abusando de mí, sean compañeros, obispos o sor Veneranda, que mucho ir de colega y mucho despreciar leyes y normas para que, aprovechando que no las hay, hacer lo que le salga de la toca (cuando la llevaba), o monseñor Celedoniez que mucho bla, bla pero a cuidar bien a los amiguetes y pelotas. Pues viva el derecho.
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